Mohamed Lahouaiej-Bouhlel era un hombre de 31 años, violento, solitario y con tendencia al alcoholismo. El jueves 14 de julio, cuando se celebraba el Día Nacional de Francia, prendió un camión y se dirigió rumbo al Paseo de los Ingleses en Niza. Sin resquemor alguno, se ubicó frente a una multitud y aceleró, llevándose la vida de decenas de personas.
Bouhlel aparte de ser agresivo, tenía una particularidad: era tunecino. En Túnez, como en ninguna otra parte del Magreb o el resto del mundo árabe, muchos hombres tienen tendencia al yihadismo; se entregan a las armas del islamismo radical para combatir a Occidente.
Túnez es, de lejos, el país más secular en el mundo árabe, pero en los últimos tiempos ha vivido un incremento sustancial del yihadismo. Fue el único país que pudo fortalecer su democracia tras la “Primavera Árabe”, aunque afronta constantes ataques terroristas que desestabilizan la institucionalidad que intenta construir.
Según el portal Foreign Policy (FP), Túnez proporcionalmente ha sido el país que más yihadistas ha “sacado” desde 2014. De un total de 11 millones, 7.000 personas han optado por llenar las filas del Estado Islámico, mucho más que Egipto y Arabia Saudita, que son tachados de radicales y partidarios de los grupos terrorista que proclaman el Islam (Al Qaida, EI, Hamas, Hezbolá).
¿Por qué ocurre este fenómeno en un país que intenta ser secular y democrático? A primera vista la radicalización de un joven musulmán se entiende cuando crece, vive y respira en lugares donde no existe casi ninguna otra alternativa que seguir la corriente fundamentalista.
Los tunecinos no viven, ni crecen en ese tipo de escenarios; ni aquellos que viven en la capital, ni los que crecen, en algunos casos, en Francia. La mayoría de jóvenes lucharon en 2011 por la democracia y el secularismo en contra de los militares y la teocracia.
Sorprende, sin embargo, que desde que se instauró el gobierno democrático, muchos políticos seculares y turistas hayan sufrido ataques terroristas, como el del Museo Bardó. Y, además, que muchos de los autores de los ataques de Charlie Hebdó, el Bataclán y Niza, sean de origen franco tunecino, sin pasar los 33 años de edad.
Christian Caryl, periodista de FP, dice que la concesión de tantas libertades ha coincidido con la violencia fundamentalista. Más que coincidencia es una reacción de los fundamentalistas al sistema democrático. A más democracia, más fundamentalismo, se puede decir. Eso mismo ocurre en Francia, donde muchos jóvenes están inmersos en un sistema laico y libertario, que, contrario a lo que se espera, no abre la mente sino que se radicaliza.
Ali Zeddini, líder del Cuarteto de Túnez, organización que ganó el Premio Nobel de Paz en 2015, dijo en una entrevista con el NUEVO SIGLO en abril pasado, que “la sociedad civil le dejó claro a los islamistas que la revolución iniciada en 2011 no buscaba la implementación de un régimen teocrático basado en el Islam. Lo que quería, por el contrario, era consolidar sus derechos civiles, sociales y políticos”.
Llama la atención, sin embargo, que dentro en el marco de ese anhelo democrático el radicalismo islamista tenga tanta fuerza. Una posible explicación es que el proceso de democratización en Túnez ha sido tan acelerado que no ha tenido en cuenta la fuerte presencia del Islam y sus costumbres.
Túnez no es secular desde la Revolución de los Jazmines, en 2011. Desde la dictadura de Habib Bourgiba buscó diferenciarse al resto del mundo árabe, salvo a Egipto, con políticas desarrollistas y la concesión de derechos a las mujeres. Hoy el 55% de las mujeres van a la universidad en el país, cifra que incluso no se presenta en algunos países europeos.
El problema es, como dice Caryl, que esa obsesión por ser un país secular, hecho indiscutible en este momento, es compartida por una élite ligada a la cultura francesa. La aspiración de ese grupo social es Francia; la del resto, es Túnez, el Magreb, la cultura árabe.
Entre los últimos están los inmigrantes tunecinos que llegan a Francia buscando un mejor futuro. Muchos, salen adelante. Otros, como probablemente Bouhlel, encuentran una sociedad que los categoriza como ciudadanos de segunda. A ellos, sin embargo, les han dicho que las sociedad seculares, como Francia, son incluyentes, pero se siente marginados. Entonces, optan por el yihadismo, ante una ausencia evidente de identidad.
Conforme a los últimos datos de los organismos de seguridad franceses, es posible decir que el caso de Bouhlel se parece al de los otros yihadistas que han atacado Francia, Bélgica y Estados Unidos. El Islam les sirve como catalizador entre la falta de identidad política y religiosa y la frustración y el odio.
Entonces, ¿Por qué en Túnez se forman tantos yihadistas? Quizá porque el proceso de democratización que ha experimentado el país en los últimos 60 años ha sido tan acelerado que ha arrollado con las mayorías musulmanas, generando una brecha entre ellas y las elites que buscan un estado secular.
Mientras no se cierre esa brecha entre el secularismo extremo y el Islam, los grupos terroristas encontrarán un lugar con jóvenes dispuestos a jugar su vida por una causa que no es de ellos. Pero les da cierta identidad. Algo que no tienen ni en Túnez, ni en Francia.