“Francia está en guerra”, declaró el presidente François Hollande en Versalles ante el pleno del parlamento francés tras los trágicos ataques terroristas perpetrados por Daesh (el “Estado Islámico”) en París el pasado 13 de noviembre. En realidad, hace rato que Francia está en guerra: por lo menos desde el 8 de septiembre, cuando al mismo tiempo que lanzaba los primeros ataques aéreos en Siria e Iraq, invocó ante el Consejo de Seguridad de la ONU su derecho a la legítima defensa ante lo que calificó entonces como una amenaza “directa y extraordinaria” a su seguridad.
Hace rato también que la resistencia de los kurdos y las campañas aéreas de la coalición multinacional han logrado contener el avance de Daesh. Pero éste conserva aún un importante control territorial del que deriva ingentes ingresos y que le proporciona además un santuario y bastión en el que impone su régimen a sangre y fuego, y que atrae a cientos de combatientes extranjeros cuyo retorno a sus lugares de origen allana el camino al propósito de llevar la “Yihad” a todo el mundo.
Lo ocurrido el 13N revela una creciente sofisticación antes que un cambio en la estrategia de Daesh. La “Yihad” ha dejado de ser simplemente “internacional” y se ha “globalizado”, tal vez irreversiblemente. El “ataque en enjambre”, cuidadosamente orquestado, viene a reforzar a los “lobos solitarios” que actúan por pura inspiración individual. Los atentados son más espectaculares y también más letales e indiscriminados, y cumplen una función propagandística orientada no sólo a reclutar, sino a generar una identificación simbólica tan necesaria para Daesh como peligrosa para las democracias de Occidente.
Esas mismas democracias enfrentan, una vez más, un dilema entre libertad y seguridad nada fácil de resolver. Los oportunistas intentarán impulsar su agenda nacionalista y xenófoba, y quizá encuentren el terreno abonado en medio de la confusión y el estupor. La existencia de un enemigo común -que no es sólo Daesh, sino el islamismo militante en todas sus formas y manifestaciones- podría abrir una ventana de oportunidad para una mayor cooperación internacional. Pero no garantiza en absoluto la comunidad de intereses necesaria para resolver los problemas de fondo. En el mediano plazo, una combinación de instrumentos duros quizá conduzca a derrotar a Daesh sobre el terreno, pero tomará mucho tiempo desterrar el fundamentalismo de las mentalidades y neutralizar los factores que impulsan la radicalización.
Esta será una larga guerra. Como todas las guerras, provocará daños colaterales. Ojalá que Occidente y los valores que encarna no sean uno de ellos.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales