Schengen, un espacio que se cierra | El Nuevo Siglo
Martes, 19 de Enero de 2016

El tono preocupado de Jean-Claude Juncker, presidente de la Comisión Europea (UE), al finalizar su discurso en la reciente cumbre de Bruselas que reunió a los  28  miembros, fue un reflejo de la crisis por la que pasa el espacio Schengen. En los últimos meses los países han cedido ante la “amenaza” de la migración masiva, construyendo muros y abusando de los controles fronterizos.

 

En la UE soplan vientos de ruptura. Teniendo en cuenta la migración como eje de esta incómoda transformación, muchos países de la UE han manifestado una egoísta prevalencia en detrimento de las decisiones comunitarias.

 

Juncker sabe que últimamente las decisiones que toma frente al tema migratorio son un saludo a la bandera. A comienzos del pasado agosto determinó que los 28 miembros de la UE debían repartirse, como símbolo del equilibrio comunitario, a 160.000  migrantes de los más de millón y medio que llegaron al continente. A la fecha, sin embargo, tan sólo 272 migrantes han sido cobijados por esa medida.

 

Este incumplimiento se debe, en parte, a la “reintroducción, con cierta ligereza, de los controles fronterizos”, como lo define Juncker, quien visiblemente molesto ha culpado a varios países. De hecho, en la última semana Suecia y Dinamarca, las cunas de la socialdemocracia aplicada, suspendieron temporalmente la libre circulación entre sus fronteras, limitando el espacio Schengen.

 

Schengen, además de ser un acuerdo de circulación de personas, es una ciudad en Luxemburgo. Allí se firmó en 1985 un texto mediante el cual se abrían las fronteras de Bélgica, Francia, Alemania, Luxemburgo, Holanda Portugal y España. Según sus postulados, todos los ciudadanos de aquellos países podían transitar por ellos, sin restricciones.

 

Ahora hay 26 países Schengen -22 miembros de la UE- e Islandia, Noruega, Suiza y Liechtenstein. La mayoría de estos se han opuesto, de una u otra forma,  a recibir migrantes. Hungría, por ejemplo, ha construido un muro. Dinamarca, fiel a su estilo diplomático, paulatinamente ha ido cerrando las fronteras. Al final son dos formas que generan el mismo resultado: la repulsión hacia el migrante y la crispación al interior de la UE.

 

La preocupación de Juncker no sólo tiene un cariz humanitario. Su ceño fruncido y el tono elevado de su intervención son muestras de la confrontación que existe al interior de la UE, como si se hubiese trazado una línea en la mitad de Europa, entre  Este y Oeste. Los países que estuvieron bajo la cortina de hierro suelen tener políticas radicales antinmigrantes, de ahí que ideas tan descabelladas, como la del muro, que rememoran tiempos fríos en el continente, se hagan realidad. Estas, por supuesto, han tenido el repudio occidental.

 

Aunque si bien el Oeste, representando principalmente por Alemania, ha criticado abiertamente la valla húngara, muchos países de este lado han empezado a asumir posturas que, como se ha dicho,  tienen el mismo fondo antimigrante. Incluso, ya se empezaron a ver las fricciones en el Oeste con una Ángela Merkel que, valiente y corajuda, se está quedando sola en su plan de acogida a los migrantes.

 

Su partido, la Unión Demócrata Cristina (UDC), es escéptico ante las medidas aprobadas por la canciller. Y a pesar de su importante gestión, la que fue respaldada por tercera vez el año pasado, su nivel de popularidad viene en picada, ubicándose en 32,5%,  cuando meses atrás estaba en 56%. 

 

¿Hasta cuándo va resistir la presión? Esta pregunta se vuelve cada día más recurrente. Por el momento, Alemania se mantiene férrea en su posición pro migrantes, con sus fronteras abiertas y la libre circulación de personas. Pero la presión sobre Merkel es cada vez más alta y más si se tiene en cuenta que ayer se constató que un migrante, quien residía en un centro de refugiados en Kerpen, estuvo implicado en las violaciones ocurridas el 31 de diciembre en Colonia.

 

Si Alemania cede ante la presión, el espacio Schengen puede sufrir la mayor crisis de su historia. Hipotéticamente la primera medida que el gobierno tomaría para recuperar su popularidad sería cerrar sus fronteras. "Ese sería el final fulminante de Schengen" como dijo recientemente un miembro de la comisión europea. Por cierto, el gobierno decretó desde final de año unos controles más estrictos en su frontera con Austria, principal camino de los migrantes para llegar al país germano.

 

Ahora bien, en virtud de la normas Schengen, los firmantes pueden ejercer controles fronterizos durante 10 días, en razón de "el orden público o la seguridad nacional". Si la amenaza persiste, los controles se pueden mantener durante "períodos renovables" de hasta 20 días y por un máximo de dos meses.

 

La UE promulgó, en 2013,  un reglamento que se refiere a dichos controles de la siguiente manera: "deberían seguir siendo una excepción y sólo deben efectuarse como medida de último recurso, para un alcance estrictamente limitado y período de tiempo". Sin embargo, esos límites han sido violados por los estados miembro que, en algunos casos, han vuelto indefinidos sus controles fronterizos.

 

Lo cierto es que el espacio Schengen  cada vez tiene más críticos y menos defensores. Partidos nacionalistas como el Frente Nacional (FN), el Partido de la Libertad Holandés (PVV) y los euroescépticos del Partido de la Independencia del Reino Unido,  toman fuerza en sus países y ponen a tambalear los cimientos sobre los cuales se construyó este modelo de circulación continental.

 

Mientras tanto, Juncker como Merkel, dan la pelea en Bruselas, ante la mirada escéptica de los países y el llamado de las ONG que muestran en sus informes el mal manejo que Europa le ha dado a la crisis migratoria. En un documento de Médicos Sin Fronteras se dice que la “La UE y los Veintiocho empeoraron activamente las condiciones de miles de hombres, mujeres y niños vulnerables" y al tiempo señala que “ha fallado catastróficamente”.

 

Europa tiembla por la crisis de migrantes. Sus instituciones están confundidas y los valores bajo los cuales se constituyeron se ponen en entredicho ante la obligación de dar asilos y cobijar a los que huyen de las guerras. Los líderes del continente, la alemana Ángela Merkel y el luxemburgués Jean Claude Juncker, siguen dando la batalla. Se desconoce cuánto puedan aguantar.