Un mea culpa diplomático | El Nuevo Siglo
Lunes, 12 de Septiembre de 2011

Un día, a tempranas horas de la mañana el presidente de entonces, Álvaro Uribe, anunció que Colombia hacía parte de la coalición en la guerra de Irak. Semejantes circunstancias fueron poco debatidas afiliado el país a cualquier consigna antiterrorista que se le presentara, lo que a muchos sonó a música celestial proveniente de la “guerra preventiva”.


A todos los líderes que participaron en esa coalición les fue mal. No sólo cayó Bush jr., sino que antes lo habían hecho Blair y Aznar en Inglaterra y España. Así es que el saldo diplomático nunca se tuvo en cuenta, pero evidentemente fue y es un despropósito incurrir en actos contra la libre autodeterminación de los pueblos, mucho más si ellos, como se demostró, estaban fundados en las falsedades de las armas químicas de Hussein. Una mácula sin duda en la historia diplomática colombiana.


Otra cosa fue la participación del Batallón Colombia en la guerra de Corea, en la década de los 50, cuando la ONU unánimemente aceptó la defensa de la democracia en la zona. A diferencia de Irak, donde las decisiones de los organismos multilaterales fueron violadas, con Colombia como uno de los protagonistas.


La lección, a diez años de los sucesos del 11 de septiembre de 2001, está clara: ni siquiera por actos tan estrambóticos como los atentados que se repiten hoy en las imágenes dolorosas, puede incurrirse en las reacciones adoptadas.
Colombia tuvo su propia “guerra preventiva” en la invasión a la frontera ecuatoriana para dar de baja a alias Raúl Reyes. Solo hasta hoy, después de pedir perdón Uribe y recomponer las relaciones el presidente Juan Manuel Santos, el escenario ha mejorado, sin que sea el ideal.


La denominada “legítima defensa extraterritorial”, afín a la “guerra preventiva”, ya no es ni por asomo susceptible de invocar. Las circunstancias de entonces, constatada la presencia guerrillera, y la eventual evasión del gobierno ecuatoriano a su reducción, aconsejaron que ello fuera así. Ya metidos en el problema tocó al país unificarse, aun miembros de la oposición, en defensa de esas acciones.
Hoy, por fuera de Estados Unidos, está demostrado que las operaciones de Europa han sido mucho más plausibles en resolver el problema árabe. El apoyo a los rebeldes libios, como en Egipto o Túnez, muestran que las soluciones tienen que venir primero de adentro, y no de imposiciones del exterior intempestivas.
El caso de Irak, dentro de la diplomacia colombiana, creo yo, debería merecer algún tipo de mea culpa que sirva de referente histórico. Recuperar el hilo de la política internacional, que generalmente se fragua poco a poco, sin estridencias repentinas, es vital para consolidar de nuevo el concepto de la libre autodeterminación de los pueblos.  Parecería un detalle ínfimo, pero no es así cuando se entiende que el ejercicio diplomático depende del prestigio y el crédito. No se trata, claro, de asumir actitudes débiles y frágiles como la de Colombia cuando perdió Panamá sin disparar un solo tiro, pero es bueno que se sepa que nosotros también hemos vuelto por el cauce de la civilización que pretendemos.