Una semana después de que en La Habana las delegaciones del Gobierno y las Farc anunciaran que había un “nuevo acuerdo” de paz, varias circunstancias han quedado claras en medio del maremagno de reacciones y hechos políticos en los últimos siete días.
En primer lugar, es claro que el nuevo texto lejos de generar un mayor consenso y apoyo al proceso, evidenció que la polarización sigue marcando el escenario político colombiano.
Cuando el 5 de octubre se reunieron en la Casa de Nariño el presidente Juan Manuel Santos y el exmandatario Álvaro Uribe con la intención de iniciar un diálogo nacional para lanzarle un salvavidas al acuerdo de paz con las Farc que había sido negado en el plebiscito tres días antes, se pensaba que si esas conversaciones entre el Gobierno y la oposición progresaban, entonces en pocas semanas o en uno o dos meses se podría estar viendo lo que no ocurrió en los últimos cinco años de tratativas con la guerrilla: un consenso real en el que las fuerzas políticas más representativas del país respaldaban lo re-negociado en Cuba.
Incluso, aun en medio de los rifirrafes y polémicas que distinguieron las tres semanas largas de reuniones entre los delegados del Gobierno y los líderes del No, con el expresidente Álvaro Uribe a la cabeza, siempre se pensó que, al final, el “nuevo acuerdo” estaría rodeado de un respaldo más amplio del que se pensaba tenía el primero pero que se hundió sorpresivamente en las urnas.
Esa previsión respondía a la sana lógica de que si el triunfo del No demostró que la negociación cerrada del Gobierno y las Farc durante cuatro años en La Habana fue la que profundizó la polarización política y llevó al resultado del 2 de octubre, la solución para salvar el acuerdo con la guerrilla era corregir esa falencia. En otras palabras, que la oposición, que ganó el plebiscito, tuviera voz y voto en la re-negociación del acuerdo.
Sin embargo, después de que se cerraran los diálogos entre el Gobierno y los del No, y tras una semana de discutir con las Farc las más de 400 propuestas de reajuste al acuerdo, que fueron compiladas en 57 ejes temáticos, lo que se evidencia es que ese consenso político que debía rodear este “nuevo acuerdo” simple y llanamente no se consiguió.
Esa es la primera conclusión del escenario pos “nuevo acuerdo”, que incluso puede implicar un desconocimiento rampante del dictamen popular del 2 de octubre. Esto al ser evidente que la mayoría de los que votaron por el No en modo alguno estaban contra la paz y favor de la guerra, sino que urgían un reajuste al acuerdo con las Farc en temas centrales como la justicia transicional y la elegibilidad política. Para ello, por simple lógica política, el camino era escuchar a los principales contradictores del proceso y consensuar con ellos los ajustes al pacto con la guerrilla, de forma tal que esta entendiera que no era la oposición la que solicitaba corregir el acuerdo, sino el país entero, en cabeza del Gobierno.
Al final de cuentas eso no ocurrió, porque la delegación gubernamental volvió a la Mesa de La Habana con el paquete de propuestas de reajuste al acuerdo bajo el brazo, pero no lo presentó como propio, sino como lo que sugerían o pedían los del No así como otros sectores institucionales, por ejemplo las altas Cortes judiciales.
Incluso, bien podrían decirse –aquí una segunda conclusión de lo que pasó en la última semana tras el anuncio del “nuevo acuerdo” con las Farc- que el Gobierno sí llevó y expuso en la Mesa las propuestas del No, pero las acordó con la guerrilla bajo los criterios del Sí. En otras palabras, no se convenció ni apropió de esas propuestas, sino que las analizó con la delegación subversiva para ver cómo las acomodaban dentro del texto inicial de un acuerdo que, pese a perder en las urnas, ambas partes siguieron considerando como válido y defendiéndolo.
Pelea por la forma
Esa falta de consenso político y la evidencia de que ambas partes discutieron y aterrizaron las propuestas del No bajo el criterio y enfoque de los del Sí, se ponen de presentes en dos escenarios distintos. El primero es el referido a la forma en que se re-negoció el denegado acuerdo con las Farc.
