En las elecciones legislativas de hoy, vaticinan que el partido Alternativa por Alemania (AfD) lograría un inédito 10% de los votos.
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La derecha alemana, en su versión más extrema, ha vuelto. No quiero decir en las magnitudes de hace 60 –sería una irresponsabilidad-, pero sí en una proporción importante para convertirse en la tercera fuerza política del país.
En las elecciones legislativas de hoy, cuya favorita es Ángela Merkel, el partido Alternativa por Alemania (AfD) lograría entre el 10 y el 12 por ciento de los votos. Estos resultados, de confirmarse, serían históricos. Desde la Segunda Guerra Mundial, la ultra derecha no logra un resultado superior al 5%. ¿Está volviendo?, juzguen ustedes.
Fundado en 2013, esta coalición de economistas e intelectuales asusta por su rigurosidad discursiva. La base de su política es ser antitodo. El AfD se opone al Islam, a los migrantes y a las políticas de Merkel. Incluso, ha firmado un manifestado cuyo título es: “el Islam no es parte de Alemania”.
Nada nuevo. Es el mismo discurso de los otros partidos de ultraderecha en Europa. Pero llama la atención que tenga acogida en Alemania, un país que lleva medio siglo superando, con éxito, la carga histórica que dejó el nazismo.
El AfD es, en apariencia, similar en algunas cosas al nacional socialismo. Su base electoral está en regiones que anteriormente eran comunistas y apoyan su discurso -dicen ellos- por la falta de posibilidades que les ha dado Merkel y los gobiernos anteriores.
Otro eje central de su política es el nacionalismo. Menos Europa y más Alemania: sí, como Le Pen en Francia o Farage en Reino Unido. Pero esto en el país que domina, a su gusto, la Unión Europa, con bancos propios y duras políticas monetarias. “No queremos que Berlín nos imponga nuestro futuro”, dicen griegos y portugueses cuando les imponen una nueva receta para cumplir con la deuda. ¿No es desde Bruselas que se toman las decisiones? Es una “sucursal de Alemania”, dirán.
Uno de los líderes del AfD, Alexander Gauland, dijo hace unos días que los alemanes debían “sentirse orgullosos del desempeño de los soldados alemanes en dos guerras mundiales”. Y, ¿qué? Putin se refiere habitualmente al ejército rojo en las guerras y los presidentes de Estados Unidos insinúan “sin nosotros, no hubieran ganado los aliados”.
Gauland, sin embargo, hace parte de un partido que tiene algunos integrantes que niegan el holocausto y hacen “apología” al odio (por allí empezó todo). Eso hace que, en apariencia, se parezca al nacional socialismo. O, ¿es descabellado decirlo?
Al final del día, Gauland y sus copartidarios –vestidos de tweet marrón y verde (¿nacionalismo?- es muy probable que levanten los puños en señal de celebración. ¿Por qué, si no ganaron? Porque podrán hacerle oposición a Merkel desde el Parlamento, no desde las regiones.
Pese al auge del AfD, Merkel no ha renunciado a su política. Ni parte de su partido, ni la extrema derecha, han podido frenar su apertura a los refugiado y esa idea de que Alemania puede/debe ser solidaria y multicultural.
La moderación es la esencia de su fructífera política. Austera, es una mujer de una sola pieza: se reciben los refugiados, pero hay un nivel de presupuesto para ello limitado. Así sucede con el resto de las cosas, mientras su país sigue dominando Europa, generando la envidia de Francia y Reino Unido.
Pero con la fuerza que viene tomando el AfD el tono moderado de Merkel puede cambiar. En su tercer periodo –si gana hoy-, puede convertirse en una canciller más frenética, combativa, para evitar que la ultraderecha pase del 12% a un eventual 20 o 30% en las encuestas. Ese es uno de sus grandes retos. O el mayor.
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