Aberración sexual | El Nuevo Siglo
Martes, 2 de Marzo de 2021

La lectura del libro de Theodoor Hendrik van de Velde, “El matrimonio perfecto”, un texto de 1926, demuestra los trastornos que padecen los machos , en cuanto que su intención sexual no se cumple con el ánimo de compartir con la pareja el placer del coito, sino que, por el contrario, lo que se busca irrenunciablemente es el placer de la eyaculación, una sustitución de la masturbación utilizada en los primeros años de la evolución hormonal, expuesta en la erección del pene, instintivamente y no producto de la atracción amorosa; se trata de un descarrió del medio ambiente ejemplarizado por la sociedad de consumo.  

A diario se comentan públicamente estas actitudes, común y corrientes, en todos los estratos sociales, trastornando el ambiente social y, además, el sentido amable y fraternal que se cultivaba antiguamente para llevar a cabo la unión familiar, fuente de la organización de los pueblos. Las violaciones a las hembras hoy son común y corrientes y se persiguen las adolescentes, las niñas inocentes,  para satisfacer placeres egoístas, instintivos. 

La política de los estados se ha incentivado, con respecto a estos acontecimientos, agravando esas conductas como delitos, castigados con penas mayores; sin embargo, analizando los escenarios se deduce, sin mayor esfuerzo intelectual, que lo ocurrido es la consecuencia de la “mala educación”, pues amén del mal ejemplo de los padres, la cultura corriente comercial estimula esos comportamientos. Si se memoriza que en el reciente pasado se promulgaba la virginidad como fuente validada de honor, las restricciones en el medio sexual eran conscientes y notorias, hasta cuando se divulgaron los medios anticonceptivos y se liberó a la mujer para satisfacer sus deseos sexuales. Pero educar racionalmente estos cambios, para impedir las exageraciones aberradas, únicamente se hace acudiendo a la penalidad, una amenaza que de ninguna manera impacta emocionalmente para regular el uso del placer, como lo enseña Michel Foucault.   

Hace tres años, el 28 de febrero, en esta columna expuse el reconocimiento a la labor pedagógica cumplida por el maestro Lui Miguel Bermúdez, ponderada por Bill Gates, al seleccionarlo entre los mejores 10 educadores del mundo. Es una lección ejemplar que debe extenderse a sus colegas, por cuanto su tarea fue ideada a partir del reconocimiento de una situación real que hay que verla sin prejuicios y  criterios “mojigatos”. Su trabajo se concretó a prevenir, inteligentemente, el embarazo de adolescentes que impulsados por sus apetitos genitales terminaban gestando un fracaso como consecuencia de una precoz e irresponsable satisfacción de su instintiva  sexualidad. 

Ese episodio comprueba que no es la amenaza penal la que previene esos extravíos sociales. Todo, en el fondo, es la consecuencia de la mala educación, como lo expone Wilhelm Stekel, en su análisis de la “Psicopatología de la vida amorosa de la mujer”. Destacando que los disparatados impactos infantiles trastornan las conductas y de ahí se concluye que para los niños esas perturbaciones son la fuente de la conducta delincuencial. Hay que educar sabiamente.