Aunque desde un principio tanto Uribe como el expresidente Andrés Pastrana, la excandidata Marta Lucía Ramírez, el exprocurador Alejandro Ordóñez y otros voceros del No indicaron que esos diálogos con el Gobierno no implicaban que los críticos del proceso de paz tuvieran que ir a La Habana y sentarse a la Mesa de Negociación, al final abrieron la posibilidad de que un delegado o testigo de ese bloque estuviera presente en las discusiones en Cuba con el fin de verificar que sí se estaban analizando sus posturas y explicarlas en caso de dudas.
La posibilidad de designar ese testigo y enviarlo a Cuba no se concretó y, siendo realistas, allí tanto los del No como el Gobierno cometieron un error grave que, al final, explica por qué no se logró el consenso político que se requería para que todos los sectores nacionales y partidos respaldaran el texto renegociado.
En otras palabras (tercera grave conclusión): el No nunca supo cómo se renegoció en La Habana y aunque el Gobierno dice que continuamente estaba informando al uribismo y compañía de cómo marchaban las conservaciones con las Farc, la reacción de sorpresa e incredulidad que tuvieron estos cuando conocieron el texto del “nuevo acuerdo” pone en evidencia que ese canal de comunicación Ejecutivo-Bloque del No nunca funcionó bien.
Y, precisamente, por ese corto circuito fue que terminó ocurriendo lo que pasó esta semana: que mientras el Gobierno, con el presidente Santos y el jefe negociador Humberto de la Calle, recalcó que el “nuevo acuerdo” es “definitivo” y la “negociación está cerrada”, los voceros del No protestaron porque creían que el Ejecutivo iba a pactar con las Farc un nuevo articulado del pacto y, antes de firmarlo, lo traería a Colombia para ser presentado a la oposición y que esta lo revisara y determinara si estaba de acuerdo con la cantidad y profundidad del reajuste. Una vez cumplido este paso en Colombia y discutidas esas nuevas correcciones con las Farc en La Habana, entonces sí se podría dar por terminada la re-negociación del acuerdo y anunciarlo como “definitivo” ante el país.
“En la última reunión que tuvieron los compañeros del No con delegados del Gobierno, se dijo que ya el Gobierno había recogido el inventario, organizado y tabulado, de las propuestas del No para llevarlas a La Habana. Expresaron que una vez regresaran (de Cuba), antes de cualquier cierre, volverían a mirar el tema y las respuestas de las Farc con los del No. Eso no se dio”, se quejó Uribe el jueves pasado en entrevista exclusiva con EL NUEVO SIGLO.
Y frente a las afirmaciones de Santos, De la Calle y todos los voceros gubernamentales en torno a que el “nuevo acuerdo” estaba ya cerrado y tenía que darse como “definitivo”, el senador y exmandatario precisó que “…De todas maneras a mí me parece grave eso, dañino para la democracia y por eso insisto en el acuerdo nacional. El Presidente de la República me expresó que le había ordenado al doctor De la Calle reunirse con los del No. Nosotros estamos listos, queremos hacerlo tan pronto ellos puedan y nosotros tengamos concluido este estudio (del acuerdo) en el que estamos empeñados, para en ese momento expresar nuestras opiniones. Si hay sugerencias de modificaciones, deseamos encontrar un gobierno abierto, permeable, receptivo, creo que esa es la palabra para buscar siempre opciones. Y creo que los partidos políticos representados en el Congreso podrían jugar un gran papel si sus voceros pueden ser gestores de ese acuerdo nacional sustantivo”.
Otros voceros del No también protestaron e incluso calificaron de ‘conejo’ que el Gobierno hubiera firmado el “nuevo acuerdo” antes de presentárselo al bloque político que ganó en las urnas.
Por ejemplo, en carta al presidente Santos, la exministra Ramírez advirtió que “… no obstante el clima de confianza y el trabajo constructivo desarrollado en la última semana de octubre entre su equipo de negociadores y los distintos sectores y líderes que representamos el No, nos sorprendió que si bien el sábado se nos ofreció el envío de unos textos que asumimos nos darían la oportunidad de presentarle nuestros comentarios finales, el lunes a la madrugada se publicaron las 310 páginas en el sitio de la Presidencia, anunciando ya el Acuerdo Nuevo y definitivo, lo cual ratificó el Dr. Humberto de la Calle en distintas entrevistas radiales. Precisamente, para mayor eficiencia en nuestra respuesta y más transparencia de lo que sucediera en La Habana, algunos del No habíamos propuesto que hubiera un observador nuestro con un reglamento que le diera la opción de participar en la mesa”.
