Ya se apagaron los villancicos de la Navidad, la fiesta de la familia, del reencuentro, de los niños, del árbol, el pesebre y los regalos. El Año Nuevo es también una fiesta, pero más de cierre, o mejor, de transición, en la que los viejos removemos la nostalgia de tiempos pasados, que sentimos mejores aunque no lo hayan sido; y es también momento para quemar frustraciones y arrepentimientos, reemplazándolos por deseos renovados y propósitos optimistas, así sean los mismos de siempre con vestido nuevo.
Una evaluación de lo que le pasó a Colombia en el año que terminó quizás no me cabe quizás en estas líneas, comenzando por las promesas de un posconflicto edénico tras la firma de un acuerdo que se vendió como milagroso; promesas que hoy lucen desteñidas, ahogadas en un mar de corrupción y de violencia, un mar huracanado por los vientos letales del narcotráfico y la erosión de los valores ciudadanos.
Por eso prefiero mirar hacia delante, no solo en el tiempo sino en la necesaria transición generacional. Prefiero mirar con optimismo hacia la coyuntura de cambio que va a tener el país en 2018, cuando los colombianos, mirando hacia el vecindario, mirando hacia el mundo y mirándonos a nosotros mismos, volquemos en las urnas nuestra responsabilidad como ciudadanos y decidamos en democracia qué país queremos tener hacia el futuro, a quiénes vamos a llevar al Congreso y a la Casa de Nariño, porque de esa decisión depende la orientación ideológica que moverá las decisiones de un gobierno elegido por nosotros y al cual nos someteremos libremente.
¿Vamos a retomar la senda de la libertad y el orden que se anuncian en el escudo patrio, con instituciones democráticas sólidas y soberanas, que garanticen la confianza en la ley y en la justicia? ¿Vamos a votar por el derecho a la seguridad integral que permita el disenso respetuoso e incentive la iniciativa privada y la libre empresa? ¿Vamos a optar por un Estado íntegro, austero y respetable, que preserve el interés general y promueva la equidad efectiva en la distribución de los frutos del desarrollo? Si eso es ser de derecha, me confieso como tal y votaré como tal.
O bien, ¿vamos a derivar hacia la izquierda socialista de la que el mundo se está devolviendo, la misma que en su versión latinoamericana le hizo tanto daño a este pedazo del mundo durante los últimos 20 años? ¿Vamos a seguir como ejemplo a los regímenes que, bajo su piel de oveja, esconden la conculcación de los derechos fundamentales, sobre todo a la libertad en todas sus formas, a manos de Estados centralistas, opresores y más corruptos que los que reemplazaron, dizque para luchar por los derechos de los más pobres?
Y en medio de tan trascendental decisión también prefiero mirar hacia delante: mirar con confianza hacia las generaciones que nos siguen; prefiero mirar a mis hijos; prefiero mirar a la juventud colombiana; prefiero invitarla a que asuma su papel en la historia, como lo hizo –o al menos lo intentó– la nuestra hace 50 años, en ese emblemático 1968 que estremeció al mundo y marcó el comienzo del fin de una guerra cruenta y abominable como todas.
En el liderazgo de los jóvenes, en su fuerza electoral, descontaminada de politiquería y corrupción; en la decisión informada y masiva de los jóvenes, sin prejuicios ni estigmatizaciones, es donde debemos cifrar las esperanzas por una Colombia más segura, próspera y equitativa.
Por ello, a mis hijos y a los jóvenes de Colombia primero, pero también a todos mis compatriotas, mis mejores deseos para 2018.
@jflafaurie