Aunque muchas personas no creen en el destino es innegable que la vida, desde los primeros años, va marcando el paso o si se quiere, dando señales del futuro que espera a cada quien. Y eso podría decirse de Jaime Llano González, el mejor organista que ha tenido el país y gloria del folclor colombiano que falleció estelunes, a los 85 años de edad, tras sufrir una prolongada enfermedad.
Las primeras nociones musicales se las inculcó su señora madre, Magdalena González, cuando en la primera infancia de Jaime le enseñó los acordes del tiple, el que al poco tiempo ejecutó con maestría y, después, las blancas y negras del piano.
La familia conformada por Luis Eduardo Llano, doña Magdalena González y sus hijos, entre ellos Jaime, dejaron Titiribí, Antioquia, donde el hoy desaparecido maestro había nacido el 5 de junio de 1931, cuando éste era un adolescente. Rozaba los 17 años cuando llegó con ellos la Medellín, donde terminó sus estudios de bachillerato.
Se decidió por la medicina, carrera que inició con mucho entusiasmo, y para ayudar a pagar su formación profesional trabajó medio tiempo en J, Glottmann. Su labor era interpretar los instrumentos allí exhibidos, pianos y órganos. Pero su esfuerzo económico y el de su familia no alcanzaron para seguir su formación médica y decidió abandonar la universidad.
Fue en ese trabajo donde nació su amor por el órgano electrónico. Con sus conocimientos musicales inició, como lo haría un “niño explorador”, a crear nuevos sonidos y versiones de las composiciones más tradicionales de la música colombiana. Sin asistir a clase alguna, su oído despierto, su talento innato y su capacidad creadora comenzaron a revelarse con el paso de los días y los años.
Allí fue donde nació no sólo un excelso intérprete, sino un arreglista sin igual y un compositor. Además, logró fusionar no sólo las combinaciones de las notas del órgano eléctrico con diferentes ritmos, sino también el sentimiento que le producían los acordes de la música colombiana.
Ello fue, sin duda, lo que lo hizo único. Lo llevó al éxito nacional e internacionalmente. Los asistentes a sus presentaciones se “contagiaban” con ese sentimiento que los llevaba a escucharlo atentamente, bailar y finalmente ovacionarlo con un cerrado y fuerte aplauso.
Y si bien sus primeros exitosos pasos artísticos los dio en Medellín, fue en Bogotá, a mediados del siglo pasado (1953) donde comenzó el ascenso hacia la cima musical.
Recién llegado a la capital de la República consiguió trabajo en el bar La Cabaña y fueron sus presentaciones los que le abrieron, al poco tiempo, la puerta de la radio y posteriormente de la televisión.
Para ello fueron claves empresarios como Julio Sánchez Vanegas, la cantante Berenice Chávez y el pianista y compositor Oriol Rangel, quien tras conocerlo y evaluar su excelencia interpretativa lo invitó a formar el grupo musical “Los Maestros”. Fue precisamente con ésta con el que irrumpieron en la antena televisiva siendo parte de programas promotores del folclor nacional como “Tierra Colombiana”, “Así es Colombia” y “Embajadores de la música colombiana”, entre otros.
En tan solo tres años brillaba en el firmamento musical del país con luz propia. Y aunque la televisión expandió su imagen, nunca descuidó la radio. Estuvo en la emisora Nueva Granada por varios años dirigiendo la orquesta del programa “Donde nacen las canciones”. Así acompañó las presentaciones en vivo de grandes voces como Víctor Hugo Ayala y Alberto Osorio.
De allí, con el maestro Rangel, saltó a “Radio Santafé”, donde durante años mantuvieron el programa diario “Fantasía” y “Al Estilo de Jaime Llano”.
Los pasillos, bambucos, porros y demás insignes ritmos colombianos volvieron al panorama musical del país y permanecieron allí, durante años, gracias a estos dos maestros, a la par que comenzaron a traspasar fronteras.
De esta forma, Llano González y voces emblemáticas como la soprano Carmiña Gallo, realizaron una serie de conciertos en varias ciudades de Estados Unidos, Europa, Medio Oriente y Latinoamérica. El resultado siempre fue el mismo: ovación y admiración tanto a la interpretación del órgano como a la voz cantante.
Por su excelencia musical fue objeto de innumerables condecoraciones tanto regionales como nacionales, destacándose la Cruz de Boyacá, El Hacha de Antioquia, La Orden del Arriero, el premio Sayco y el Premio Aplauso, entre otras.
Se casó con Luz Aristizábal, con quien tuvo tres hijos: Jaime, Luis Eduardo y María Elena.
En 2012 se vio forzado a alejarse de los escenarios por un accidente cerebro-vascular, el mismo que ayer hizo acallar por siempre sus sentidas notas musicales. El maestro ya va camino al cielo pero nos dejó un legado de alrededor de 70 obras de los diferentes ritmos musicales, los que como bien exaltó la pianista Blanca Uribe, amiga del desaparecido organista, son un “tesoro” que debemos cuidar y entregar a las nuevas generaciones.
Las exequias del maestro Jaime Llano González se verificarán este miércoles en Bogotá.
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