Una crisis sobrediagnosticada | El Nuevo Siglo
Domingo, 23 de Enero de 2022

* El imparable calentamiento global

* Acuerdo de París sigue en el limbo

 

El calentamiento global no se detiene, lo que significa que los efectos lesivos a corto, mediano y largo plazos del cambio climático tampoco. Si bien este es un diagnóstico que se ha repetido incesantemente en las más de dos décadas corridas de este siglo, no por ello el fenómeno que amenaza la supervivencia misma de la humanidad en esta centuria se ha morigerado.

De hecho, en la cumbre de cambio climático realizada en Escocia a finales del año pasado una de las principales conclusiones fue, precisamente, que si bien existía conciencia de la mayoría de los países sobre la urgencia de contener el aumento de la temperatura a nivel planetario, especialmente en cuanto a limitar las emisiones de gases de efecto invernadero, a la hora de honrar los compromisos adquiridos en el Acuerdo de París en 2015 prevalecían la renuencia a volver obligatorias las metas nacionales en la materia. Y más aún, la excusa de que forzar o acelerar una transición hacia modelos de producción sostenible, no solo en cuanto a marchitar la dependencia de combustibles de origen fósil sino para aplicar una reingeniería en otros campos de generación de bienes, productos y servicios de consumo y práctica masiva, era incongruente con la coyuntura mundial de priorizar la reactivación social y económica tras el duro coletazo de la crisis pandémica en los últimos dos años.

De hecho, como lo referenciamos la semana pasada en estas páginas, en el recién lanzado informe del Banco Mundial sobre riesgos globales 2022, una de las urgencias planteadas fue, precisamente, la necesidad de que la reactivación pospandemia (aunque todavía no se puede hablar de una superación de la emergencia sanitaria) se aplique a métodos de desarrollo sostenible que permitan amortiguar los efectos catastróficos del cambio climático. En el papel es evidente que se trata de una estrategia no solo lógica sino vital. Sin embargo, esa hoja de ruta se estrella con el mismo cuello de botella advertido tras la cumbre de Escocia.

Lo más complicado es que mientras la comunidad internacional no logra ponerse de acuerdo para enfrentar el cambio climático, el calentamiento global sigue su curso. Prueba de ello es el alarmante informe días atrás de la Organización Meteorológica Mundial, según el cual 2021 fue uno de los siete años más cálidos jamás registrados.

De acuerdo con las mediciones de esa agencia de la ONU, si bien los fenómenos climáticos de “La Niña” registrados desde 2020 supusieron una reducción transitoria de las temperaturas medias mundiales, no hay que cantar victoria. Por el contrario, tanto el calentamiento global así como otras tendencias de cambio climático a largo plazo se mantienen a raíz de los niveles sin precedentes de gases de efecto invernadero que capturan el calor en la atmósfera.

Los datos son impactantes: en 2021 la temperatura media mundial superó en aproximadamente 1,11 grados centígrados los niveles preindustriales (1850-1900). Por lo mismo, el año pasado es el séptimo año consecutivo (2015-2021) en el que el calor global superó esos índices.

Aunque se pensó que por efectos de las cuarentenas y la desaceleración productiva en 2020, en la parte inicial de la pandemia, el planeta tendría un respiro, ello finalmente no sucedió. El año pasado la mayoría de las restricciones se levantó y el mundo se imbuyó en un rápido y desordenado proceso de reactivación sin mayor corrección ambiental. De hecho, en el citado informe se concluye que desde los años ochenta, cada nuevo decenio ha sido más cálido que el anterior, y se prevé que esa tendencia continúe. Prueba de ello es que los siete años más cálidos se han dado todos desde 2015 y los tres primeros lugares de la clasificación corresponden a 2016, 2019 y 2020.

Hay datos alarmantes. Por ejemplo, el año pasado será recordado por la temperatura récord de casi 50 grados registrada en el Canadá, comparable a las que se observan en el desierto sahariano de Argelia. También están las precipitaciones e inundaciones mortales en Asia y Europa, así como la sequía en parte de África y América del Sur.

¿Qué hacer? El diagnóstico y la respuesta a esta problemática están sobre la mesa. Sin embargo, de allí a que esta segunda se ponga en práctica a nivel coordinado y planetario hay mucho trecho. Siguen, entonces, los campanazos sobre la preocupante ruta mundial en materia de cambio climático sin que por ello se dé un timonazo global que evite que la actual y próximas generaciones sigan expuestas a sus crecientes y trágicas consecuencias.