TEATROS, galerías y comida orgánica, pelotas cayendo del cielo, telas adornando los árboles y un barrio que ha dado un giro en su dinámica comunitaria. Este es el Park Way, el sector de la ciudad con una creciente acogida por parte de ciudadanos que desean ver y vivir una Bogotá distinta
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DOS malabaristas en el semáforo en rojo de la esquina tirando bolas del mismo color del cielo de ese día. Uno se para encima del otro, se arrojan al aire y cuando caen ya es hora de un nuevo público. Andrés y Fabián, dos artistas dedicados al teatro, salen a la avenida Park Way en sus tiempos libres a recrear la calle mientras el resto de ciudadanos espera una luz verde para seguir su camino. Bicicletas rodando constantemente bajo la sombra de los árboles que rodea ambos costados por la extensa calle del Park Way. “Son Urapanes y Cipreses”, alega una señora sentada en un banco. Una bióloga que ha vivido un tiempo considerable en el sector y ahora vende todo tipo de plantas ornamentales en el garaje de su casa, “la población que se ha trasladado a este sector le ha dado un nuevo aire, desde estudiantes y extranjeros, hasta artistas y músicos”, la primera vez que vi un extranjero aquí supe que algo estaba cambiando”, afirma la bióloga.
El Park Way, un sector que hace parte del barrio La Soledad, parece no estar haciéndole honor a su nombre últimamente por la cantidad de gente que ahora transita sus calles y recorre sus espacios. La avenida fue construida comenzando los años de 1950 y efectivamente era un barrio con cierto carácter de soledad y una tranquilidad innegable para cualquiera que caminara sus aceras antiguas y pasara por sus casas con su particularidad arquitectónica hacia lo tradicional. Esto último no ha cambiado, pero si se han visto rasgos en la evolución de su comunidad y la población que lo habita.
No más sus negocios de alrededor ya le dan un aire particular al sector, como la tienda Clorofila llena de productos orgánicos. Al entrar, se ven repisas hechas con ramas de árboles con hortalizas orgánicas, al otro lado leche a base de quinua, ajonjolí y semillas chía. Al fondo, champús y jabones naturales de café, frijol y maracuyá, justo adelante un espacio que aprisiona toda fosa nasal a 200 metros de distancia con esencias exóticas de la India, un olor que se relaciona inmediatamente con algún paraíso desconocido. A la salida, parquea un Volkswagen Beetle de donde salen dos extranjeros, poniendo al sol sus rastas abundantes y comprando empanada de quinua.
“Es una propuesta alternativa de la comida colombiana”, afirma Esteban, mesero en el restaurante El Barrio, un espacio entre lo antiguo, con sus ventanales anticuados de madera y sus lámparas de la época victoriana que cuelgan de las paredes, y lo moderno con sillas y mesas juveniles de todos los colores. Lo particular de este sitio alternativo es la modificación que le hacen a los platos tradicionales traídos a la actualidad, como sus rollitos de sancocho o sus morcillas hechas a base de uchuva. “En las tardes los personajes que nos visitan son muy del estilo del área, vienen los jóvenes universitarios a tomarse una cerveza artesanal, los artistas jóvenes que se han trasladado a esta área y los artistas viejos que vienen a tomarse su vaso de ginebra o whiskey usual de la semana”, cuenta Esteban.
Tres cuadras abajo se disfruta de una experiencia particular en el Imperio Té, un lugar donde ya no solo se sienta a tomarte una taza de té, sino hacerlo de una manera más consciente. Este sitio brinda esta oportunidad por la cantidad de hierbas y recetas que se rescatan de todo el mundo, desde infusiones verbales especializadas para el estado de ánimo, hasta una mezcla de hierbas con especies para dar energía y despertar. Fusiones frutales reposadas y fermentadas para aumentar los niveles de oxitocina y hierbas egipcias para calmar la ansiedad y pánico.
Su vecino Rafael, un artista que lleva 15 años en el Park Way, productor de espectáculos de circo, trae especias de todas partes del mundo que parecen inconcebibles acá. Pequeños pedazos de sal negra traída de la India producida en minas, pedazos que dejan rastros de carbón en la mano. “Acá solo vivían viejitos, pero cuando los viejitos comenzaron a morirse se fue poniendo de moda: restaurantes, teatros, galerías, espectáculos, siempre fue una zona como de artistas pero no se sentía tanto por la cantidad de gente mayor que vivía, pero ahora esto se transfiguró en una zona de artistas de toda índole, están los pintores, los de cine, los joyeros, los músicos…”, afirma Rafael.
“Acá pasan cosas que probablemente no se encuentran con regularidad en otras partes de la ciudad, por ejemplo, se puede pasar por algún parque y ver a un grupo de gente colgándose de telas de los árboles o haciendo espectáculos artísticos, otros tocando música entre los árboles, y por allá en la otra esquina unos malabaristas y gente haciendo taichí en los lugares públicos”, le cuenta al diario el cantante de rock, Fernando Del castillo, de la banda 1280 almas. El artista lleva viviendo ocho años en el sector y ha notado cierto cambio en la acogida que ha tenido el lugar, sin embargo, afirma que para él este tipo de manifestaciones culturales deberían ser normales en cualquier sitio de la ciudad. “Lo que hay acá es libertad, y la gente se fue dando cuenta de eso, este tipo de actividades acá son vistas como algo natural y además hay mucha tolerancia frente a estas expresiones”, declara Fernando.
Un barrio tradicional en la historia que se comenzó a resistir ante la rigidez del resto de la ciudad. Algunos lo definen como el nuevo centro de la comunidad hipster, otros simplemente observan que se está convirtiendo en un espacio fuera de lo convencional, alternativo a otros lugares de la ciudad. Un barrio donde vecinos se convirtieron en una comunidad de libre manifestación, algo natural, pero no común dentro de la caótica Bogotá.
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