EN MEDIO DEL HURACÁN
Los “nuevos mejores amigos” están en líos
Aunque cerremos los ojos para no verlo somos parte del problema interno venezolano. Por grandes que sean los esfuerzos para no inmiscuirnos ya estamos ahí, en medio del huracán, donde nos colocaron la geografía que nos hizo vecinos, la migración de millones de colombianos que viven allá, el fuerte intercambio comercial y la intensa comunicación entre las poblaciones fronterizas.
Por eso nos preocupa la situación que explotó en estos días y nos inquietan sus desarrollos, que ya comienzan a contagiarnos. No hay que alarmarse por los gritos violentos que pretenden cargarnos la responsabilidad de las protestas que al fin salieron a la calle. Pero cuando los televisores del mundo están inundados de imágenes que muestran la magnitud de los enfrentamientos, y las pantallas se llenan con los rostros descompuestos de unos funcionarios públicos ofuscados, cuyas ofensas incitan a la agresión física, lo menos que podemos hacer es manifestar nuestros buenos deseos porque prevalezcan la cordura y el respeto de los derechos humanos, como elemental plataforma de convivencia.
No hay intromisión colombiana de ninguna clase y las aspiraciones a que regrese la paz a las calles de Venezuela no pueden interpretarse ni como intervención en las cuestiones domésticas, ni como combustible para agrandar una hoguera que de por sí luce amenazante.
De nuestra parte, no hay una sola palabra indebida. Ni siquiera hemos pedido que terminen intervenciones abiertas, como la de Cuba, para que los venezolanos no resulten peleando unas batallas que no son suyas o repitiendo en América las desgracias de Angola. A los hermanos Castro ni los hemos mencionado. Y tampoco hablamos de la imprudencia de pedir ayuda para reparar nuestra casa, precisamente a quienes llevan medio siglo tratando de derruirla.
Cuando los gobernantes de allá no están cerrando medios de información a la fuerza, sacando del aire noticieros internacionales, asfixiando a los periódicos por falta de papel o expropiando empresas y tierras, y les queda un tiempo libre, lo dedican a escalar las andanadas de ataques contra nuestro país y de insultos contra nuestros presidentes. En cambio aquí todavía hay quienes siguen hablando de “nuestros nuevos mejores amigos”.
Es imposible ignorar por más tiempo lo que ocurre. Antes, para afianzarse, lo primero que hacían los gobiernos dictatoriales era cerrar los medios de comunicación. En el silencio de una prensa amordazada era más fácil consolidar las peores dictaduras. El mundo cambió. Hasta hace unos años se impedía registrar un atropello rompiéndole la videograbadora al camarógrafo. Hoy todo manifestante lleva una cámara y cada golpe a un estudiante que protesta queda instantáneamente registrado en decenas de miles de celulares, cuya masificación facilita grabar video y tomar fotos en cualquier hora, lugar y circunstancia, para mostrárselas al mundo en noticieros que llegan a todos los continentes, y transmitirlas, aún más rápido, por las redes sociales.
Ya no se pueden esconder las reacciones del canciller venezolano y sus nada diplomáticos insultos contra Colombia, o las amenazas de Maduro, que más tarda en rectificar que en repetirlas con peores términos.
Y si tan solo expresar nuestros buenos deseos porque todo se arregle desata semejantes reacciones ¿qué nos espera cuando aumenten las llamas en la casa de los “nuevos mejores amigos”?