El Gobierno se defendió a lo largo de la semana afirmando, de un lado, que nunca se comprometió con el bloque del No a enviarles el texto del “nuevo acuerdo” para que lo revisaran y autorizaran y, de otra parte, reiteró que más del 80% de sus propuestas se incluyeron en el nuevo texto y, por lo tanto, quedaba claro que el acuerdo sí se reajustó y ahora era necesario cerrar la negociación para dar paso a la refrendación e implementación, ya que el tiempo apremia.
Incluso el propio Jefe de Estado reiteró esta semana, tanto en el país como en sus giras por Estados Unidos, no sólo que el “nuevo acuerdo” ya era definitivo y la negociación estaba cerrada, sino que dio a entender que salvo el uribismo, el resto de sectores del No habían apoyado el nuevo pacto.
“… Después del plebiscito del 2 de octubre iniciamos una serie de conversaciones, de diálogos con diferentes promotores del no para escuchar todas sus quejas, sus preocupaciones, sus propuestas… Organizamos todas esas propuestas en 57 puntos y esos puntos fueron, en su mayoría, introducidos en el nuevo acuerdo en la negociación con las Farc. Ese nuevo acuerdo ya lo tenemos y ha generado un gran respaldo de parte de muchos de los grupos que antes se habían manifestado por el No. Por ejemplo, la Iglesia Católica que se había declarado imparcial, ya se manifestó que está satisfecha con este nuevo acuerdo. Muchos de los sectores cristianos que se habían opuesto al acuerdo, hoy están diciendo que lo que quedó en el nuevo acuerdo los satisface plenamente. Los militares retirados integrados por Acore, por ejemplo, dijeron que ya lo que está en el nuevo acuerdo a ellos los satisface. Muchos de los empresarios con los cuales nos hemos reunido, y en fin, muchos sectores que fueron parte de este diálogo y ya se han manifestado a favor. Todavía no hemos encontrado una respuesta del Centro Democrático, aunque los demás partidos, todos los partidos que están en el Congreso ya se manifestaron en una reunión que tuvieron conmigo a favor del nuevo acuerdo”, explicó Santos durante su gira por Estados Unidos en donde habló al respecto con congresistas republicanos y demócratas, el vicepresidente Joe Biden, la CIDH y la OEA.
Así las cosas, lo que queda en evidencia es que (cuarta conclusión) mientras el Gobierno ya da por cerrado el acuerdo y sus dudas están enfocadas ahora a cómo se refrenda para proceder a la implementación vía Congreso, el bloque del No, al menos el que lidera Uribe, considera que todavía no se puede hablar de estos últimos dos temas, ya que confían en que se puedan reunir con el Gobierno para revisar a fondo lo renegociado y poder hacer las observaciones del caso.
Una contradicción, a todas luces, muy profunda y que bien podría dejar sin piso gran parte de los diálogos que sostuvieron durante todo octubre Gobierno y los del No, volviendo al escenario anterior de polarización irreversible.
Todavía nada del fondo
Pero si la pelea por la forma en que se renegoció el acuerdo se tomó la semana, todavía está pendiente lo relativo al fondo de este. Y allí lo que es más evidente (quinta conclusión) es que los del No todavía no se han pronunciado al respecto.
Es más, el propio Uribe le dijo a EL NUEVO SIGLO que su partido y los demás líderes del No esperaban tener este fin de semana ya concluido el análisis de todo el acuerdo reajustado en La Habana para dar a conocer sus puntos de vista específicos y que estos puedan ser tenidos en cuenta en el acuerdo final que, insisten, no tiene ni debe considerarse todavía como definitivo.
Hasta el momento, como se dijo, esos análisis sobre si los reajustes al texto se aplicaron a los temas más polémicos del acuerdo no se han dado a conocer por parte del Bloque del No.
