El ejercicio de funciones directivas cuando implican una gran cantidad de responsabilidades, en las cuales se deben tomar determinaciones serias que implican necesariamente la afectación de personas y entidades, siempre llevan consigo una buena cantidad de gente que está de acuerdo y otra que no lo está. Una de las grandes tragedias, si así pueden llamarse las circunstancias en las cuales deben tomarse determinaciones serias y trascendentales, es la soledad en la cual se halla quien debe tomarlas. Los asesores y consejeros se dan a porrillo; unos de buena fe sincera y leal y otros que no ejercen las virtudes de la franqueza y la honestidad, sino más bien aprovechan las ocasiones para sembrar la cizaña y pescar en río revuelto.
Tratándose de mandatarios en regímenes democráticos como el nuestro, éstos tienen que tolerar y aceptar la libre controversia de sus determinaciones que en alguna medida afectan a todos los gobernados en forma diferente. No todo lo que hacen los mandatarios es del gusto de todos sus gobernados, así es como tienen el derecho de opinar y decir lo que les gusta y lo que no les gusta. Esta es la libertad de opinión, que es un derecho insoslayable, el cual debe formar parte de los elementos de juicio del gobernante y además ser respetados. Es una manera de respiración del cuerpo vivo nacional. En diversas oportunidades se oyó decir a quienes fueron voceros de la oposición cuando se presentaba ante el objeto de sus opiniones contrarias “aquí está su muy noble y leal oposición.” Si fue cierto, hay que entender que la lealtad y nobleza no era tanto para con el mandatario como para con el país.
Entre nosotros desde que comenzó el período del Presidente Santos su antecesor, esgrimiendo la teoría de la traición que aquel le hizo, Uribe ha desatado una feroz oposición que no ha tenido tregua. La interpretación y glosa de hechos y proyecto no ha tenido descanso. Esa ha sido una violenta actitud que parece que guarda concordancia con el temperamento de su inspirador, pero que no ha logrado menoscabar los propósitos y derroteros de Santos. Su voluntad y deseos de que Colombia rescate la paz que no ha debido perder y que la feroz oposición se ha empeñado en desvertebrar y menoscabar, no han sido óbices a su determinación de lograr que finalmente se consiga. Si hay que hacer sacrificios y hay que ser generosos con los enemigos de ayer; eso no figura en los deseos de la oposición. Ésta, bajo la batuta de Uribe a quien deben reconocérsele sus virtudes como político, ha logrado apoderarse con sus argumentos y diatriba de la mente de sus seguidores, de suerte que todos piensan y actúan como él. Sus seguidores son políticamente ciegos o no se les permite que piensen y actúen en forma diferente a como les es dictado desde la cúspide.
El capital político que acompaña al Primer Mandatario está basado en su cauda electoral y en la voluntad de los ciudadanos de bien, que puede ver erosionado circunstancialmente por las tareas opositoras. “Los perros ladran y la caravana sigue” dicen sabiamente los árabes. Santos, bien seguro de lo que está haciendo, no es que haga mucho caso a los perros que ladran ante el avance de la caravana hacia la paz.