Presidente todopoderoso de la Unión Ciclista Internacional (UCI) entre 1991 y 2005, Hein Verbruggen ve ahora asociado su nombre a la peor época del dopaje en un deporte que ayudó a globalizar, pese a algunos episodios turbulentos.
A sus 71 años, el dirigente holandés, el otrora jefe absoluto de la federación internacional, sigue siendo su presidente de honor.
“Sigue estando ahí. No debe hacerse el ‘hara kiri’. Debería simplemente que se cometieron errores”, exige el corredor británico David Millar, que fue sancionado por dopaje y actualmente es un arrepentido.
Más aún cuando los (numerosos) enemigos de Verbruggen sospechan que es aún él quien mueve los hilos de la UCI, presidida por la persona que él decidió, el irlandés Pat McQuaid.
La incuestionable inteligencia del holandés, su humor y su gusto por la buena vida y los grandes vinos franceses cohabitan con un pragmatismo que puede derivar al cinismo. A ojos de este empresario, la eficiencia podría (o casi) justificarlo todo.
En el ciclismo, este especialista del marketing formado en la Universidad de Nijenrode, pasó de trabajar en Mars Chocolates a comienzos de los años 1970, cuando la firma patrocinaba un equipo ciclista (del que formaban parte reputados corredores de la época como Roger de Vlaeminck, Jean-Pierre Monseré y Joop Zoetemelk), a escalar todos los escalafones de este deporte.
Fue elegido para el comité director de la Federación Internacional de Ciclismo Profesional en 1979 y se convierte en su presidente en 1985. Seis años más tarde, reúne a las federaciones amateur y profesional en la UCI, hasta ese momento un ente vacío cuya sede se limitaba a una oficina en el barrio “caliente” de Ginebra.
¿Su hoja de ruta? Avanzar hacia la internacionalización y un mayor reconocimiento en el movimiento olímpico, con los beneficios económicos que ello supone.
En 1995, Verbruggen entra en el Comité Olímpico Internacional (COI) y rápidamente coge el sitio. Su entonces presidente, el español Juan Antonio Samaranch, le confía importantes responsabilidades. Su sucesor al frente del movimiento olímpico, el belga Jacques Rogge, muy próximo a Verbruggen, hará lo mismo.
Actor esencial del deporte mundial, el holandés tiene abiertas las puertas en todos los sitios, sobre todo en las altas instancias como la Asociación de Federaciones Internacionales (ASOIF) y la Agencia Mundial Antidopaje (AMA).
Su consagración coincide con el fin de un duro conflicto con los propietarios del Tour de Francia. En 2008, vive los Juegos Olímpicos de Pekín en tanto que presidente de la comisión de organización, en un país que se ha convertido en muy cercano para él.
En materia de lucha contra el dopaje, Verbruggen siempre dio muestras de su pragmatismo, siguiendo la tradición permisiva que caracteriza a su país: “No quiero sistemáticamente la liberalización”, dijo en una tribuna de opinión que tituló “Seamos más precisos...” en 1998, justo después del caso de supuesto dopaje del español Pedro Delgado en el Tour de ese año, que finalmente ganó.
En la década siguiente, Verbruggen se ocupa sobre todo de salvar la cara de un ciclismo que ha caído en el dopaje sanguíneo: resta importancia al dopaje por EPO en 1994, cuando el preparador Michele Ferrari habla libremente sobre esto y después minimiza el escándalo Festina en el Tour de 1998.
Sin embargo, un año más tarde, es él mismo quien asume la exclusión del italiano Marco Pantani del Giro. También es él el que en la primavera de 2001 se arriesga a validar los exámenes de detección de la EPO, el auténtico veneno del deporte de resistencia, antes de que lo haga la AMA, dirigida por Dick Pound, su eterno enemigo, u otras federaciones.
“El personaje tiene lados más seductores que otros”, reconoció el exdirector del Tour Jean-Marie Leblanc cuando Verbruggen deja la UCI y destacó la fascinación de éste por el deporte profesional estadounidense, construidos sobre la base de ligas cerradas: “Extrae sus ideas más frecuentemente del Herald Tribune que de L´Equipe”, añadió Leblanc.
En un libro homenaje que la UCI consagró a su presidente en el momento de su marcha, Armstrong aportó su contribución, así como otros corredores. El texano define a Verbruggen como “un gran amigo” y “defensor de los derechos de los corredores”.
Armstrong finaliza su mensaje con una fórmula de lo más diplomática, pero que actualmente puede ser malinterpretada: “Gracias por todo”. /AFP