Si bien esta semana algunos congresistas uribistas criticaron puntualmente que no se hubiera podido renegociar con las Farc el punto relativo a la elegibilidad política de los guerrilleros, así estos sean condenados por el Tribunal de Paz por delitos graves y de lesa humanidad, sólo hasta mañana en la reunión que se tiene programada con De la Calle y los voceros del No se dará a conocer el informe final al respecto.
Aun así algunos pronunciamientos e interrogantes de los líderes del No hacen prever que los peros sobre el fondo del “nuevo acuerdo” y qué tanto se corrigió respecto al primer texto rechazado en las urnas el 2 de octubre, serán muchos y de alto calado.
Por ejemplo, la excandidata Ramírez, en la ya referenciada carta a Santos, también le pide aclarar el alcance de un nuevo artículo en el renegociado acuerdo que sería incluido en la Constitución y obligaría a los próximos tres mandatos presidenciales a “cumplir de buena fe” con lo establecido en el Acuerdo Final, previendo que su interpretación y aplicación “deberán guardar coherencia e integralidad con lo acordado”.
Según Ramírez, Santos había destacado cuando anunció los cambios incluidos en el “nuevo acuerdo” que se había excluido lo relativo a elevar a bloque de constitucionalidad el pacto con las Farc, pero el artículo mencionado podría implicar lo contrario. Por eso se cuestiona: “¿El nuevo acuerdo está o no incluido en el bloque de constitucionalidad? El Presidente dijo el sábado que no, pero el nuevo acuerdo dice que sí”.
El exprocurador Ordóñez también se fue lanza en ristre contra el renegociado acuerdo, afirmando que no era uno “nuevo”, sino que se había “maquillado” el anterior pese a ser rechazado en las urnas. También insistió en que el Congreso no es un organismo de refrendación popular del acuerdo, y menos aun cuando los partidos que allí son mayoría fueron, precisamente, los derrotados en el plebiscito del 2 de octubre.
Como se ve, sólo cuando este lunes el Bloque del No ponga sobre la mesa sus criterios sobre el fondo del “nuevo acuerdo” se podrá determinar cuál es la dimensión de sus diferencias con lo pactado en La Habana.
Una vez ello ocurra, la opinión pública tendrá más insumos para entender las bondades y desventajas de lo renegociado, toda vez que hasta el momento sólo han escuchado las posturas del Gobierno y de las Farc sobre el pacto reajustado, pero no así las de la oposición.
Incluso, no es arriesgado advertir que para una buena parte de los colombianos que votaron por el Sí y por el No el 2 de octubre, muchos de los temas que se reajustaron del primer acuerdo no estaban en su radar porque, simple y llanamente, no hacían parte de los asuntos más polémicos y centrales del diario rifirrafe entre Gobierno y uribismo. Negar esa realidad sería muy ingenuo.
Es más, algunos de los apoyos que el presidente Santos dijo en Estados Unidos ya habían sido oficializados respecto al “nuevo acuerdo” fueron puestos en duda al cerrar la semana. Este fue el caso de algunas facciones de las iglesias cristianas que insistieron en que todavía hay “ideología de género” disfrazada en algunos puntos del renegociado pacto. Igual pasó con la asociación de generales en retiro, quienes aclararon que les pareció bien lo relativo al sistema de juzgamiento diferenciado de los militares y policías acusados de delitos relacionados con el conflicto, pero que sólo hasta la próxima semana harán un pronunciamiento sobre el total del pacto renegociado.
Incluso, un alto jerarca de la Iglesia Católica fue preguntado por un periodista de EL NUEVO SIGLO respecto a si esa institución, en caso de una nueva refrendación popular del acuerdo con las Farc, pediría que se votara por el Sí. Según la fuente eclesiástica ese tema no se ha tratado a fondo y todavía no hay un pronunciamiento oficial de la Conferencia Episcopal respecto al nuevo pacto anunciado en La Habana.
