Once décadas se cumplen de la publicación del libro “Pragmatismo: Un nuevo nombre de para algunos antiguos modos de pensar”, del filósofo norteamericano William James, marcando una corriente filosófica que mira hacia lo concreto, la experiencia, sus fluctuaciones, y sobre todo hacia la conflictiva siempre inacabada relación entre acción, verdad y poder
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El pasado mes de abril se celebraron once décadas desde la publicación del libro “Pragmatismo: Un nuevo nombre para algunos antiguos modos de pensar”, escrito por el médico, psicólogo, y filósofo William James. Como tal, este libro se compone de ocho textos que capturan la esencia de lo que fue el movimiento filosófico más importante en Estados Unidos entre la Guerra Civil y la Segunda Guerra Mundial: el Pragmatismo. Muchas veces entendida como la primacía del valor práctico, esta línea de pensamiento es una apuesta que se aleja de la abstracción, de los sistemas cerrados, de los principios fijos y los absolutos, para así virar la mirada hacia lo concreto, la experiencia, sus fluctuaciones, y sobre todo hacia la conflictiva siempre inacabada relación entre acción, verdad y poder.
James nació en Nueva York el 11 de enero de 1842. Proveniente de una familia de intelectuales, las discusiones sobre lógica y metafísica hicieron parte de su vida desde muy temprana edad. Su padre, Henry James Sr., fue un reconocido teólogo que se movía entre las élites locales, razón por la cual distinguidas personalidades del momento —tales como Ralph Waldo Emerson y Henry David Thoreau—, enriquecieron las conversaciones más cotidianas del hogar. William y sus hermanos –entre los cuales se encuentra el novelista Henry James– fueron educados en casa, realizando constantes viajes familiares a Europa, lo que alentó el cosmopolitismo en ellos. En 1861, James entró a estudiar química y anatomía comparada en Harvard, institución en donde pasó casi toda su carrera académica impartiendo clases de psicología y filosofía luego de ser nombrado instructor en 1873.
A lo largo de su vida, James escribió voluminosamente acerca del pensamiento humano, lo que le valió el respeto y la admiración de grandes intelectuales, entre ellos Bertrand Russell y Sigmund Freud. Sin embargo, es imposible negar que su nombre está estrechamente atado al movimiento Pragmático y que como tal, al libro “Pragmatismo…” se le ha considerado como uno de los textos inaugurales a esta vertiente filosófica. Esto no quiere decir que las ideas aquí plasmadas fuesen novedosas u originales. James lo subtituló “un nuevo nombre para algunos antiguos modos de pensar”, pues reconocía que sus argumentos fueron el producto de un largo proceso deliberativo con varios de sus pares.
“Pragmatismo…” es ante todo, una defensa pública de lo que James consideraba un método necesario para resolver las interminables disputas metafísicas de finales de siglo XIX. ¿Es el mundo uno o muchos? ¿La realidad es material o espiritual? ¿Somos “agentes” o “directores” de nuestro propio destino? Para los Pragmáticos, estos interrogantes estaban constreñidos por la abstracción propia de la filosofía decimonónica, complicados sistemas de pensamiento que buscaban causas finales por fuera del registro de lo cotidiano. El método pragmático, por el contrario, encontraba sus respuestas en relación con la experiencia, alejándose del por qué y enfocándose en el qué de los hechos.
Una de las célebres citas de James refiere a la experiencia como una “confusión floreciente y zumbante”. Para este autor, la experiencia es lo único de lo que podemos estar seguros como seres vivos, por lo cual, el punto de partida de su argumento es el “principio de la experiencia”. James argüía que todo tipo de sensaciones experimentadas –corporal o mentalmente– debían ser tomadas como reales, pues los seres humanos concebimos el carácter total del universo tal y como lo experimentamos. Sin embargo, la experiencia pura no es una relación directa con la materialidad del mundo. James sostenía que la experiencia es una corriente continua de sensaciones cuyos elementos no tienen fronteras claras, y por lo tanto, las cosas “materiales” son tan reales como estas sean experimentadas por quien entra en contacto con ellas.
Pero en la multitud de experiencias ¿Qué es lo verdadero? Para James, la Verdad es solamente una función de nuestra relación con el mundo. La Verdad es el nombre que le damos a nuestros los procesos de comprobación; es el hallazgo de una relación de causa y consecuencia que asumimos como un universal. La verdad nos da satisfacción en tanto nos permite reducir la angustia existencial propia al flujo inacabado de la vida, y es por ello que el pragmatista siempre habla de verdades en plural, pues la manera en que entendemos el mundo simplemente es.
Sus críticos más acérrimos tildaron el argumento de torpe y decididamente subjetivo. Sin embargo, James tuvo mucho cuidado al señalar que dentro de un conjunto específico de experiencias, no todas ellas son “verificables”. Algunas verdades son exitosas al cristalizar una relación ontológica que satisface los intereses del sujeto frente al mundo, pero eso no significa que estas puedan ser generalizables a las demás experiencias vividas. En el encuentro entre verdades y mundos –siempre embebido en relaciones desiguales de poder– James propone la búsqueda ideal de lo que él llama la “verdad absoluta”: una noción reguladora de las verdades potencialmente provechosas para el conjunto social cuyos enunciados no contraríen las experiencias individuales. Es una concepción de la verdad profundamente democrática, inclusiva, informada, crítica de su propia práctica, lograda por una comunidad consiente y verdaderamente animada por el bienestar social.
Muchos fueron los seguidores de James. Theodore Roosevelt tomó sus clases en Harvard, sosteniendo acaloradas discusiones filosóficas y políticas con el pragmático. W. E. Du Bois, primer afroamericano en obtener un doctorado en Harvard, también pasó por su tutelaje. Jane Addams, ganadora del Premio Nobel de la Paz, debe mucho de su pensamiento a James. William Wilson, fundador de Alcohólicos Anónimos (A.A.) dijo que James, por medio de sus obras, debe considerarse un co-fundador de A.A. Al presidente Woodrow Wilson, autodenominado pragmático y cercano a los círculos íntimos de James, se le adeuda la nominación de Louis Brandeis, quien introdujo el Realismo jurídico –de bases pragmáticas– a la corte suprema de los EE.UU. en 1916.
Se dice que el pueblo norteamericano vota buscando soluciones pragmáticas. Hace algunos meses, Anthony Scaramucci escribía en el Wall Street Journal: “lo que los elitistas interpretan erróneamente como falta de principios, los empresarios lo entienden como adaptabilidad. . . . Trump será el mayor pragmático que se haya visto en Washington”. Sin duda el Pragmatismo de James rechaza los modos de pensar que son herméticos e inamovibles –como suelen ser las ideologías partidistas–, en favor de un enfoque profundamente realista. Sin embargo, esta reciente vanagloria por la acción antes que la reflexión en de la política norteamericana es un claro reflejo de como la impulsividad, la estupidez, y la arrogancia se han convertido en los nuevos principios abstractos que por tanto tiempo James combatió. El pragmatismo nace de las heridas de la Guerra Civil y del fracaso de la comprensión humana. “Ya es hora de instar el uso de imaginación”, escribió James, “[y] ver cómo las personas toman las cosas de manera diferente”. El pragmatismo es, en últimas, la recuperación de la experiencia como antídoto contra la certeza absoluta y su barbarie. Releamos a James.