¿Democracias en Riesgo? | El Nuevo Siglo
Martes, 30 de Octubre de 2018

México y Brasil, los dos paises más grandes de Latinoamérica, están en manos de los dos extremos ideológicos entre los que se han debatido los Estados que integran el bloque. El del norte está en manos de la izquierda, con todo y mayoría parlamentaria, mientras que Brasil acaba de caer en manos de la derecha, y no de cualquiera, sino de la más extrema.

Jair Bolsonaro es un fascista, según reciente análisis del profesor Jason Stanley, autor de “How Fascim Works” (Cómo funciona el fascismo). Según dice el autor, entrevistado por Moises Naim, Bolsonaro se ajusta a la definición de fascista porque “alaba la ejecución extrajudicial, subraya su machismo, es sexista, promete un regreso a un pasado simple, miente, promete acaparar el poder y es abiertamente antidemocrático, todo lo cual son tácticas claramente fascistas”.

El señor Bolsonaro, desde el discurso le otorga largamente la razón al profesor Stanley. Ha hecho exhibiciones públicas en las que simula tener un fusil en la mano y dice que es “para fusilar a los izquierdistas desde el Estado de Acre”, ha manifestado preferir un hijo muerto que homosexual, le ha dicho a una diputada que es muy fea para violarla, ha señalado que el error de la dictadura fue torturar en lugar de asesinar más y otras perlas que igual no han impedido que más de cincuenta y ocho millones de brasileros votarán por él para presidente.

Hay dos formas de explicar el fenómeno. La optimista, los votantes no toman en serio esas declaraciones porque las consideran propias de exageraciones de campaña. La pesimista, esos cincuenta y ocho millones de brasileños son tan fascistas como el líder al que votaron. Cualquiera sea la explicación, lo indiscutible es que Bolsonaro ganó las elecciones en franca lid y conforme a las reglas de la democracia es el presidente de Brasil.

Puede haber muchas explicaciones para la elección de semejante personaje. Desde la interesada de los sectores de la derecha de culpar a la izquierda por la corrupción que se enquistó en los gobiernos Lula y Dilma. Pero esa opinión no aclara todo. La corrupción de los políticos brasileños no es nueva. La dictadura militar que tanto añora Bolsonaro fue extremadamente corrupta y la caída del también derechista Collor de Mello se debió a casos de corrupción. ¿El factor Odebrecht? Tal vez. Pero no aplicó en Colombia, por ejemplo. El fracaso de la iglesia católica brasileña que pasó de títanes de la teología de la liberación como monseñor Hélder Cámara a ser la iglesia que más fieles ha perdido a manos de los evangélicos, cuyos pastores de extrema derecha son parte del apoyo de Bolsonaro? La falta de justicia?. Allá, como acá, el ciudadano común siente que los delincuentes se apropiaron de las calles y la justicia no funciona o si lo hace, da “demasiadas” garantías a los malhechores. Bolsonaro ha prometido matarlos.

Es todo. La desesperación hace tomar medidas desesperadas y el resentimiento, como el alcohol, no ayuda a elegir muy bien. Pero a la hora de votar solo está prohibido el consumo de licor, no el de mensajes de odio.

@Quinternatte