De otro lado, aunque el Jefe de Estado dijo que ya todos los partidos, a excepción del Centro Democrático, habían respaldado el “nuevo acuerdo”, las directivas del conservatismo indicaron que sólo esta semana adoptarán una posición oficial, una vez se conozcan las posturas de fondo del Bloque del No, en donde hay dos líderes de la colectividad, el expresidente Pastrana y la excandidata Ramírez.
¿Y ahora?
Como se ve, la primera semana post segundo acuerdo de paz con las Farc ha sido bastante movida pero está claro que todavía no se conoce la postura del No sobre el fondo de lo renegociado.
A ello se suma que también están pendientes otros temas de alta complejidad como el de la refrendación. Hace dos semanas el presidente Santos había dicho que sólo cuando tuviera firmado el nuevo acuerdo decidiría este tema, teniendo como opciones otro plebiscito, los cabildos abiertos o ir directamente al Congreso.
Esta semana, pese a que ya el Gobierno da como cerrado y definitivo el “nuevo acuerdo”, Santos dijo que el tema de la implementación es claro que se hará vía Congreso pero no aclaró cómo será la refrendación.
Es más, ya hay muchos sectores que advierten que el Gobierno y las Farc acordaron saltarse una nueva consulta a la ciudadanía y que en el texto del “nuevo acuerdo” se dice que la refrendación se puede hacer mediante cualquier mecanismo de participación ciudadana o por el Congreso. Esto último, en opinión de los críticos, sería una especie de ‘conejo’ no sólo al dictamen popular del 2 de octubre, sino a la propia promesa presidencial de que los colombianos tendrían la última palabra para aprobar o improbar lo pactado con las guerrillas.
Ese es un tema que todavía no está resuelto, e incluso la Casa de Nariño trataría de buscar opciones en sus diálogos con los del No que, como ya se dijo, replicaron que no hablarán del asunto sino hasta que se haya establecido si hay lugar a introducirle eventuales reformas a lo renegociado en La Habana.
De otro lado, no se puede negar que la muerte esta semana de dos guerrilleros en combates con el Ejército en Bolívar prendió las alarmas sobre la fragilidad del cese el fuego bilateral, dando impulso a la tesis del Gobierno en torno a que hay que acelerar la firma del “nuevo acuerdo” y el arranque de su implementación.
Por ejemplo, el Alto Comisionado para la Paz, Sergio Jaramillo, aseguró que se tiene que empezar a implementar de manera rápida los acuerdos de La Habana, para evitar situaciones que pongan en peligro el cese del fuego y se corra el riesgo de la pérdida de vidas humanas.
“Tenemos una situación seria en el terreno, una situación inestable, una guerrilla de miles de hombres esperando qué va a ocurrir. La situación sigue siendo frágil y tenemos que preservar las vidas humanas”.
Al término del encuentro con los representantes de siete gobernaciones y 26 alcaldes y alcaldesas de los municipios en donde se localizarán las Zonas Veredales Transitorias de Normalización (ZVTV), y los Puntos Transitorios de Normalización (PTN), Jaramillo Caro explicó que para evitar hechos como los ocurridos en el Sur de Bolívar, se debe pasar de manera prioritaria a la conformación de las zonas y puntos.
“No es lo mismo el pre agrupamiento que tener unas Zonas con unas coordenadas precisas, con un mecanismo de monitoreo y verificación tripartito al lado y con una logística organizada. Esto es una situación interina, en donde acordamos unos protocolos mínimos, pero no es lo mismo que comenzar ya a implementar el Acuerdo del Cese al Fuego con sus protocolos y sus reglas estrictas de lo que debe ocurrir”, dijo.
Es más, el propio presidente del Senado, Mauricio Lizcano, dijo que debería pensarse desde ya en citare a sesiones extras al Congreso desde enero para que arranque a aprobar, por la vía ordinaria, las leyes y actos legislativos que se requieran para la implementación rápida del pacto.
Así termina, pues, la primera semana pos segundo acuerdo de paz con las Farc. Queda claro que consenso mayoritario no hay y que lo más probable es que, ya sea en las urnas, ante la opinión pública o en el Congreso, vamos rumbo a un nuevo escenario de polarización política y pulso entre partidarios y contradictores de lo pactado con las Farc. Un acuerdo de paz, en conclusión, que lejos de unir, confirma la división.