Una mañana nublada era la puesta del día para partir hacia otra de las bellezas que guarda y conserva la selva amazónica, la cual es tan extensa que no bastan 12 horas seguidas para alcanzar a recorrerla. Sería una cita pactada para descubrir la población de Puerto Nariño y posteriormente tener el privilegio de presenciar un mágico y escaso momento que genera emoción, asombro y a la vez incredulidad, sería la cita precisa para percibir de cerca el misterioso avistamiento de los delfines rosados.
Saliendo desde la isla de San José, lugar a donde se llega tras una navegación de 17 kilómetros río arriba desde Leticia, la embarcación con 12 ocupantes comienza la aventura de seguir descubriendo en vivo y en directo lo que hasta el momento ha sido mitológico en nuestra mente.
Serán más de dos horas de viaje, en las cuales recorreremos la Isla de Los Micos, la de Korea, la de Serra y la de Mocagua, pero antes del largo trayecto, es necesario hacer una parada en Puerto Alegría, una población que ya pertenece a la Amazonia peruana y en donde podremos abrazar al fabuloso oso perezoso y además interactuar con los animales representativos de la zona, tales como guacamayas, tucanes, micos y el acaparador lagarto.
Retornando a la embarcación en la que nos acompaña el sabio indígena de 71 años Antonio Bolívar, quien se destacó por protagonizar la película nominada a los premios Óscar, El Abrazo de la Serpiente, y quien reside en la zona, partimos en busca del Puerto, mientras que el humilde hombre comparte con nosotros en el recorrido los enigmas de la selva amazónica.
Las pesadas nubes comienzan a descargarse sobre la región y convierten el viaje en un trayecto algo tedioso, el río se hace sentir en medio de su inmensidad y con la fuerte lluvia que cae sobre la embarcación, la marcha aunque más lenta de lo programado continúa.
En el recorrido por el caudaloso río se van divisando al lado izquierdo las banderas peruanas que dan fe de los linderos que comparten con Brasil, país que al derecho tiene la verde amarela sobre su territorio, mientras que Colombia por su parte tiene algo ausente en sus terrenos vegetativos la tricolor.
Puerto Nariño a la vista
Pero esa tricolor comienza a ser visible cuando la embarcación toma camino por el río Loretoyaco, corriente que finalmente conduce hasta la población de Puerto Nariño, el segundo municipio del Amazonas luego de Leticia.
Descendiendo de la embarcación, un puente peatonal construido en concreto, con barandas y techo de madera, es el camino de entrada al tranquilo municipio donde sus coloridas casas coloniales hacen juego con el llamativo verde de la vegetación y el sol que alumbra aquellos charcos que quedaron de la tempestad que había acabado de caer sobre la expansión amazónica.
Los 65 kilómetros de recorrido desde el hotel Amazon de On Vacation hasta Puerto Nariño, valieron la pena, pues conocer aquel municipio, invadido especialmente por visitantes extranjeros fue como estar inmerso en un pesebre, ambiente por el que justamente recibe aquel seudónimo en Colombia.
(Catherine Nieto, periodista EL NUEVO SIGLO, narra en este video la llegada a un avistamiento de delfines rosados)
El municipio donde cada rincón es el espacio propicio para exhibir una bandera de nuestro país, fue construido hace 53 años, además sus calles se distinguen por poseer caminos de árboles, mientras que las carreras son identificadas por las hileras de palmas, así mismo es único porque no tiene tráfico, pues allí no se ve un sólo carro, mucho menos una sola moto y más extraño aún, ni una sola bicicleta, por lo que lo hace mucho más llamativo en turismo sostenible.
La cita con los delfines rosados
Luego del tranquilo recorrido, donde no tuve que preocuparme por cruzar o caminar en todo el centro de la calle, el momento más esperado estaba llegando. Rápidamente junto a mis colegas, a Bolívar y a Daniel González, nuestro guía, subimos a aquella lancha que nos llevaría a la infaltable cita en el Amazonas para ver a los delfines de agua dulce.
Nos detuvimos unos minutos en un lago colindante al río, pero nada ocurrió, así que tomamos rumbo un poco más al norte donde tan sólo se escuchaba el sonido de las aves, del viento y del motor de la lancha en tono bajo para llamar la atención de la especie rosácea. Transcurridos unos 5 minutos, aquellos impresionantes seres comenzaron intermitentemente aparecer entre las aguas del río.
Escuchar una y otra vez expresiones como “¡míralo, ahí está!”, eran inevitables y las cámaras entre la embarcación de inmediato se disparaban para captar la mejor imagen, pero no sería tan fácil. “Ustedes tienen buena energía porque están apareciendo”, afirmó el guía, pues según relató, no siempre es exitoso el viaje hasta dicho punto, debido a que los delfines no se dejan ver. La hora para verlos también influye, pues es preferible estar allí entre las 3:00 p. m., y las 5:00 p. m.
Aunque no salían por completo, el asomar de sus cabezas y luego de su cola por tan escasos segundos, eran la compensación de aquel viaje tan largo y agitado que habíamos realizado en el río, divisar las amarillas aguas y ver asomar de repente aquella especie en tono rosado hacía aquel momento majestuoso.
Aquel suceso fue percibido por cerca de 15 minutos, los delfines grises y rosados que con su avistamiento nos saludaron, finalmente se quedaron bajo el agua y dieron por terminada aquella exhibición de belleza mágica y natural, por lo que de inmediato, el motor de la lancha subió su potencia para emprender el agradecido regreso.