Lo sucedido el pasado domingo en la Plaza de Toros de la Santamaría va mucho más allá de la criminalidad de un grupúsculo de desadaptados bien intencionados. Se trata de un síntoma social de la mayor gravedad.
Los insultos, ataques físicos, robos y agresiones que ya de por sí son inciviles e impropios del desarrollo y de las ideas progresistas que los manifestantes juran defender, simbolizan una nueva problemática comunitaria de incalculable tamaño.
Se trataba de un grupo de delincuentes la mayoría de ellos jóvenes (entre los 18 y los 25 años), con prevalencia femenina, casi todos con perfil de estudiantes de universidad pública, con discursos elaborados y arengas sofisticadas y atestados de una sed de venganza y de un resentimiento pocas veces visto. Clase media baja, no pobres, no campesinos, no víctimas y mucho menos marginalizados. Era gente identificable y, a mi juicio, claramente inducida.
Con su mirada fija y desafiante, sin importar la reacción de su destinatario ni la presencia policial, armados de piedras y palos y en la gran mayoría de los casos embriagados de una excitación incontrolable, procedieron a enturbiar el espacio público, a agredir a sus compatriotas y a desafiar la legalidad. La amenaza no se dirigía al arte taurino, como tampoco a una idea política como las privatizaciones, los TLC o la visión capitalista de la economía: se trataba de agredir a las personas en concreto, de desafiarlas y buscarles el quiebre, su descontrol y su reacción violenta.
La mesura y el autocontrol de la plaza contrastó con la violencia de los “animalistas” pero el mensaje de odio y venganza quedó notificado. Había que ver el dolor y el resentimiento que corrían por las almas y los ojos de estos jóvenes. Había que ver su irrespeto a la ley, a la autoridad y las propias reglas del lenguaje. Esos muchachos no querían entrabar un diálogo con los taurinos sino prender la guerra social.
Lo que sucedió en la plaza fue la notificación de lo que se nos viene: de una guerra a muerte contra la libertad, el respeto, el derecho, la armonía social, la mesura, en donde quienes no están con ellos son claro objetivo de reproche violento y desalmado.
Las autoridades no lo pudieron controlar porque no lo entendieron. No es la manifestación, la revuelta, la asonada lo que está en juego, es el odio y la sed de venganza contra personas diferentes y para ellos “pudientes”. Es el sentido de lo concreto y no la participación en abstracto lo que debe llamarnos la atención de la pasada movilización.
*Miembro de la Corporación Pensamiento Siglo XXI.
@rpombocajiao