El Bronx: metástasis social
AL fin se está solucionando uno de los más graves problemas de la capital, gracias a una operación de cirugía urbana cuidadosamente planeada y ejecutada con eficiencia. El país observó asombrado el impresionante espectáculo de horror del Bronx, que contaminó las pantallas de televisión con unas imágenes de miseria que desbordan los peores extremos de degradación humana.
Cuando termina cada informe sobre “la toma”, quienes tienen la capacidad de verlo completo sin sufrir ataques de náuseas, torturan su imaginación preguntándose cómo se enquistó semejante horror en una ciudad del siglo veintiuno, capital de un país de cuarenta y seis millones de habitantes, alguna vez calificada pretenciosamente como “la Atenas Suramericana”.
La degeneración de un sector tan central, a escasas cuadras del Palacio Presidencial, la Catedral Primada, el Capitolio, La Sede de las Altas Cortes, una estación de Policía y las Oficinas de Reclutamiento del Ejército no se produjo de un día para otro. Desde hace muchos años su pestilencia venía ahogando uno de los principales hospitales del país, cuna de una importante escuela de cirugía y de una prestigiosa escuela de medicina. A nadie pareció interesarle.
Varias zonas podridas anunciaban el peligro. La Calle del Cartucho clamó por más atención. Todo en vano. La ciudad miraba, con una extraña mezcla de indiferencia y miedo, como a esos seres humanos que se hundían en esas arenas movedizas del horror. “Desechables” los llamó con desprecio y miró para otro lado.
El inmenso costo de remediar las consecuencias plantea ahora un serio reto presupuestal. Pero hay soluciones. ¿Qué tal, por ejemplo, destinar al saneamiento del Bronx las contribuciones de valorización que se impusieron y cobraron por obras que jamás se hicieron?
Por fortuna se anuncia que la de estos días es solo una fase del plan integral de rehabilitación de personas y lugares. Porque si todo quedara en desalojo del tenebroso lugar, pronto tendríamos multitud de bronxitos diseminados por la ciudad. Muchos de los niños que hoy llevan una vida tan normal como la que tenían los de ese infierno antes de atravesar sus puertas, estarían en riesgo de convertirse en monstruos de las casas de pique y las albercas de ácido donde se disuelven los cuerpos de sus víctimas.
Ojalá la exhibición de miseria y horror presentada ante el mundo entero despierte la conciencia ciudadana e inspire una actitud vigilante, que considere como propios los problemas de la ciudad. Lo contrario sería la indiferencia imperdonable ante un proceso de metástasis que siembre la capital de ollas, protegidas por la despreocupación de los buenos ciudadanos, que puede resultar peor que las acciones perversas de los malos.
Decíamos que la gente se pregunta cuáles son las causas de unas situaciones como la ignominia del Bronx. Decir que la incuria de los responsables de la ciudad es poco. La incuria sí, desde luego, pero también su negligencia, descuido, desidia, desaliño, apatía, desgano, indiferencia, abandono, pereza ,flojedad, frialdad, imprevisión, despreocupación y todos los sinónimos adicionales que se encuentren en los diccionarios para identificar los ingredientes de este macabro coctel del Bronx.