Se ha vuelto costumbre que los medios de comunicación escojan cada año el líder, la figura pública o el colectivo social que haya ejercido más influencia -positiva o negativa- en la vida del país. En ese sentido discrepo cordialmente de quienes consideran que la influencia pudo haber sido negativa porque, me parece que lo rescatable es lo positivo, son las buenas acciones, son las buenas prácticas en beneficio del país.
Con el criterio contrario, Pablo Escobar debió ser personaje del año durante una década en la que casi destruye a Colombia con el narcoterrorismo. Lo mismo podría decirse de la violencia irracional de las Farc. Por ello creo que el caso Odebrecht debe registrarse más como una vergüenza nacional, que con el titulo de personaje del año, así encarne el episodio de corrupción que con más fuerza ha penetrado las esferas oficiales, sin que todavía se hayan aclarado del todo sus distintas variables.
En concordancia con ese criterio creo que el personaje del año es el presidente Iván Duque, quien ganó en franca lid la candidatura presidencial de su partido y luego la elección presidencial sin los factores que han determinado esos procesos en nuestro medio. Ya instalado en el gobierno ha impuesto un estilo que rompe con los esquemas tradicionales, lo que ha producido inquietud en los partidos y le ha generado incomprensiones en quienes contribuyeron a su triunfo. Soy de los que creen que es necesario construir una coalición de gobierno en la que tengan cabida los más idóneos y competentes de las fuerzas políticas que acompañan al gobierno con el fin de que las iniciativas legislativas fluyan en el Congreso, pero, si somos coherentes, ese modelo de gestión se lo prometió Duque al país. Debemos reconocer que nos cuesta trabajo transformar costumbres tan arraigadas en nuestra vida republicana.
Por otro lado, el gobierno autorizó un incremento del salario mínimo del 6%, el más alto de los últimos años. Y en lugar de destacarse como un hecho positivo, hay quienes dicen que esa medida es inflacionaria. Lo propio ocurre con la Ley de Financiamiento Fiscal. Como el gobierno flexibilizó su posición con respecto al IVA y el Congreso le introdujo ajustes, entonces el texto que quedó se debe -según algunos analistas- a carencias del presidente Duque y no a la forma en que el legislativo prefirió aprobarla. Del mismo modo, comprometerse a destinar a la educación más de cuatro billones a lo largo del cuatrienio, que no registra antecedentes en la historia del país, entonces se reacciona diciendo que cedió mucho a los estudiantes. Por su parte, mantener el presupuesto del Ministerio de Defensa para enfrentar los factores y las estructuras armadas ilegales que hoy siguen generando violencia, es visto por otros como una actitud guerrerista. No se puede mantener contento a todo el mundo.
El presidente Duque es, sin duda, un hombre preparado, con rigor académico, que sabe de lo que habla. Lo que ocurre es que ha roto con muchos paradigmas y ello ha implicado adaptarse a su novedoso estilo de gobierno.