En la pretensión de hacer política prescindiendo de la política, está la causa de las permanentes complicaciones entre los miembros de la Coalición de la Esperanza. Se organizaron en un exclusivo partido de Centro, que devuelve con balotas negras a los que se acerquen, sin ser invitados. Así mismo convirtieron la enemistad con el expresidente Cesar Gaviria, nada menos que jefe del Partido Liberal, en la razón de ser de esa coalición incomprensible. Tal vez, es la mayor tontería en nuestra picaresca política.
Luego, apareció la Ingrid mediadora que a los pocos días exigió más anatemas, como pretexto para alejarse de sus compañeros “tibios” y montar su propio monasterio. Nada de improvisaciones. Ingrid calculó el golpe, y la respuesta de la opinión indica que no estaba equivocada.
Al tratar de comprender el porqué de tantos gestos de rebeldía con el presente de la política hay que señalar que llevan consigo una crítica valida a los partidos, hoy presos de una creciente “parlamentarizacion” que afecta sus procesos decisorios y su calidad democrática.
Ahora bien, así como los partidos son inherentes a la Democracia, el pragmatismo es indispensable para encontrar aliados que posibiliten la victoria y faciliten la gobernabilidad. El ejemplo obvio es el Primer Triunvirato Romano, integrado por Pompeyo, Craso y César: el ejército, el banquero y el populista.
En los albores del siglo pasado, Mitchels escribió su ya clásica sentencia: “…Toda organización partidaria que haya alcanzado un grado considerable de complejidad reclama la existencia de un cierto numero de personas que dediquen todas sus actividades al trabajo del partido…” Es la llamada Ley de Hierro, la inevitable y poderosa maquinaria.
Es que la política no se hace en el mundo abstracto de una moral de ocasión. Se desarrolla en el mundo concreto de la calle, el barrio, la plaza pública, y con el ser humano de carne y hueso que tiene necesidades y anhelos. El elector que vota para que su hija consiga estudio o trabajo con el elegido, ¿es un ciudadano infractor o gestor legítimo del bienestar de su familia?
En fin, los candidatos de la Coalición de la Esperanza bien pueden representar experiencia, respetabilidad, pero no renovación de las elites ni de la política. El no haber tenido conciencia de sus propias circunstancias les puede negar ser alternativa de poder. Y eso es de lamentar en el nebuloso horizonte electoral colombiano. Mientras A. Gaviria intenta quedarse con el pan y con el queso, Fajardo y Galán tienen aun armas para seguir en la lucha.
En todo caso, a pesar de estar golpeado por el affair Merlano, al Equipo Colombia se le abre un espacio amplio para que consolide su repunte. Es hora que presente su visión de Estado sustentada en la exitosa gestión de los excaldes y de la destacada labor parlamentaria de Barguil. Comprenden, sus candidatos, como pocos, la necesidad de un Estado nuevo, ágil y popular como lo exige y necesita la ciudadanía.
Una de las tareas más importantes en la actual situación del país es reconstruir la confianza entre el ciudadano y el Estado, que se ha perdido en los últimos 12 años. El ambiente de inconformidad colectiva, la criminalidad desatada que con la corrupción ha traído la coca, la pobreza que nos ha dejado la pandemia y, la inflación que trae más hambre a la mesa del pobre, indican cuan apremiante es para la subsistencia misma de la democracia, la reconstrucción de esa confianza.
Ciertamente el debate presidencial no ha estado a la altura del momento colombiano: particularismos, anécdotas, pugilatos menores, ofrecimientos imposibles o devastadores de la economía, poca dialéctica y algunas procacidades. La llamada a propuestas -solución que, desde los gremios, han hecho J. A. Cabal y B. MacMaster-, es oportuna. Distinguidos candidatos: ¡a responderle a Colombia!