ADRIANA LLANO RESTREPO | El Nuevo Siglo
Viernes, 1 de Agosto de 2014

Victimismo

 

Ahora que hasta las mismísimas Farc se creen víctimas de un Estado, una nación y un país al que han atormentado y arrodillado durante más de 50 años, recuerdo un verso de Mahmud Darwish en su libro No pidas Perdón: “¡Yo soy la víctima!”. “¡No, yo soy / la única víctima!”.

Es que parejo con el arribismo hay otra característica que nos define como colombianos: el victimismo, esa perniciosa tendencia a considerarnos víctimas e incluso, a hacernos pasar por tales, fieles a la manía de competir por males.

 

La Historia nos muestra víctimas verdaderas que tuvieron la enorme dignidad de no refrendar su condición, como Nelson Mandela; y otras, como Israel, empeñado en cobrar por secula seculorum el crimen de la Humanidad, contra su pueblo.

Es que el victimismo permite perpetuar la condición de víctimas y recibir réditos ad infinitum. El prurito de ser el más más de los desgraciados, ha posibilitado que en Colombia haya incluso un delfinato de víctimas, con derecho a la reparación de por vida, generación tras generación. Mientras miles de víctimas carecen de voz, hay familias enteras de políticos, a diestra y siniestra, a las que como país les hemos recompensado con creces su dolor, como si la condición de víctima se heredara.

 

Todos en Colombia somos víctimas de las F        arc, porque sus acciones han afectado nuestra percepción de seguridad, nuestra tranquilidad y el derecho a vivir en paz. Me pregunto entonces cuáles víctimas irán a La Habana: las VIP o las de quinto atril.

Humberto de la Calle dice que la presencia de las víctimas “no tiene antecedentes en ningún proceso de paz del mundo”; sí los tiene: la Comisión para la Reconciliación y la Verdad creada por Mandela, en la que las víctimas tuvieron la voz cantante del proceso.

Si en Cuba se buscará “satisfacer de la mejor manera posible los  derechos de las víctimas a la verdad, la justicia, la reparación y la no repetición”, en aras de la reconciliación uno no pide un Juicio de Nuremberg para las Farc, pero tampoco una dulce amnistía, llena de perdón y de olvido.

Frente a su cínica aseveración de que "las víctimas son víctimas del conflicto y el Estado es el máximo responsable por acción o por omisión", parafraseo a mi amado poeta  palestino: “Una víctima no mata a otra/ y en esta historia hay un asesino / y una víctima”.

Ustedes son lo primero, Colombia lo segundo.