Cada vez queda más claro que el régimen venezolano es un foco de inestabilidad en el área.
En territorio venezolano se asientan grupos terroristas colombianos.
Esos grupos urden sus ataques desde allá y los perpetran acá.
Gozan de múltiples beneficios para transitar, operar y aprovisionarse.
Reclutan, trafican y controlan áreas geoestratégicas así como sectores productivos que les permiten afectar la seguridad colombiana.
Su indiferencia ante la cuestión migratoria estimula el flujo cotidiano a fin de liberarse de la dramática presión de miles de ciudadanos oprimidos.
Ante semejante situación, el gobierno de los Estados Unidos ha aplicado sanciones a los principales responsables y los países del Grupo de Lima se han pronunciado repetitivamente sobre la cuestión.
Entonces, ¿por qué a pesar de tantas evidencias y tales cuestionamientos, todos los esfuerzos resultan infructuosos y, lejos de debilitarse, la dictadura se solaza cínicamente detentando el poder?
Por una sencilla razón: el apoyo de Rusia, cuerpo extraño en el hemisferio y poder expansivo sin escrúpulos, tal como lo ha puesto de presente en Medio Oriente.
Primero, los rusos han apoyado al régimen sirio y, en vez de limitarse a luchar contra el Estado Islámico, su propósito no ha sido otro que el de convertir al país en una plataforma de operaciones para su proyección desde el Mar Negro hacia el Mediterráneo, el Atlántico y el Índico.
Del mismo modo, pretenden hacer de Venezuela, y del triángulo Caracas - Managua - La Habana, una rampa para instalarse y expandirse globalmente.
Segundo, los rusos se comportan como auténticos escudos diplomáticos de tales gobiernos para protegerlos de cualquier tipo de iniciativa humanitaria o sanción emanada del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
Y tercero, saben perfectamente que una vez consolidados los dos escenarios anteriores, podrán desarrollar acciones simbióticas para irradiar su poder y decidir el destino de otros países de la región.
Apelando a la metodología híbrida ensayada exitosamente en Crimea y el Este de Ucrania, no tardarán demasiado en estacionarse en Venezuela, creando así una coraza relativamente impenetrable.
De hecho, es lo que ya le ha planteado el ministro de Defensa del chavismo, Nicolás Padrino, a su par en Moscú, Serguéi Shoigú.
En términos prácticos, el “intercambio operacional” que se establecería entre los dos ejércitos no se reduciría tan solo compartir equipos, a cuestiones logísticas y a transmitir la experiencia adquirida por los rusos en el laboratorio sirio.
Se trataría, más bien, de crear una situación irreversible como aquella que Washington no pudo anticipar en Crimea.
O sea, que si la revolución bolivariana y los rusos logran instaurar un ‘consorcio de seguridad’ basado en la funcionalidad militar, diplomática y competitiva, recobrar la democracia sería casi imposible.
Y peor aún, evitar la penetración genuinamente expansiva en los países del vecindario supondría un trauma equivalente al de Kiev en la actualidad.
En conclusión, aún se está a tiempo para contener y disuadir.
Pero, sobre todo, aún es posible ejercer la responsabilidad de proteger a la población venezolana y revertir la tendencia estratégica.
En pocos meses, ya será demasiado tarde.