DIANA SOFÍA GIRALDO | El Nuevo Siglo
Viernes, 18 de Octubre de 2013

FRANCISCO

Un Papa que enamora e interpela

Cuando el Papa Francisco ingresa a la Sala Clementina del Vaticano, a una audiencia donde lo esperaban 100 mujeres procedentes de 24 países del mundo, parece un sacerdote más, con su sotana vieja y casi transparente. Observa todavía sorprendido la ovación de que es objeto y a la cual no se acostumbra.

Mientras se tranquiliza, busca fijar su mirada en algunos rostros y no logra disimular la incomodidad que le producen las profundas reverencias, propias del protocolo debido a su cargo. Se precipita a tomar del brazo al Cardenal que se inclina, para que se ponga de pie mientras sonríe y  le mira a  los ojos de igual a igual, de dignidad humana a dignidad humana.

Es la audiencia en la que recibe a las mujeres congregadas para celebrar el XXV aniversario de la publicación de la carta apostólica de Juan Pablo II, Mulieres dignitatem, y el Papa Francisco parece un hombre preocupado por el peso de la “revolución” que él mismo ha desatado en el interior de la Iglesia Católica.

Lleva sólo siete meses de pontificado y nos ha interpelado con sus palabras directas y provocadoras, para despertarnos de nuestro cómodo letargo. Pero la contundencia de sus palabras contrasta con el tono muy suave de su voz, que cambia con no disimulado entusiasmo cuando improvisa, y se sale del libreto para advertir a las mujeres que “deben evitar transformar su papel de servicio en una simple tarea de servidumbre”, o cuando le recuerda al mundo que se dice “la iglesia, no el iglesia”.

Bendice el trabajo de las mujeres presentes y les recuerda  el propósito de Juan Pablo II con su carta: “la clave del confiar el ser humano a la mujer es la maternidad. Llamando a la mujer a la maternidad, Dios le ha confiado de forma especial el ser humano. Sin embargo, hay dos peligros siempre presentes, dos extremos opuestos, que mortifican a la mujer y a la vocación. El primero es reducir la maternidad a un papel social, a una tarea que aunque noble, de hecho arrincona la mujer y sus potenciales, no la valoriza plenamente en la construcción de la humanidad. Y como reacción hay otro tipo de peligro opuesto, el de promover un tipo de emancipación, que para ocupar los espacios sustraídos por lo  masculino, abandona lo femenino con los rasgos preciosos que lo caracterizan”.

El Papa Francisco es fuerte y vulnerable a la vez. Está rodeado del amor renovado de millones de católicos que se sienten incluidos, llamados por su nombre, pero lo rodea la incomprensión de la propia curia romana, que no lo acaba de comprender. Le esperan días difíciles. Es fuerte y dulce simultáneamente. Enamora e interpela. Aboga por una humanidad totalmente desasida de sí misma, como diría Teresa de Jesús.

Vale la pena tener presentes sus palabras ante la Virgen de Fátima: “Preguntémonos hoy todos nosotros si tenemos miedo de lo que el Señor pueda pedirnos. ¿Me dejo sorprender por Dios, como lo hizo María, o me cierro en mis seguridades, seguridades materiales, seguridades intelectuales, seguridades ideológicas…¿Dejo entrar a Dios verdaderamente en mi vida? ¿Cómo le respondo?”.

Su fortaleza? La oración de intercesión. Como lo dijo a las monjas en Asís: “Os pido que recéis por mí, por favor, no lo olvidéis”.