La Iglesia Católica, que por dos mil años ha realizado tanto bien, por lo cual y por visible asistencia de lo Alto ha perdurado a través de los siglos, ha tenido que afrontar, siempre, graves dificultades por el elemento humano de sus integrantes. Es en éstos en los que se han dado graves fallas, aún en sus directivos, lo cual ha asumido con humildad, buscando, así sea tardíamente, superación y enmienda.
Desde su inicio hubo de afrontar la Iglesia graves intentos de distorsión comenzando por las fallas de los mismos discípulos del Señor. Pero, oficialmente, ha sido implacable con la inmoralidad, así en sus dirigentes mismos haya habido personales fallas, siendo éstas su más grave flagelo, pero, al mismo tiempo, la ha llamado a confiar no en sus propios méritos y poder sino en la asistencia del Espíritu Santo.
Esa rectitud perenne en principios enseñada en todos los continentes por grandes apóstoles, Papas, Obispos y destacados maestros de la humanidad, como S. Benito y S. Ignacio, y por mujeres de coraje como Sta. Catalina de Siena o Teresa de Ávila, y servidoras de débiles y dolientes como Sta. Teresa de Calcuta y Sta. Laura Montoya, o vidas al servicio de esclavos o leprosos como S. Pedro Claver en Cartagena y el Padre Damián en Honolulú. Ha sido, una escalada de bien, fiel consecuencia de su enseñanza, todo lo cual no podrá ser olvidado ante las fallas que son de sus débiles hijos y no atribuibles a ella.
En últimos años ha aparecido entre los miembros de la Iglesia, lamentablemente aún entre altos directivos, falla grave cuya corrección no se inició rápidamente, ni con toda severidad, y han sido los casos de pedofilia. Nunca ha habido aprobación de estos hechos abominables, y a cuyas víctimas se ha tomado conciencia que hay que dar reparación, de lo cual ha dado ejemplo el Papa Francisco con la reciente reunión, por lo alto, de prelados de todo el mundo (21 al 23- 02-19). Son pasos firmes, culminación de una labor iniciada por Benedicto XVI.
De la reciente reunión del Papa lo importante no son solo las deliberaciones y determinaciones, que apenas comienzan a conocerse, sino el necesario y universal consenso de la comunidad con rechazo de todos los miembros de la Iglesia, con decisión por la santificación de todos, comenzando por la Jerarquía. Es el momento de aprovechar las lecciones para evitar el mal, pedir perdón por las fallas y ofrecer definidas respuestas.
Seguirá el empeño de más honda formación espiritual y moral de los pastores, de oración para que nos libre el Señor y la Virgen de un mal más grave que la amenaza de invasión de enemigos de la Iglesia en determinadas épocas. Los no afectos a la Iglesia no podrán, en un justiciero balance, de meritar su sólida doctrina y sus grandes servicios a la humanidad; los fieles miembros de ella sabrán entender la raíz de esos males fruto de flaqueza e inconsistencia en el bien de los humanos. Es preciso destacar la lección “de dolor, humildad y firmeza” del Papa y directivos de la Iglesia, e inquietud profunda por seguir dando pasos como correctivo a tan grave mal, que, ciertamente, Dios y los santos del ayer y de hoy ayudarán a conjurar.
*Obispo Emérito de Garzón
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