Luego de Pablo VI y Juan pablo II, visita a Colombia el Papa Francisco, el primer Papa latinoamericano de toda la historia. Francisco conoce bien las angustias y las agitaciones que hemos vivido como país. Por ello su visita es como un bálsamo en medio de las preocupaciones colectivas y del eclipse ético por el que estamos atravesando.
El cónclave que se inició el 13 de marzo de 2013 no se equivocó al encontrar en el cardenal Bergoglio el perfil adecuado de quien debía interpretar cabalmente los retos de la Iglesia en el siglo XXI. Se buscaba un Papa que promoviera el diálogo intereclesial, la defensa del medio ambiente, el trabajo digno; un Papa que rechazara con más fuerza la desigualdad, la discriminación, la intolerancia, el egoísmo. Que condenara con más energía la violencia y que fuera constructor de paz.
Como dice el vaticanista Martínez-Brocal, se requería de “un líder capaz de transmitir alegría, esperanza, que enseñe a levantarse y a soñar, que ayude a mirar más allá de las crisis, que acompañe en medio de los desastres mundiales y domésticos de cada día. Un Papa alegre para un mundo en crisis.”
Ese es precisamente el camino que ha seguido Francisco en su corto pontificado. El Papa ha buscado acercarse a los que sufren, y custodiar con ternura a los niños, a los ancianos abandonados, a los desvalidos. “Como quisiera una Iglesia pobre para los pobres”, ha dicho. Busca situarse siempre por encima de los quieren convertir la pobreza en una ideología; su propuesta es “desenmascarar el egoísmo que nos envenena a todos los niveles.”
Francisco es un hombre original, autèntico, que rompe con todos los paradigmas. Su grandeza descansa en la “sencillez de su piedad”. Pregona que el poder y la autoridad es para servir; enseña con el ejemplo, con actitudes, con gestos. Y con un lenguaje sencillo se ha propuesto “recuperar los orígenes del mensaje cristiano”. El Papa es ajeno al boato, a los protocolos que siempre rompe. No habita la residencia de los Pontífices y no calza los zapatos rojos; utiliza los ortopédicos con los que visitaba las villas de Buenos Aires en la que, además, se desplazaba en metro. Es un Jesuita de clase media que primero se hizo tecnólogo en química y trabajó en un laboratorio en el que aprendió “lo bueno y lo malo de toda tarea humana”. Su espíritu es el de un pastor y el de un misionero como Francisco Javier. Por ello prefiere una Iglesia de pastores y no de príncipes.
El papa Francisco quiere ayudar a transformar el corazón del hombre y contribuir a que se formen mejores seres humanos para construir un mundo más fraterno, más equitativo, en el que se viva con dignidad. Ojalá su visita a Colombia sirva para encontrar caminos que nos permitan superar la desigualdad, la discriminación, la intolerancia y erradicar la violencia como método absurdo de resolución de conflictos. Que su mensaje contribuya a recuperar del marchitamiento valores fundantes de nuestra nacionalidad como la honradez, la honestidad, la lealtad, la solidaridad y la ética pública.