ALEJANDRA FIERRO VALBUENA, PhD | El Nuevo Siglo
Sábado, 20 de Julio de 2013

Competencia y autoengaño

 

La carrera por alcanzar las metas que impone la sociedad de consumo nos lleva a perder de vista el sentido de los actos que componen nuestra existencia. Es tanto el afán por conseguir reconocimiento en los distintos ámbitos de nuestra vida, que con facilidad nos deslizamos hacia el autoengaño y pocas posibilidades tenemos de darnos cuenta a tiempo de ello.

El estilo de vida que se impone en la cultura actual invita, desde muy temprana edad, a entrar de lleno en la dinámica de la competencia y a emprender una carrera contra el tiempo para alcanzar las metas que, supuestamente, nos llenarán de satisfacción. El sistema educativo (que orgullosamente se autodefine como competitivo) imprime en los más pequeños ese afán por terminar, llegar, “coronar”. No importa cuál sea el sentido de las acciones, la obsesión por ser los primeros se instaura como parámetro de acción y nubla la vista frente a cualquier otra dinámica vital. Se puede corroborar esto al observar, por ejemplo, que derivado de una pedagogía del juego anclada en el sistema de aprendizaje por competencias, los niños prefieren desde muy temprano, juegos que, en lugar de incentivar el acercamiento al otro para conocerlo, aprender y compartir, contengan retos en los que hay que encontrar el modo de pasar por encima de los demás. El grado de frustración aumenta cuando se pierde y se renueva el ansia de ganar a costa de lo que sea. 

En la vida adulta este patrón prevalece y trae consigo infinidad de fantasmas que terminan por sumir a los individuos en un profundo autoengaño. Cada cual se plantea metas que prometen un gran triunfo. Este triunfo está, las más de las veces, ligado a la adquisición de bienes materiales o al reconocimiento social. La vida se convierte en una agotadora carrera en la cual quien piensa, pierde y con ello, el lugar para la reflexión  y la búsqueda de sentido, desaparece casi por completo. Sin embargo, la llegada a la meta nunca trae consigo la satisfacción buscada.

La llegada a la meta es el nuevo punto de partida para alcanzar otra mayor, pues se experimenta frustración al no hallar la felicidad o la tranquilidad que se esperaba. Es allí donde el autoengaño entra a jugar un papel definitivo, pues es el que obliga a plantearse un nuevo derrotero con la esperanza de, esta vez sí, encontrar lo anhelado.  El problema está en que se espera que haciendo lo mismo, el resultado sea completamente distinto. El quid del asunto está en el sentido de la vida humana y, por tanto, en la orientación de las acciones hacia aquello que se corresponda con dicho fin. La reflexión, el autoconocimiento y la valoración de las metas en un marco vital más amplio, son el camino para salir de la dinámica del autoengaño.

No es sencillo abrir estos espacios en la cultura de hoy. Hace falta ir contra corriente y salir, de modo voluntario, de las dinámicas de competencia, a costa de ser subvalorado e incomprendido. Sin embargo, será más satisfactoria la verdad sobre sí mismo, que ajustarse a una dinámica engañosa que termina por agotar, confundir y desperdiciar el profundo potencial humano.