Como cada momento de la vida es una oportunidad para aprender y crecer; tal vez el coronavirus puede ser el momento para fortalecer la amistad con los nuestros. Hace algunos años, para burlarse de alguien que se daba cuenta de algo obvio, se le decía que descubrió la pólvora, hoy, la cuarentena está llevando a muchos a descubrir que vivir –24-7- con el marido o la esposa, o con los hijos o con los suegros, es una pesadilla: no saben qué hacer con el otro. Es más, no se necesita una cuarentena para acabar con un matrimonio: estar desempleados o jubilados o enfermos, muchos días en la casa, es un reto difícil de manejar. Pero convivir (encerrados en cuatro paredes), si no hay una verdadera amistad, se puede convertir en una triste pesadilla.
Una de las razones de esta realidad es que muchas de las familias se originan en el “amor sexo”, y por lo general, si una relación afectiva se cimienta las respectivas hormonas -sin conocerse a fondo- este no cuenta con una garantía de éxito: las hormonas no piensan: marean, y hasta enloquecen. Llevan a vivir novelas apasionantes, inolvidables, locas, pero sin el sustento fundamental: la amistad. Y como hay más de una jovencita que cree en el amor, y le cree a cualquiera que ofrece “pajaritos preñados”, estas se van de bruces, y así, cualquier cuarentena (o matrimonio) se convierte en una pesadilla sin fin.
Vale la pena recordar a Aristóteles (384-322 A.C.) cuando opina que: La amistad perfecta es la de las personas buenas e iguales en virtud (todo hábito operativo positivo), porque quieren el uno para el otro lo auténticamente bueno. Como la virtud es estable, estas amistades también lo son, además de útiles y agradables... Además, requieren tiempo y trato, pues no es posible conocerse en poco tiempo, ni tampoco aceptarse mutuamente como amigos hasta que cada uno se ha mostrado al otro como digno de afecto y confianza. Además nos recuerda que: preferimos ser queridos, pero la amistad consiste más en querer. Como las madres, que se complacen en querer sin pretender que su cariño sea correspondido. Por eso, los amigos que saben querer son seguros.
Por otro lado, Benedicto XVI, destaca que: sin verdad, la caridad (el amor recibido y ofrecido) cae en mero sentimentalismo. Y el amor se convierte en un envoltorio vacío que se llena arbitrariamente. Este es el riesgo fatal del amor en una cultura sin verdad. Es presa fácil de las emociones y las opiniones contingentes de los sujetos, una palabra de las que se abusa y que se distorsiona, terminando por significar lo contrario. La verdad libera de la estrechez de una emotividad que la priva de contenidos relacionales y sociales, así como de un fideísmo (falsa creencia) que mutila su horizonte humano y universal. En la verdad, la caridad refleja la dimensión personal y al mismo tiempo pública de la fe en el Dios bíblico, que es Caridad y Verdad, Amor y Palabra.