Los vehículos que dejan de circular son los particulares, curiosamente los más nuevos y con mejores condiciones de funcionamiento
Por Álvaro Sánchez *
Especial para EL NUEVO SIGLO
Ante la imposibilidad de oponerme desde mi papel de ciudadano al Día sin carro, decidí dedicar parte de esa jornada a desplazarme por la ciudad con el ánimo de observar algunos de los efectos que, se supone, este experimento tiene sobre el medio ambiente. Lo hice aún a sabiendas de que informes oficiales de 2013 demostraron que no hubo ningún impacto favorable en la jornada y que en 2014 fue insignificante.
Se observa, en primera instancia, que la idea del Día sin carro es positiva y sin lugar a dudas intenta cumplir con unas metas que permitan concientizar a los ciudadanos sobre su futuro y sus posibilidades de supervivencia, pero también es cierto que la simple observación permite dudar de la bondad de las soluciones propuestas. Veamos:
· Si realizáramos un análisis desde el punto de vista puramente pedagógico, cabría preguntarse si la imposición de una restricción, que evidentemente molesta a la ciudadanía, será el mejor método para lograr que esa misma ciudadanía adquiera conciencia ambiental. Además del hecho notorio de que muchos de los habitantes que normalmente se desplazan en su vehículo particular, aplazan sus actividades para no movilizarse ese día, con lo cual la pedagogía se realiza en personas que no la requieren porque normalmente solo utilizan transporte público.
· También si miramos el tema desde el punto de vista exclusivamente del beneficio ambiental, podríamos preguntarnos si es cierto o no, y en qué medida, que se ve un beneficio real para el medio ambiente. Este beneficio es exageradamente pequeño para el costo de la implantación de la medida. Pude observar que los carros que dejan de circular son los particulares, ellos son curiosamente los más nuevos y los que mantienen en mejores condiciones de funcionamiento, entre tanto aumenta la circulación de buses, busetas y microbuses que emiten en gran cantidad el material particulado, que es uno de los mayores contaminantes del aire.
· De la simple observación del día se desprende que los indicadores no van a ser significativos en materia ambiental y quizá aumente en un mínimo porcentaje la movilidad (hay trancones en diferentes vías de Bogotá). Si esto resulta ser cierto y se le suma la baja en el movimiento comercial de la ciudad, podremos asegurar que la medida es inocua y que, por lo tanto, no valía la pena de ser tomada. Me pregunto si alguien podrá pensar seriamente que la limitación en el transporte particular por un día va a mejorar radicalmente o levemente las condiciones ambientales del planeta.
Perspectiva
Siendo algo riguroso en el análisis, la implantación de esta medida no pretende generar cambios en el medio ambiente ni en la economía de Bogotá y, por lo tanto, no la podríamos medir desde esa perspectiva. Premiarla o condenarla bajo estos parámetros es, en último término, un ejercicio inútil. Estamos hablando entonces de una medida simbólica que solo pretendería incorporar el tema de la contaminación en nuestra capital.
En el caso específico de Bogotá la arquitectura de la ciudad ha desarrollado la necesidad de largos desplazamientos entre los centros de vivienda y los centros de estudio y/o educación. Esto, aunado a un deficiente servicio de transporte público, genera más inconvenientes que soluciones con la implementación del Día sin carro.
De otra parte, vale la pena preguntarse si funciona una restricción que no involucra los carros blindados, que por su propia condición son los de motores más grandes entre los carros particulares, manteniendo los desplazamientos de funcionarios en forma individual y sin que se note esfuerzo ninguno por establecer métodos de transporte colectivo para colaborar con la medida. De nada sirve un Día sin carro si se mantiene el mal estado de las vías, con lo cual se aumentan los tiempos de desplazamiento y consecuentemente suben los niveles de contaminación. De nada sirve un Día sin carro si los articulados de Transmilenio continúan emitiendo grandes cantidades de material articulado y no existen sanciones. De nada sirve un Día sin carro si todas las mañanas Bogotá amanece con una nube o especie de nata que es causada por la contaminación producida principalmente por busetas y buses rojos y verdes del Transmilenio, que constantemente están impregnando con olores a quienes se desplazan a su alrededor, además de afectar seriamente sus vías respiratorias.
Me cabe la pregunta de por qué no se puede aprovechar el Día sin carro para implementar medidas que podrían permitir mejorar sustancialmente las condiciones ambientales permanentes.
Por ejemplo, se podría utilizar el día para tapar algunos de los huecos que disminuyen los promedios de velocidad en la ciudad. Con ello se mantendrían menos tiempo rodando los vehículos. Se podría utilizar la jornada para señalizar algunos paraderos de buses y lograr así disminuir las congestiones con el mismo resultado. También podría servir para realizar algunas obras de mantenimiento de redes, con lo cual se evitaría las molestias que se generan en la ciudadanía cuando estas obras se realizan en días y horas laborables.
Cambios
Quisiera finalizar expresando mi pensamiento en el sentido de que el Día sin carro debiera ser cambiado por una labor permanente de mejora ambiental; por unas condiciones que generen un mejor comportamiento de los conductores de servicio público; por la generación de acuerdos para que los vehículos del sector oficial optimicen sus desplazamientos; por una pedagogía ambiental que concientice a la ciudadanía de los peligros de continuar con la depredación del planeta; por una implementación de la cultura de la siembra de árboles en colegios y universidades; y en general por un conjunto de medidas que en verdad mejoren nuestro entorno y que no molesten al ciudadano del común.
* alsanchez2006@yahoo.es@alvaro080255