Lavandería Unasur
Las organizaciones internacionales sirven para muchas cosas: facilitan la cooperación entre los Estados, disminuyen los costos de transacción de las interacciones entre ellos, arbitran disputas y resuelven conflictos, agilizan el proceso legislativo internacional, sistematizan y suministran información, y algunas incluso tienen cierta capacidad ejecutiva directa -aun en el marco de un sistema internacional caracterizado por la anarquía-, es decir, por la ausencia de una autoridad centralizada.
Pero a veces también funcionan como “lavanderías”: como instrumentos de legitimación (de lavado) de intereses particulares y de conductas de los Estados que, de otro modo, serían inaceptables. No es lo mismo, por ejemplo, usar la fuerza unilateralmente y motu proprio, que hacerlo con licencia del Consejo de Seguridad de la ONU. De ahí que en su momento los EE.UU. buscaran afanosamente, y hasta el final, el aval del Consejo (representante presunto de la “comunidad internacional”) para intervenir militarmente en Iraq, contra el régimen de Sadam Hussein. A la postre actuaron sin dicha autorización, pero hubieran preferido hacerlo contando con ella.
Tristemente, ante la preocupante crisis política que vive Venezuela, la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur) parece estar operando no más como una lavandería. Ya lo había hecho el año pasado, cuando en una cumbre extraordinaria celebrada en Lima convalidó la estrecha ventaja reivindicada por Maduro en la reñida contienda por la Presidencia de ese país. Blindado así, con el respaldo institucional de la “comunidad suramericana”, el régimen chavista terminó de atornillarse a Miraflores, ignorando por completo los reclamos de la oposición, aun a pesar de que la misma Unasur tomó “nota positiva de la decisión del Consejo Nacional Electoral de implementar una metodología que permita la auditoría del total de las mesas electorales” (la cual nunca tuvo lugar, y por la que nunca le pidió cuentas a nadie).
Y ha vuelto a hacerlo en Santiago de Chile. Una vez más, Unasur sirve de parapeto a Nicolás Maduro. Otra vez los gobiernos de la región se han lavado las manos con una declaración que en vano busca ocultar lo evidente: su falta de liderazgo, su silencio tolerante con el abuso de poder y la arbitrariedad, la tibieza de su compromiso con la democracia. Nuevamente, como hace un año, Unasur se hace eco de los intereses del chavismo y su retórica paranoica y conspirativa. Ahí está, Unasur, la lavandería: la de las comisiones de acompañamiento (y aplauso); la que refrenda diplomáticamente los desmanes de la “Revolución Bolivariana”; la que hace echar de menos las épocas más promisorias del régimen democrático interamericano.
*Analista y profesor de Relaciones Internacionales