El día después
Todo cambia el día después de las elecciones. Quien haya sido elegido (o reelegido) Presidente de la República tendrá que dejar de comportarse como candidato y honrar la investidura que le ha sido concedida por el voto de los ciudadanos, al cabo de una campaña que, como pocas en la historia reciente del país, estuvo empañada por la guerra sucia, la propaganda negativa, la exacerbación de las antipatías, y la invención de miedos y fantasmas como instrumento para la movilización electoral. Una campaña cuyo resultado es también una más intensa y profunda polarización y que prefigura una transformación importante en el sistema político colombiano cuyas implicaciones y consecuencias resulta por ahora difícil prever.
Si Juan Manuel Santos ha ganado la reelección, más le vale, por el bien del país, no malinterpretar el mensaje de la ciudadanía. Muchos de quienes depositaron su voto por él lo hicieron a pesar de sus reservas frente a los notables lunares que ensombrecen su gobierno, y en algunos casos, también a pesar de no compartir las recetas por las que ha apostado durante estos 4 años para afrontar los más acuciantes problemas del país; e incluso, además, a despecho de sus limitaciones -acaso derivadas de su propia personalidad- para ejercer un liderazgo más contundente, más inspirador, para conducir al país por el complejo tránsito hacia el fin del conflicto y la construcción de la paz.
Si por el contrario, el nuevo presidente es Óscar Iván Zuluaga, habrá de reconocer, para empezar, que no basta con haber sido alcalde de Pensilvania, ni “el mejor ministro de Hacienda”, para regir los destinos de una nación como Colombia en esta coyuntura de su historia. Tendrá que asumir también la responsabilidad de aplacar el temor que inspira en muchos colombianos -y no sin razón- el talante de su entorno. Y sobre todo, tendrá que demostrar, con los hechos, no sólo que no es un mero vicario del expresidente Uribe, sino que no aplicará la política de “tierra arrasada” frente a los logros y avances -quizá limitados, pero plausibles- del gobierno de su predecesor, y que antepondrá los intereses del país al dogmatismo ideológico de las facciones más recalcitrantes que han apoyado su campaña. Pero cualquiera de los dos tendrá que reivindicar y validar su condición de Presidente de todos los colombianos. Para ello será necesario construir un mejor clima político, promover consensos incluyentes pero respetuosos de la discrepancia, devolverle al país la capacidad de creer en sus instituciones, renunciar al mesianismo y gobernar con la verdad.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales