La suerte que corrió recientemente el uniformado Wilson de Jesús Martínez, quien participaba en las labores de desminado humanitario en El Orejón, quien murió, es la misma a la que se exponen a cada instante los integrantes del Batallón Número 60 del Ejército.
¿Qué piensan cuando inician su labor cada día los integrantes de este contingente? EL NUEVO SIGLO consultó al comandante del mismo, Willington Benítez y a dos uniformados, el sargento Evencio Rosas y el teniente José Luis Rodríguez.
En el país se han reportado unas 30 mil minas antipersonal sembradas en los campos y en las selvas para proteger las llamadas retaguardias estratégicas de los grupos armados al margen de la ley.
Según el comandante del Batallón de Desminado Humanitario Número 60, coronel Willington Benítez, esa unidad, desde que inició operaciones, ha logrado la neutralización de 4.500 minas antipersonal.
“La mina antipersonal es el combatiente oculto que nunca yerra el blanco y que no distingue entre militares, policías, niños, niñas, hombres y mujeres del campo ni religión ni color de piel”, dijo.
Colombia sufre desde 1999 el fenómeno de las minas antipersonal que hasta la fecha dejan decenas de víctimas entre militares, policías, niños, niñas, hombres y mujeres del campo.
“Se cree que desde mucho antes las guerrillas venían utilizando estos artefactos, pero fue en 1999 y en el año 2000 cuando se incrementó la siembra de estos explosivos que en principio eran conocidos como minas quiebrapatas, elementos silenciosos que atacan a ciegas”, dijo.
Ante este fenómeno creciente, el Ejército decidió preparar a los hombres adscritos a los Ingenieros Militares para que hicieran frente a este accionar de los grupos subversivos.
“Recibimos una exigente enseñanza con expertos en las diferentes técnicas utilizadas por los autores de estos artefactos para atentar contra las Fuerzas Militares y frenar su accionar en operaciones de profundidad, en ataques contra sus campamentos y bases y en ataques a las llamadas reservas estratégicas de esos grupos”, indicó.
“Una vez tuvimos la actualización sobre estos explosivos, salimos a los campos, selvas, caminos obligados no solo para militares y policías, sino para los mismos campesinos para neutralizarlos y salvar la vida de nuestras tropas y de los ciudadanos e incluso de los animales domésticos y salvajes que también son víctimas de este accionar demencial”, señaló.
“Nunca pensé que llegaría a poner en riesgo mi vida todos los días desactivando las minas quiebrapatas o antipersonal. Cuando ingresé a la Escuela Militar de Cadetes era desconocido ese accionar de los grupos armados al margen de la ley para enfrentar a las tropas. Estoy hablando en 1991 cuando pensaba solo en servir a mi patria”, manifestó el oficial.
“Hoy, oficial superior del Ejército, siento temor o miedo, porque a los explosivos hay que tenerles respeto y por más que se esté preparado en todos los procedimientos para lograr su desactivación, conozca y esté preparado para desactivar una mina antipersonal, siempre se debe actuar como si fuera la primera vez que uno trabaja”, expresó.
Agregó que “no niego que al inicio se siente mucha tensión, mucha presión y se le pasa todo a uno por la cabeza, piensa en su esposa, en sus hijos, en sus compañeros de trabajo, en los campesinos, pero rápidamente uno vuelve a la realidad y se centra en cómo desactivar ese artefacto y evitar que cobre la vida de un ciudadano”.
“Cuando se está al frente del artefacto, uno transpira, tiene la respiración entrecortada, pero es tal nuestra preparación que de un solo golpe volvemos a la realidad de lo que estamos haciendo. Recuerdo que cuando tuve que desactivar una mina antipersonal en el Alto del Gavilán, en el Páramo del Sumpaz, imagínese, estamos hablando del páramo, es decir, temperaturas extremadamente bajas y sudé tanto que mis compañeros alcanzaron a preocuparse, pero por fortuna logré desactivar ese artefacto, muy poderoso por cierto”, explicó.
“Inicialmente doy gracias a Dios y le pido que me cubra con su manto y me ilumine para no cometer un error; en segundo lugar pienso en mi familia y en todas las personas que podrían ser víctimas de este accionar criminal y finalmente, a lo último, uno piensa en uno….así es esta experiencia de salvar vidas”, dijo.
Añadió que “la vida del desminador es pensar en todos, menos en uno. Lo único que se le viene a la mente, además de lo que comenté anteriormente, es salir avante para poder salvar más vidas, especialmente, la de los niños, la de las niñas y la de los hombres y mujeres del campo, ellos son víctimas permanentes de este accionar irracional”.
“Nuestra vida de soldados es así… pensar en los demás y finalmente en uno, si se acuerda, pues la mente uno la tiene en ese artefacto, analizando, viendo cómo fue elaborado, cómo se activa, por presión o por alivio de presión o por otro mecanismo. Es que aquí en el país, esos grupos armados ilegales utilizan técnicas de los Vietcong y del IRA y por supuesto de sus explosivistas. Siempre están innovando”, narró.
Por ello, cuando “los campesinos, los policías o los soldados son blanco de las minas antipersonal, me da mucha tristeza y angustia, pues en muchos casos mueren y en otros pierden sus extremidades inferiores, pero también sufren graves afectaciones en otras partes de su humanidad. Es tal la magnitud de la explosión y las esquirlas que salen disparadas en miles de direcciones, que pierden sus ojos y otros quedan sordos. Es muy grave el daño que sufre un ser humano con esas minas, consideradas como el enemigo oculto”.
