“Divídete y perderás, máxima de cumplimiento inexorable”
Aún en las coyunturas históricas más duras y en medio de los enfrentamientos políticos más fuertes, cuando la polarización parece separar irremediablemente a los partidos y volver irreconciliables sus diferencias e imposibles las relaciones personales, sí es factible entenderse. Uno de esos episodios aleccionadores lo recordamos en estos días, al conmemorase 30 años del asesinato de Luis Carlos Galán.
Después de varios años de críticas al oficialismo liberal, el Nuevo Liberalismo consolidaba su votación con paso firme. La división parecía irremediable y, desde todas las esquinas, los afiches de Galán le gritaban sus defectos al oficialismo, de modo tan convincente que ahondaban día a día las diferencias.
Los efectos de la división ya se habían sentido en las elecciones presidenciales, cuando Galán insistió en su candidatura y facilitó el triunfo de Belisario Betancur. En un sistema bipartidista como el que imperaba en esos años, la división era el más seguro camino a la derrota.
‘Divídete y perderás’ era una máxima de cumplimiento inexorable.
Los conservadores se dividieron en 1930 entre el general Alfredo Vásquez Cobo y el maestro Guillermo Valencia y perdieron. Ganó Enrique Olaya Herrera. En 1946 la división entre Gabriel Turbay y Jorge Eliécer Gaitán, candidatos liberales no reconciliados, le abrió el camino a la candidatura del conservador Mariano Ospina Pérez.
Lección no aprendida, pérdida segura. Lo confirmó la derrota de Alfonso López Michelsen. Divídete y pierdes.
Turbay y Galán aprendieron la lección. El expresidente asumió la jefatura del liberalismo y, desde el primer instante, ahogó en sentido común las protestas de sus copartidarios y mostró una actitud afable hacia los galanistas. Inspiró el más claro repudio hacia las divisiones y dejó de considerar a los del Nuevo Liberalismo como enemigos. Recogió a los copartidarios y les devolvió el calificativo de liberales en cambio de la denominación peyorativa de disidentes.
Los galanistas, por su parte, recordaron que eran fundamentalmente liberales y que no podían cargar indefinidamente la responsabilidad de las divisiones y su secuela de fracasos.
Comenzaron las conversaciones. Fáciles. Los temas programáticos no crean dificultades y los estratégicos y tácticos se acordaron fácilmente. Las dos partes tenían al frente una dirección inteligente que, desde las primeras palabras, entendieron las bondades de la reunificación.
Turbay traía la visión global y Galán el activismo idealista. Cada uno vio en el otro sinceridad y buena disposición. La unión se volvió inevitable. Galán se tenía mucha confianza y Turbay era un gran componedor.
Turbay apreciaba las calidades humanas de Galán. “Es un patriota” le repetía a sus copartidarios. Galán vio la buena voluntad evidente de Turbay y sus deseos de revitalizar el partido. Era clara su convicción unionista y todo el que se acercó a él, en aquellos días, quedó convencido de su sinceridad y abrumado por su capacidad de persuasión.
Se silenciaron los ataques entre liberales y enfundaron los epítetos agresivos. Turbay vislumbraba un futuro luminoso para el liberalismo. Galán les repetía a los suyos que seguían persiguiendo los mismos ideales, solo que ahora lo harían en una nave más grande, “con el mismo norte”.
Se vienen elecciones decisivas para Bogotá y hay dos candidatos que conocen bien esta historia porque nacieron y vivieron en ella. ¿Serán Miguel Uribe y Luis Fernando Galán fieles a esas enseñanzas?