Andrés Molano Rojas* | El Nuevo Siglo
Lunes, 9 de Febrero de 2015

Lógica del sinsentido

 

Cuando aún no acaba de asimilarse el impacto producido por la incursión de los yihadistas en las oficinas de Charlie Hebdo en París y de la mortífera secuela que han dejado en su intento de fuga; cuando la barbarie terrorista -la de las decapitaciones transmitidas masivamente por internet, la de los niños convertidos en verdugos, la de los yazidíes virtualmente exterminados- parece haber alcanzado su límite, las demoledoras imágenes del asesinato del piloto jordano Moath al-Kasasbeh, quemado vivo por sus captores del “Estado Islámico”, ponen una vez más en evidencia una de las características más peculiares del terrorismo: tras la aparente irracionalidad de la violencia que practica, se oculta una lógica implacable y tristemente efectiva.

El terrorismo opera, por definición, mediante el uso suntuario de la violencia. La destrucción que los terroristas provocan parece, a ojos de una opinión pública conmocionada, desproporcionada, abiertamente inconducente, acaso superflua. En realidad, el uso del terrorismo puede ser incluso contraproducente para quienes lo practican.  El terrorismo es supererogatorio: es una violencia que va más allá de cualquier necesidad y utilidad estratégica directa, una violencia tan gratuitamente ejercida que fácilmente se juzga patológica. Pero los terroristas no son enfermos mentales, ni el terrorismo es el arma de los desquiciados. La acción terrorista es, básicamente, propaganda, y despliega toda su eficacia destructiva especialmente en el terreno de lo simbólico, más allá de los daños físicos y materiales que provoca. Por eso la puesta en escena, la representación y la repetición: la masacre o la bomba convertidas en una pantomima.

Estos rasgos del terrorismo producen enorme desconcierto. En las páginas de The Washington Post el columnista Charles Krauthammer se preguntaba “¿Tiene lógica la barbarie?”.  En El País, de España, Lluís Basset denunciaba una puja en la atrocidad “que busca difusión, más reclutas y disuadir al adversario”; y advertía que “no hay límites para una imaginación perversa”.  En una época saturada de mensajes,  esa imaginación perversa está sobreexcitada, y sabe muy bien que si quiere impactar una audiencia tiene que apostar por el máximo escándalo, por el máximo ruido.  ¿Qué quieren los terroristas?  ¿Qué logran con su violencia? ¿Hasta dónde serán capaces de llegar?  Estas tres preguntas tienen una misma respuesta. Pues el terrorismo -especialmente el terrorismo milenarista contemporáneo- quiere sólo una cosa, aspira a lograr un solo objetivo, y llegará tan lejos como sea necesario a efectos de lograrlo:  la destrucción, la aniquilación, la privación de todo sentido.  Esa es la lógica de la barbarie:  la implacable y tristemente efectiva lógica del sinsentido.

*Analista  y profesor de Relaciones Internacionales