Expresó que “cuando terminaba su labor en el área de neutralizar una mina, la mayor satisfacción que recibía era el gracias por parte de los campesinos. Recuerdo que un labriego de 72 años corrió y nos abrazó después que levantamos siete minas que habían sembrado en su propiedad. Una niña ya había caído en uno de esos artefactos. Recuerdo que el campesino sonriente me dijo: creí que me iba de este mundo sin poder entrar a la casa que me vio nacer. Gracias a ustedes los soldados de nuestro Ejército, pudimos volver a nuestra casa, aquí en el municipio de Samaná, en Caldas”.
Bonita labor
El sargento Evencio Rosas Silva, orgánico del Batallón de Desminado, afirmó que todos los días se levanta con una oración a Dios por otro día de vida y otro día de trabajo para evitar que miembros de las Fuerzas Armadas y los campesinos sean blanco de las minas antipersonal.
“El desminado para mí es una bonita labor, que no todos pueden adelantar o ejecutar, pues se requieren nervios y temple de acero para salvar vidas día a día. Es difícil, pero no imposible. Con este trabajo ayudamos al retorno de numerosos trabajadores del campo a sus fincas para que puedan volver a laborar sus tierras que habían abandonado por el peligro que representa este enemigo: las minas antipersonal”, dijo.
Para el suboficial “estos artefactos no hacen diferencia entre militares y niños ni color ni razas, es un enemigo que está ahí, que está esperando simplemente, que no hace ninguna distinción sobre los estratos sociales, si el soldado es blanco o de color o mestizo y si tiene religión o no”.
“La mina antipersonal está ahí para causar daño, para quitarle la vida a los seres humanos y para que los propietarios de la tierra la abandonen. Qué triste y grave es esta situación, pero nosotros estamos ahí, por fortuna, para ayudar a nuestros hermanos del campo, para limpiar esas zonas de minas a costa de nuestras propias vidas”, expresó.
Rosas en su diálogo con EL NUEVO SIGLO expresó que “todos los días agradezco a Dios, cuando estoy con mis seres queridos los abrazo y me despido bien de ellos, pero cuando estoy en el área, entonces pienso en ellos y en los colombianos que se van a salvar al limpiar los campos de estos explosivos”.
“No puedo decir que no se siente miedo, claro que se siente, claro que le pasa a uno todo por la mente en cuestión de segundos y ni siquiera no recuerda que está arriesgando su vida, pues en este momento, frente a una mina, lo único que se piensa es en desactivarla, en neutralizarla y pensar que salvó muchas vidas”, indicó.
El militar expresó que “mi familia me da la bendición todos los días, esté presente o en el área. Cuando estoy fuera de casa, trabajando desde nuestro Ejército Nacional para proteger al país, hablo por teléfono con mi familia para decirle que estoy bien, que oro con Dios y que estoy preparado para enfrentar esos retos, difíciles por cierto”.
El sargento Rosas recordó que “nunca pensé que estaría trabajando en desminado humanitario, pero cuando uno ingresa al Ejército sabe a ciencia cierta que está al servicio del pueblo colombiano para buscar su bienestar y paz. Desde el momento que ascendí trabajo en el desminado humanitario y estoy tranquilo porque nuestros procedimientos son seguros y nos dan fortaleza para trabajar”.
Salvar Vidas
Mientras tanto, el teniente José Luis Rodríguez, nunca pensó en trabajar como desminador. “Para mí la vida militar era el respeto irrestricto a nuestra Constitución Nacional, el respeto por los derechos humanos, el derecho internacional humanitario, el respeto, el don de mando, estar al frente de una compañía o un pelotón para orientar a estos hombres en la lucha contra los enemigos de la paz y la concordia, pero nunca pasó por mi mente arriesgar mi propia vida desactivando minas antipersonal”, dijo.
“El rol del ser militar es una responsabilidad muy grande y por esta razón uno observa, lee, aprende, acata a los instructores y luego va tomando cariño a esa riesgosa acción de desminar, de neutralizar artefactos explosivos”, agregó.
Aseguró que “en este batallón de desminado humanitario uno se pone en las botas de los soldados y trabaja hombro a hombro con estos jóvenes que son el futuro del país y se da cuenta que ser desminador y más trabajar con explosivos, es una tarea muy difícil pero gratificante, porque ayudamos para que más colombianos no caigan en esas trampas humanas”.
Explicó que “cuando estoy frente a un artefacto que fue descubierto por un canino o por un detector, siento respeto, pero no miedo, recorro mentalmente cada procedimiento, claro, no puedo decir que no pienso en mi familia y en mis compañeros y por supuesto, primero en Dios, para luego ejecutar paso a paso cada una de las enseñanzas para neutralizar ese explosivo”.
Reconoció que “el miedo existe, pero es necesario saber cómo enfrentarlo y controlarlo para evitar caer en errores y perder la vida. En ese momento uno tiene que estar totalmente consciente de lo que se está haciendo, pues un error por mínimo que sea, nos cuesta la vida e incluso puede afectar a otras personas o militares que puedan caer en el radio de acción del artefacto”.
“En nuestro batallón contamos con muchos perros – Kaiser – de la Sexta Brigada que salvo muchas vidas no solo de militares y de policías sino de decenas de campesinos y que sufrió los embates de esos artefactos. Hoy el can patrulla en las instalaciones de esa unidad castrense, porque no puede estar en el área, ya que perdió una de sus extremidades y sufrió graves daños en uno de sus ojos”, señaló.
“Para nosotros los militares, los perros antiexplosivos también son nuestros soldados, nuestros compañeros inseparables, porque ellos saben hacer bien su trabajo de ubicación y detección de las minas antipersonal. Son muy queridos no solamente por sus guías sino por todos los hombres de la unidad, sencillamente, porque sin ellos afrontaríamos muchísimos riesgos en la búsqueda de estos artefactos”, agregó el teniente Rodríguez.