Los topes electorales, y algo más…
Por fortuna, las campañas electorales se desarrollan en todo el país sin signos de violencia. Ello no quiere decir, sin embargo, que sean ejemplares. Porque la corrupción no deja de manifestarse en varios de sus aspectos perniciosos. Por ejemplo, en la violación de los topes señalados por el Consejo Nacional Electoral para hacer propaganda de las candidaturas.
En algunos departamentos, esa transgresión no puede ser más escandalosa. Los costosos avisos de prensa, de las cuñas radiales y de las vallas sobrepasan lo permitido, sin que hasta ahora se sepa que el Consejo Nacional Electoral haya intervenido, dentro de las facultadas de vigilancia preventiva que tiene, para evitar que ello ocurra. Al parecer sus ojos no ven más allá de los linderos de la capital de la República.
Investigar después de las elecciones, en cierta forma, resulta ridículo. Porque el haber contribuido, por omisión de sus deberes, en que ese fenómeno irregular del proceso electoral se presente, entraña un cuestionamiento a sus funciones de vigilancia.
En el fondo, ese abuso se da por el sistema electoral que nos rige, en el cual se dio cabida a dos procedimientos de elección que promueven la corrupción: la circunscripción nacional para elegir senadores y el voto preferente, dentro de las listas partidistas. En uno y en otro caso se propicia que el dinero sea el que finalmente tenga mayor incidencia en los procesos electorales.
Cuando escuchamos a prohombres de la política pronunciarse contra la corrupción, sin hacer referencia algunas de esas fuentes que la hacen posible, nos damos cuenta de que la complicidad es más grave de lo que uno en principio piensa. Incluso, los directores de los partidos no han asumido como un deber ético -y no solamente político-, la eliminación de tales procedimientos perversos. Y qué decir de los legisladores que, elegidos bajo ese régimen electoral y como sus beneficiarios, no están dispuestos a desmontarlo.
Nuestra democracia, entonces, está atrapada por el dinero. Quien invierta más en las elecciones, tendrá mayores posibilidades de ser elegido, así no haya hecho circular una sola idea o una propuesta seria que sirva de fundamento para su elección. Los partidos, convertidos en bancos de avales y en “partidos de los parlamentarios”, no tienen, como lo expresamos, una perspectiva ética en su funcionamiento.
Cuando se plantea la convocatoria de una nueva constituyente, no se ha esgrimido como buena razón, la de reformar el sistema electoral y concretamente, acabar con los dos procedimientos que en forma patente han servido para que las elecciones se hayan convertido en mercado del capitalismo salvaje, en el cual la capacidad económica de los inversionistas prevalece sobre otras consideraciones, entre estas, la inteligencia, y la lealtad con los principios democráticos que deben regir la conducta de los legisladores, durante el desempeño de sus funciones.
Ha sido tal el decaimiento de la majestad del Congreso, que hoy apenas se le tiene como una oficina adscrita al poder ejecutivo. Tema para otro artículo.