1914-2012
EN un texto que suelen leer los estudiantes de primer semestre de Relaciones Internacionales en la Universidad del Rosario, el historiador inglés David Thomson dice lo siguiente, refiriéndose al clima general que se respiraba en Europa la víspera de la I Guerra Mundial: “La escena mundial en 1914, en los más amplios términos fue la de una más intensa interdependencia económica combinada con un más radical separatismo político; la de un progreso social y económico, en el sentido de más altos patrones de vida y bienestar, combinado con la creciente tensión entre el capital y el trabajo en el seno de la sociedad; la de un enorme progreso material combinado con el empobrecimiento y la confusión culturales. Claramente se trata de un mundo en estado de fusión y de rápida transformación”.
Interdependencia económica, como la que explica la expansión y el impacto de la crisis inmobiliaria y financiera. Separatismo político, como el que se respira en Cataluña, en Sudán del Sur, en Mali, incluso en Siria. Progreso social y económico, cuyos beneficiarios han sido millones de hombres y mujeres que han salido de la pobreza e integran ahora una pujante (y también voraz) clase media en las promisorias economías emergentes. Una tensión creciente en el interior de muchas sociedades, ante la paradójica persistencia de aberrantes desigualdades, y ante la forma en que suelen distribuirse los costos de la austeridad a la que ahora obligan las acciones irresponsables de algunos banqueros y políticos privilegiados. Un enorme progreso material reflejado en el dispositivo Curiosity que explora la superficie marciana, en los avances de la biomedicina y la nanotecnología, en la velocidad sin precedentes con que circula la información por la web. Y una confusión cultural cuyos síntomas son las crisis identitarias, los fanatismos y los fundamentalismos de todo cuño, el desasosiego del que son presas las antiguas sociedades del bienestar.
Sorprende la forma en que la escena mundial de hoy se parece a la de 1914. El mundo contemporáneo parece estar también en estado de fusión y rápida transformación: así podría deducirse del debilitamiento de Europa, de la contumacia iraní, de la incierta suerte de la Primavera Árabe, del “liderazgo desde atrás” estadounidense, y de la emergencia a veces desafiante de los nuevos protagonistas de la política internacional.
A diferencia de 1914, sin embargo, es poco probable que ahora sobrevenga una conflagración global catastrófica. Pero la agitación y la turbulencia estarán a la orden del día, y no por ser menos letales que una gran guerra, serán menos costosas.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales