Las portadas de los principales periódicos norteamericanos recordaron el fatídico 1968 al finalizar esta semana. En aquel año, grupos de afroamericanos se organizaron para movilizarse en las calles del país y reclamar derechos; querían sentarse en la parte delantera del bus, querían ir a las mismas escuelas. Hoy es 2016, pero persisten los mismos problemas estructurales.
En 1968 el movimiento “Black Power”, que tuvo el apoyo de algunos deportistas que participaban en los Olímpicos de México –Tommie Smith y John Carlos levantaron su puño en honor al grupo cuando sonaba el himno de Estados Unidos- se radicalizó y algunos de sus integrantes crearon las “Panteras Negras”. De ahí en adelante los radicales ganaron por su fundamentalismo; el movimiento social perdió fuerza. La crispación social entre blancos y negros creció y la violencia entre ambos fue el común denominador de los años que siguieron.
Trágica semana
Blancos, en especial policías, y afroamericanos marginados, protagonizaron esta semana tres hechos que demuestran la persistencia de la violencia racial en Estados Unidos. Existen fallas en el sistema judicial norteamericano, un fracaso en la lucha antidrogas y un uso arbitrario de las armas por parte de los ciudadanos, que evidencian que no sólo se trata de una cuestión de piel.
El martes, en los Ángeles, un hombre afro de 37 años que se llamaba Alton Sterling fue arrestado por dos policías y luego de ser sujetado en el suelo boca abajo recibió un tiro de gracia. Dolor, sin duda, sintió su comunidad al ver las imágenes y de inmediato el movimiento “Blacks Lives Matter”, (los negros importan) organizó marchas alrededor de Estados Unidos para protestar por su muerte.
No pasaron más de 24 horas cuando los norteamericanos volvieron a conocer las mismas imágenes; esta vez más crueles. Philando Castilla, afroamericano de 34 años, viajaba en su carro junto a su hija de cuatro años cuando fue detenido por policías de Minnesota. De un momento a otro, Castilla salió del carro, habló con los oficiales y fue baleado por uno de ellos frente a su hija.
La indignación fue más latente no sólo en el movimiento “Blacks Lives Matters”, sino en cualquier casa norteamericana independiente de su raza. La violencia policial se hizo evidente. Un día después, sin embargo, un fanático afroamericano, Micah Johnson, le quitó toda legitimidad al movimiento afroamericano, al asesinar a cinco policías blancos disparándoles desde una azotea.
Al día siguiente los mensajes de muchos medios fueron caóticos. The New York Post tituló en su portada “Guerra Civil” comparando lo que pasó con los enfrentamientos raciales de 1968 y The Drudge Report, un medio de tendencia conservadora, escribió “Los negros mueren”.
Drogas, leyes y armas
La violencia entre policías blancos y afroamericanos marginados no sólo es racial. O, quizá, además de serlo, evidencian una problemática estructural del sistema de gobierno norteamericano, en el que la lucha contra las drogas ha fracasados -el consumo cada vez es más alto-, la justicia no es imparcial en sus fallos y procedimientos, y existe un desproporcionado uso de las armas por parte de los civiles.
La guerra contra las drogas está perdida en Estados Unidos. Estados como New Hampshire, con casi toda la población blanca, tiene los peores índices de consumo de heroína en el mundo. Reportes del sistema de salud pública indican que son casi la misma proporción de jóvenes que están enfermos por el consumo de esa sustancia psicoactiva que aquellos que sufren una enfermedad general.
Los jóvenes afroamericanos, en una proporción bastante alta, también consumen drogas. Muchos de ellos viven en barrios marginados y aspiran “crack”, una sustancia comparada con el bazuco. Sin embargo, el trato de la policía con ellos suele ser distinto al que reciben los blancos. Los detienen, como parte del procedimiento policial, y en la mayoría de casos son llevados a las cárceles estatales, contrario a los blancos. Según el National Association (…) of Colored People 4.7 millones de afros están en prisión, frente a 700.000 blancos. La diferencia está en que hay más de 228 millones de habitantes blancos, a diferencia de 38 millones afros.
Danielle Allen, columnista de The New York Times, asegura que existe una “distorsión concomitante entre los hábitos de la policía y el proceso de degradación de las comunidades minoritarias en las ciudades”, demostrando que el policía usa diferentes métodos cuando requisa, pregunta o arresta a un afro que cuando lo hace con un blanco.
El odio intrínseco por el policía se alimenta de los estereotipos que ésta tiene sobre el afro. Éste es visto como peligroso y una amenaza a la convivencia social y, a priori, es arrestado en muchas ocasiones para preservar el orden público. El sesgo, además, afecta la posibilidad de que el afroamericano acceda a buenos puestos de trabajo y luche para salir del estado de marginalidad en que creció.
El afro, como lo hizo Micah Johnson, empuña un arma para reivindicar su raza o para desatar su locura demencial, porque sabe que, como cualquier ciudadano norteamericano, puede salir de su casa, caminar unas cuantas cuadras y comprar un arma. Un problema que cada vez es más evidente pero los legisladores siguen obviando ¿Cuándo se van a regular las armas en EE.UU?
Obama no fue un pacificador
En 2008, cuando hacía campaña presidencial en New Hampshire, Barack Obama dijo: "No estamos tan divididos como nuestra políticos sugieren. Somos un solo pueblo, somos una nación", calmando los ánimos divisionistas y racistas que existían en contra de su campaña.
Al convertirse en presidente de Estados Unidos, Obama hizo un llamado a las fuerzas policiales para que guiaran sus procedimientos conforme a la ley y a las garantías que tiene todo ciudadano independientemente de su color de piel.
La violencia racial, sin embargo, creció en su mandato. Unos años antes, en las administraciones de Bill Clinton o George W. Bush, no se veían escenas tan dramáticas como las de Fergusson en 2013, cuando ciudadanos afroamericanos, en su mayoría, y otros que compartían sus consignas, paralizaron aquella ciudad de Missouri para reclamar justicia por los asesinatos de jóvenes afros y de paso fundar el movimiento “Blacks Lives Matter”.
Irónicamente, con un presidente de origen afro la violencia racial sigue creciendo en Estados Unidos. Sus causas no sólo pasan por la raza sino que también se encuentran en una sociedad desigual, que afronta una guerra perdida contra las drogas, un sistema judicial parcial y el uso desaforado de las armas por los ciudadanos. Hechos como el de Dallas dañan el movimiento “Blacks Lives Matter” y llevan la discusión de los derechos de los afros al campo de la violencia. Un lugar, donde no debe estar.