Formación ética, de la universidad a la casa | El Nuevo Siglo
Foto archivo El Nuevo Siglo
Viernes, 9 de Agosto de 2019
Freddy Patiño Montero*
Instrucción a futuros profesionales debe, en primera instancia, impactar en el seno de familias y comunidad inmediata. Nueva entrega de la alianza de EL NUEVO SIGLO y la Procuraduría General

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Inicio este texto parafraseando una estrategia pedagógica implementada en la asignatura de Ética de la Universidad Santo Tomás, en la modalidad a distancia. Lo anterior, en tanto que recoge la idea central de esta breve reflexión, a saber: la educación recibida en la Universidad también puede (y debe permear) el contexto familiar.

Se ha vuelto un lugar común que la ética sea motivo para que las diferentes instancias y agentes educativos como el Estado, la sociedad, las iglesias y las familias, entre otros, terminen enfrascados en discusiones sobre quién tiene la culpa de los problemas éticos que afronta la sociedad colombiana. Sin embargo, pocas apuestas coinciden en acciones que posibiliten acuerdos para trabajar de la mano y asumir roles que permitan avanzar progresivamente en resolverlos.

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En este sentido, esta propuesta pretende hacer mayor énfasis en la retribución que debe tener la universidad, como institución social, en que la formación de los futuros profesionales debe, en primera instancia, impactar en el seno de sus familias y su comunidad inmediata. Esto implica que se haga una revisión educativo-pedagógica de las estrategias didácticas que se implementan desde todas las asignaturas (especialmente las del componente humanista). El propósito es diseñar actividades para que los estudiantes pongan en práctica con sus familias aquellos aprendizajes que se construyen al interior de las aulas universitarias.

En un país como Colombia, donde los currículos están permeados por el objetivo de ofrecer una educación integral en todos los niveles educativos, es necesario hacer un mayor esfuerzo para que el componente humanístico conlleve a trascender tan ricas teorías y poder hacer de ellas una filosofía práctica, que contribuya a que los estudiantes desarrollen habilidades superiores de pensamiento. Es decir, que trasciendan la reflexión y motiven las acciones creativas.

ENS

En la cotidianidad de las familias y de la sociedad es posible identificar “pequeños problemas” de convivencia, representados en situaciones relacionadas con la falta de comunicación, el desorden, el incumplimiento con las pautas de la casa y poco apoyo en las tareas del hogar, entre otros, hasta aspectos de otro nivel como acciones derivadas del consumo que inciden en el ambiente, como el uso desmedido de recursos naturales, no reciclar los residuos y los hábitos poco saludables, por mencionar algunos. Todos ellos son susceptibles de ser abordados por los estudiantes universitarios de diferentes disciplinas, que con la aplicación de sus aprendizajes podrían tener incidencia, a través de la implementación de estrategias que propendan por el reconocimiento de situaciones problemáticas y así proponer espacios de diálogo, invitando a los directamente implicados a generar acciones que permitan su mejoramiento. Esto implica acompañamiento, la definición de metas, tiempos y responsabilidades. De igual manera pueden conllevar a transformar malas prácticas y generar nuevos hábitos que posibiliten la generación de ambientes éticos al interior de las familias.

Pareciera una apuesta sencilla, sin embargo implica un rol protagónico por parte de los estudiantes y, como lo mencionaba anteriormente, la aplicación de saberes teóricos de las disciplinas humanistas y de sus carreras de estudio.

Reto pedagógico

Por supuesto, la pedagogía no es la ciencia de las buenas intenciones. Por ello, es indispensable que sean los profesores, expertos en sus campos disciplinares, los que están llamados al diseño de estrategias y actividades intencionadas que hagan posible que la universidad entre en las casas, mediante la puesta en práctica del saber académico y las competencias orientadas a una educación integral.

La formación ética no es un asunto exclusivo de una edad ni de un escenario específico. No es solo responsabilidad de las familias, como tampoco lo es de la Escuela o la Universidad. Como afirmaba Aristóteles: somos animales políticos. Es decir, nos desarrollamos en sociedad. Y, en sociedad construimos los hábitos que luego se reflejan en nuestras acciones cotidianas. Por tanto, también es posible deconstruirlos, transformarlos o construir otros que permitan dejar de lado aquellos que no nos hacen bien a nosotros ni a nuestra comunidad. El hombre no es bueno ni malo por naturaleza, sus actos le vienen dados como consecuencia de los hábitos que ha construido a lo largo de su vida. No obstante, también contamos con inteligencia para reflexionar sobre nuestras acciones. Por ende, la educación es un dispositivo social para la materialización de los ideales de ser humano y de sociedad que se quieren formar para el presente y para las futuras generaciones.

Así las familias ni las instituciones sociales per se buscan la formación de sus propios verdugos. De esta manera, a las universidades en cuanto lugares privilegiados del saber académico, nos corresponde brindar herramientas que no solo formen la fuerza laboral del país, sino generar una transformación social desde el interior de las familias, con las posibilidades que brinda la ciencia al servicio de la sociedad.

De no hacerlo, resultaría como afirma David Carr -2005:   “(…) difícil entender cómo una asociación humana civilizada puede subsistir si no reconoce de alguna forma que no se debe mentir, robar, intimidar, discriminar a los demás por su género, raza, minusvalía física, etc., y cómo una escuela -como institución humana en particular- podría funcionar de manera eficaz sin un consenso moral básico (p. 104).

En efecto, construir ese consenso moral como base de la formación ética, implica que los profesionales en cuanto ciudadanos que se forman en las diferentes Instituciones de Educación Superior dejen de ser espectadores, como define Bauman, Z. (2018) a las personas que ven cómo se comete el mal pero apartan la mirada y no hacen nada por impedirlo (p.58). Por esto, es indispensable que los estudiantes reconozcan la realidad, se dejen interpelar por ella, se pongan la camiseta e intervengan desde sus contextos inmediatos con las situaciones que reclaman su protagonismo. 

Basta de “tirarse la pelota” de las culpas, todavía hay mucho por hacer en la batalla por formar para una vida ética a las personas y a la sociedad. Se requiere que los ciudadanos pasen de la indignación farandulera de las redes sociales a las acciones concretas que partan de la transformación de su contexto inmediato, en lugar de pretender que otros cambien el país o el mundo.

 

* Secretario de la Red para la formación ética y ciudadana. Profesor de la Universidad Santo Tomás. Las opiniones expresadas en este texto no representan a la institución