Se sabe: las relaciones entre el Poder y la Música son un matrimonio mal avenido.
José II pasó a la historia en 1782, tras una función de El rapto en el serrallo, sin el menor rubor manifestó: “demasiado refinada para nuestros oídos y demasiadas notas, mi querido Mozart”, que imprudente replicó “Sólo las necesarias, su majestad”.
Así es. Los Poderosos opinan sobre lo humano y lo divino, Política y Economía son su fuerte. Los rodean sus áulicos, que aprueban y celebran sus ocurrencias. No es difícil imaginar a José II encantado con la aprobación de su círculo por su histórica torpeza: De casta le viene al galgo, era hijo de la Emperatriz María Teresa que puso su grano de arena para dejar a Haydn sin trabajo. Sus descendientes impusieron la censura en Italia. La carrera de Verdi fue un milagro pues encontraban incitaciones a la sedición y atentados contra la moral. Casi arruinan el estreno de Ernani, Rigoletto y La traviata.
La iglesia, cuando era de verdad “poderosa” prohibió el intervalo de cuarta porque era invención de Satanás -Diavolus in musica- , usarlo podía causar hasta una ejecución. Cuando ese “poder” disminuyó lo usaron los Belcantistas en dúos como los Norma de Bellini.
En el vecindario, Chávez primero y Maduro, se ciernen siniestros sobre el Sistema de orquestas de Venezuela. José Antonio Abreu, su fundador se ha engullido más de un sapo para salvar la creatura. Gustavo Dudamel se cansó cuando vio que los músicos del Sistema se cuentan entre las víctimas…
Porque las relaciones entre el Poder y la música son un mal matrimonio de conveniencia.
Dimitri Dimitrievich Shostakovich
Dimitri Dimitrievich Shostakovich nació en 1906 y su infancia corrió paralela con la inestabilidad que culminó con la Revolución bolchevique en 1917.
Sergei Rachmaninov nació en 1871 y Sergei Prokofiev en 1891; eran adultos cuando estalló la Revolución. Ambos abandonaron su país en ese momento.
Es decir, de los grandes compositores de la época, Shostakovich fue el primero en ser considerado un producto de la era soviética. Fue niño prodigio y rápidamente quedó muy en claro que era superior a sus contemporáneos. Eso le concedía un estatus privilegiado, pero desataba la envidia de sus colegas.
Durante Lenin no tuvo problemas. Las cosas cambiaron con Stalin. Iósif Vissariónovich Dzhugashvili era temible, a la altura de Hitler y Nerón, y como ellos, metía sus narices en la música.
Shostakovich era imparable. El público ovacionaba sus sinfonías que saltaban la frontera y se interpretaban en el extranjero.
Lady Macbeth
En 1934 concibió la idea para una ópera, basada en el relato de Nikolai Leskov. Él y Aleksander Preiss escribieron el libreto que relataba la vida de Katerina Ismailova, mujer de Sinovi y amante de Sergei, un trabajador de la hacienda de Boris Ismailov, su suegro. Una historia macabra y sangrienta, con escenas tan intensas como el descubrimiento del cadáver del marido justo el día de su boda con Sergei.
Shostakovich, muy joven en ese momento, había logrado la confianza musical en sí mismo y escalado la madurez. La música de la ópera revelaba su facilidad para la melodía y la facultad de un discurso entrecortado, agitado, delirante, lo que demandaba la historia de Katerina Ismailova.
La música explotaba al final del acto I, Sergei irrumpía en la habitación de la mujer, tras un forcejeo la violaba y en medio de la consumación del acto sexual Katerina lo consentía: Shostakovich lo describió con realismo asombroso. Sin pretenderlo se convirtió en el último eslabón de una cadena que inició en 1642 la coronación de Poppea de Claudio Monteverdi, y pasaba por el Don Giovanni y Las bodas de Fígaro de Mozart, Los hugonotes de Meyerbeer, Tristán de Wagner y Salomé y El Caballero de la rosa de Strauss. La cadena del erotismo en la música. Nadie había ido tan lejos.
El estreno ocurrió en 1934 en Leningrado con un éxito arrollador. Entonces fue inminente el estreno moscovita.
Allí la acogida llevó a las autoridades a una nueva puesta en escena en el Bolshoi. Stalin fue a verla, se instaló en su palco, lo suficientemente oculto como para fingir una mal disimulada discreción, lo suficientemente visible para que todo el teatro se enterara de su amenazadora presencia. Hombre de la ultraizquierda recalcitrante, la escena de la violación lo hizo enmudecer. Apenas cayó el suntuoso telón broncíneo del Bolshoi, con el rostro pálido de la furia abandonó el teatro.
Un par de días más tarde, enero de 1936, apareció un artículo en Pravda, la obra fue acusada de degenerada y lo peor, de formalista, es decir, que estaba a la orden del día de las corrientes internacionales. Un delito.
En adelante la vida de Shostakovich fue un calvario. Se acostaba con la certeza de que, de un momento a otro, sería arrestado. La ópera desapareció del repertorio y él fue forzado a reconocer que su música había tomado el mal camino, y que corregiría el error.
Sobre el tema han corrido ríos de tinta. Los biógrafos más melodramáticos creen que Stalin anuló su talento. No es verdad. Antes de un año resucitó de entre los muertos con una sinfonía, sobre la guerra, que Stalin y su camarilla consideraron un acto heroico. Evidentemente Dimitri Dimitrievich se las ingenió, el final de la sinfonía es desolador… como la guerra.
Entre un cajón guardó la Lady Macbeth de Mtsensk, que luego fue llevada al disco por sus entrañables amigos, Galina Vishnevskaya y Mstislav Rostropovich y cada día es más frecuente en la cartelera de los grandes teatros del mundo. Porque es una obra maestra.
La opinión musical de José II, Chávez, Maduro o Stalin, con el tiempo no deja de ser lo que es: un mal chiste.