Bach, Federico II y la fuga a tres partes | El Nuevo Siglo
Foto Montaje El Nuevo Siglo
Domingo, 4 de Febrero de 2018
Antonio Espinosa*
A partir de este domingo, y cada 15 días, EL NUEVO SIGLO presenta tres entregas sobre la vida de Bach, Haydn y Wagner. En este primer artículo, se cuenta la carrera del  genio del barroco y la relación que tuvo con uno de sus gestores, el monarca de Prusia

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EN 1747, a tan solo tres años de su muerte a los 65 años, Johann Sebastian Bach tenía ya una reputación imponente, quizás incluso un tanto intimidante entre los músicos y melómanos de su natal Alemania, a pesar de no contar con mucho reconocimiento en otras costas. Pero el Kapellmeister de Leipzig era reconocido no tanto como el compositor inigualable a quien hoy la música venera de manera unánime, sino como un gran intérprete del teclado, y como un improvisador de habilidades casi sobrehumanas. Se decía que podía improvisar una fuga a cuatro partes al instante sobre cualquier tema (unidad musical básica, como el comienzo de la quinta de Beethoven, o, las diez notas emblemáticas con las que abre la canción de Los Simpson) que se le entregase. La fuga es un complejo mecanismo formal del barroco a partir del cual una composición elaborada surge de un solo tema, un ejercicio de composición con el cual muchos estudiantes de música a través de la historia se han arrancado los pelos durante semestres enteros.

 

Uno de los melómanos que conocía la reputación de Bach era Federico II el Grande, Rey de Prusia, cuyo amor por la música quedó inmortalizado en un bellísimo cuadro de Adolf von Menzel que lo muestra tocando la flauta junto a un pequeño grupo de cámara en su palacio. El Rey hizo llamar a este famoso intérprete a su palacio para mostrarle su nueva adquisición, uno de los primeros pianofortes, tal y como los conocemos hoy en día, y decidió enfrentarlo adicionalmente con un pequeño reto. Le pidió a Bach que improvisara, sobre este nuevo instrumento, una fuga a tres partes sobre un tema de su propia autoría. El tema era largo y difícil, serpenteando con melancolía por entre once de las doce notas de la escala cromática en ángulos extraños y saltos irregulares. Un reto como este, presentado a un músico famoso, tiene todo la imprenta del carácter de su época, en la cual los grandes intérpretes frecuentemente participaban de un juguetón espíritu competitivo no muy distinto al del jazz en los años 40 (que además comparte con el barroco su énfasis improvisatorio), o las guitarras eléctricas híper veloces del shred de los años 80. A pesar de  la dificultad del tema, Bach cumplió sin mayores dificultades, y quedó fascinado con las posibilidades dinámicas y tonales del nuevo fortepiano, al igual que con el tema del Rey.

 

Dos meses después, de vuelta en Leipzig, Bach publicaría una obra a la que llamaría Das Musikalische Opfer, la Ofrenda musical, dedicada a Federico II y basada enteramente en el difícil tema de aquel reto en el palacio. La pieza es una proeza descomunal, “resolviendo” el tema del Rey en distintas configuraciones formales de la época como cánones (procedimiento en el cual un tema es seguido por una imitación exacta de sí mismo, como el famoso Canon de Pachelbel) y, por supuesto, fugas. La intención de este diseño no era únicamente demostrar las capacidades de su prodigioso compositor, sino también las del nuevo pianoforte, siendo la obra escrita específicamente para el instrumento que Bach había probado en el palacio real. La inscripción original del manuscrito leía “Regis Iussu Cantio Et Reliqua Canonica Arte Resoluta,” “El tema dado por el Rey resuelto en el arte canónico,” dígase, mediante los procedimientos formales de época previamente mencionados. La Ofrenda musical incluye también una pequeña sonata de cuatro movimientos en la cual participa la flauta, instrumento que interpretaba el Rey Federico II.

 

El Bach de esta pieza es el Bach tardío, de las exploraciones musicales enormes y el contrapunto elaborado, cuya sofisticación aún hoy nos deja boquiabiertos. A esta época pertenece también su Arte de la fuga, cuyo manuscrito pasaría al olvido en el escritorio del gran compositor, obra aún sin terminar cuando él muriera en 1750. Aunque el manuscrito del Arte de la fuga fuese salvado por su familia, muchas obras del gran compositor fueron encontradas años después por azares bondadosos del destino, o quizás gracias a alguna especie de intervención Olímpica, y nunca sabremos cuántas hemos perdido definitivamente. Excepcionalmente, la Ofrenda musical se salvó incluso del olvido del futuro cercano a la muerte del compositor gracias en gran parte a su regia dedicatoria. Hoy en día nos asombra aún, pues es un testimonio del genio único de Bach y su inagotable imaginación, que forjó de un sencillo tema diseñado por Federico II para un reto de salón, una obra polifacética y profunda que constituye una exploración formal, tonal y pianística que tiene poquísimos paralelos no sólo en la música, sino en todas las artes de Occidente.

 

Esta historia de la Ofrenda musical y su génesis es una interesante mirada a la relación de las aristocracias tradicionales con la música, no sólo en la carrera de Bach, sino en el Barroco alemán y europeo en general. Si bien hoy en día se postula que el tema del Rey es una variación de un tema de George Frideric Händel, aquella otra eminencia alemana del Barroco tardío, el hecho de que el rey tuviese conocimientos musicales suficientes como para presentarle este tema particularmente difícil a Bach como reto, además de ser juzgado por el compositor como un intérprete de flauta lo suficientemente capaz como para escribirle una parte en su sonata, nos dice mucho sobre la cultura musical de los altos círculos aristocráticos de la época, y sobre la cercanía real que tenían en muchos casos sus miembros con las artes que patrocinaban. Una obra como la Ofrenda musical, con su inmensa duración y sus turbulentas dificultades, no hubiera sido una obra “popular” en el sentido común en ninguna época, y por ello es un error atribuirle a nuestros tiempos una particular ignorancia en este sentido. La diferencia yace, como nos los puede mostrar esta anécdota, en la educación artística superior que recibían los miembros de la élite en épocas pasadas, la cual les permitía hacerse partícipes activos de las carreras de figuras como Bach,  cuyo legado ha enriquecido a la cultura Occidental como pocos otros.