ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD | El Nuevo Siglo
Sábado, 1 de Marzo de 2014

Juego político

 

Proceso  de paz, conflicto venezolano, campañas electorales. La coyuntura política de nuestro país es compleja. Siempre lo ha sido. Un país que no consigue los mínimos de convivencia social y que ha perpetuado una guerra sin sentido, merece una revisión profunda en sus modos políticos. Es evidente que lo que hacemos no funciona. Nuestro compromiso social es nulo y el analfabetismo político vergonzoso para una supuesta democracia.

Todo gobierno es susceptible de vicios. Eso es tan cierto como que somos humanos. El sistema perfecto no existe. Sin embargo, también es cierto que el vicio no es lo que debe predominar. El vicio aparece como un desliz, un error momentáneo; al ser detectado se inicia una lucha por su erradicación. Eso, cuando los fines que orientan las acciones están claros. Cuando el vicio se instala como fin se desdibuja cualquier otro modo de proceder que recuerde lo virtuoso.

Nuestro gobierno sufre de este terrible mal. Está atrapado en el vicio de modo profundo y muchas veces inconsciente. Su situación es equivalente a la de un alcohólico o drogadicto que aun cuando sufre por su precaria situación, cree tener el control de su vida y se niega rotundamente a recibir ayuda en un acto supremo de soberbia. Se afirma en su proceder de modo descarado.

Que el proceso de paz esté al vaivén de los juegos de poder que solemos iniciar y consentir en época preelectoral es una vergüenza para todos los colombianos. Claramente el fin de las acciones políticas de estos días no es ni conseguir la paz, ni procurar el bien común, ni ayudar a los países vecinos; el centro de todas las acciones es cómo adquirir poder o cómo perpetuarse en él.

El circo que se despliega en campañas electorales presenta al pueblo estrategias y habilidades que encantan, divierten o sorprenden. El ingenio está presente en toda su riqueza para construir un discurso pegajoso que oriente el comportamiento social en las urnas. Todo se vale. Entre más ingenioso mejor. Es allí, en ese juego político, donde queda en evidencia lo que hace unos años me dijo  el filósofo Rafael Alvira en un curso de filosofía política: “las cualidades de un buen candidato son inversamente proporcionales a las propias de un buen gobernante”.

Las campañas electorales deberían estar en segundo plano frente a situaciones tan urgentes y determinantes para el futuro del país como los acontecimientos en torno del proceso de paz. La elección de un representante debería venir como derivado de las acciones reales que los políticos lleven a cabo y no al contrario, como suele suceder en nuestro país. Aquí, nos enteramos de los candidatos por vías virtuales, por imágenes ficticias, por panfletos trasnochados, pero nunca cuentan las acciones como criterio de decisión, entre otras cosas porque son casi completamente desconocidas.

Si continuamos con este comportamiento electoral, que se orienta por las promesas y el show y desconoce las herramientas reales con las que cuenta el candidato para desempeñarse políticamente seguiremos comportándonos como menores de edad, sujetos a un sistema vanidoso y ambicioso que no nos deja prosperar como país.