Carlos Martínez Simahan | El Nuevo Siglo
Sábado, 27 de Diciembre de 2014

PÁGINAS

Tradición y cultura

Fue   una cátedra sobre la ética del comportamiento. Los razonamientos lógicos manaban espontáneos. Claro, se trataba de su vida, que ha recorrido la misma senda patricia y dramática de Laureano y Álvaro. Ante la deserción colectiva, desde la cumbre de su soledad enaltecedora, estaba conversando consigo mismo. Fue un monólogo interior expresado con la fuerza del pesimismo ante las incertidumbres del presente. Y no es culpa del tiempo. Es culpa del enanismo intelectual de la política colombiana de ahora. Cuando no se conoce la historia del pensamiento se sale a “la búsqueda de nuevas certezas”, había escrito años atrás Enrique Gómez Hurtado. El escenario fue la Universidad Sergio Arboleda, cuyo Rector Magnífico,  Rodrigo Noguera Calderón, puso en el pecho procero de Enrique la máxima condecoración de la institución, antes recibida solo por otra figura ejemplar: Raimundo Emiliani Román.

Por cierto ha trascendido que los pares académicos se disponen a presentar informe favorable para que se les conceda a la USA la Acreditación Institucional, constituyéndose en el claustro más joven en alcanzar tan destacado logro. Es un reconocimiento a la alta calidad de la educación que se imparte. Los inicios del centro educativo los narra Enrique cuando nos participa del “mesianismo docente” de sus fundadores: Rodrigo Noguera Laborde y Álvaro Gómez Hurtado, quienes se propusieron “la recuperación de las tradiciones de nuestra nacionalidad”. “Quisimos poner en el centro de las miradas izquierdizantes y noveleras nuestra universidad tradicionalista. No solo en el campo de la política sino en muchos aspectos de la actividad del hombre”. “La tradición es coherente porque opera por medio de la consecuencialidad, que tiene un antes y un después y un vínculo que los une en la génesis del hecho. La tradición alimenta la creatividad a través del filtro del tiempo; establece un pedestal sobre el cual puede asentarse la personalidad de quien tiene la tarea de continuar. Es por ello que aceptamos el calificativo de tradicionalistas”.

Paseó, también, su mirada sobre nuestro tiempo, con un estilete dialéctico admirable y estremecedor. Y con elegancia del lenguaje. A lo Ortega, uno de sus maestros. Reclamaba, en síntesis, más humanismo, un humanísimo heroico como lo exigiera Maritain, un pensador que no goza de los afectos de Enrique.

Sí. Asistimos a una gran lección del deber ser. Nos iluminó sobre la obligación de decidir fundamentados en una doctrina. “No se puede decidir en torno de la nada”. Por eso,  él sigue librando sus combates con la juventud de su espíritu inquieto y selecto. Y con el amor inmenso por Colombia que se evidencia en sus angustias. Que son las nuestras. Gracias  Enrique, feliz Navidad con los tuyos.