Llegó como un intruso. Luego, dijeron que no duraba 365 días. Pero ahí está. Este polémico presidente ha cambiado la manera de hacer política. Se levanta temprano, lanza un tuit y enciende el mundo. En la división, está su éxito. No le va bien en las encuestas, pero mantiene su techo
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Las elecciones de 2016 en Estados Unidos fueron un golpe contra la realidad. No sólo porque ganó el que menos se esperaba, Donald Trump, sino que además dejaron un mensaje claro y difícil de digerir: la política ya no es lo que solía ser. ¿Qué? ¿Cómo?
A un año de la posesión de Donald Trump (ayer se cumplió), Estados Unidos, y el mundo, se dividen entre los que lo odian y los que lo idolatran. Quizás es el personaje del que más se ha hablado desde que comenzó este siglo. Ni los ídolos de fútbol -que ya no son de barro- se le acercan, así estén en pantallas, vallas y canciones.
Trump da de qué hablar cada mañana. Siempre que usted, yo, nos levantamos, él ya ha tuiteado. Y así, poco a poco, ha ido la manera de hacer política en Estados Unidos. Aunque el viernes, antes de montarse al avión para viajar a su mansión de Mar a Lago, el Congreso le haya dicho: acá estoy, de pronto no le aprobamos el presupuesto. Pero hoy volvemos al mundo Trump o del trumpismo.
El trumpismo, término creado por David Frum, director de The Atlantic, es, por obvias razones, la forma para llamar al estilo del gobierno de Donald Trump (pido disculpas por el deísmo). Un hombre, solo, basto y millonario, que ha hecho que la política se vuelva una pócima que reúne tecnología, inmediatez y, ante todo, duda. Una duda definida por muchos como la postverdad.
¿Es cierto? ¿Es verdad algo de Trump? El viejo chiste de la peluca, que, en contra de nuestra imaginación, Jimmy Fallon destapó, no es lo único de mentiras. Y, hay otras mentiras. Pero también hay, aunque la prensa liberal (mayoritaria) diga que no, una serie de objetivos cumplidos que son ciertos. Sí, son verdad.
Un tuitero, como usted
Donald Trump paraliza al mundo cada vez que se levanta. Dice, sin afán por la comida saludable, que come hamburguesas casi todos los días y ve televisión ocho horas al día, como cualquier habitante del río Hudson, que pasa al frente de sus narices.
A diferencia de otros presidentes, o a diferencia de cómo antes otros presidentes hacían las cosas, prende su celular cada vez que sale de las cobijas y comienza a enviar mensajes, por Twitter. Unos de ellos son políticos; otros simplemente reflejan una guerra contra sus críticos.
En un análisis riguroso de la práctica de Trump en esa red social, The Wall Street Journal (TWJ) encontró que en un año en la Casa Blanca ha escrito casi 2.300 tuits. Lo que quiere decir que por día tiene un promedio de seis. ¿Por qué lo hace?
Bueno, se ha dicho mucho al respecto. La opinión mayoritaria dice que el presidente de Estados Unidos intenta fijar la agenda noticiosa del día tuiteando desde que se levanta. Es, por eso, tan importante el tuit, o los tuits, que envía cuando bebe el primer café o la primera Coca Cola (según sus hábitos, es probable que beba más esto).
Según TWJ, el presidente norteamericano al menos escribe cuatro tuits entre 5 a.m a 9 a.m. La mayoría de ellos suelen ser pecaminosos y polémicos. Obvio: busca dar de que hablar. Así hace política.
Garantía
Al principio, era irreal verlo en los debates de las primarias republicanas, controvirtiendo los argumentos que, con calma, Jeb Bush -hermano del expresidente- exponía. Un disparate, un Ross Perot, decían los conservadores.
Poco a poco se fue ganando las bases republicanas. O, las bases del Estados Unidos profundo, algunos le dicen olvidado, que despertó, votó y lo puso en la Casa Blanca, al contrario de todas las predicciones.
Hábil e intuitivo, Trump supo leer lo que ellos querían y buscó la manera para darle un influjo de modernismo a su propuesta: las redes. Lanzó, conforme a esas ideas, su lema “Make America great again” (haz a Estados Unidos grande otra vez) y controvirtió el modelo político económico que venía dominando en Washington desde los ochentas.
En Estados Unidos, predominaba la idea de un discurso progresista con un alto enfoque en las ciudades costeras, donde habitan la mayoría de ciudadanos. El futuro, el multiculturalismo y el intercambio comercial transfronterizo, hicieron que Jimmy Carter, Bill Clinton y Barack Obama ganarán las elecciones; en el medio, conservadores pero neoliberales, los Bush.
Las virtudes de esta visión, poco a poco, dejaron de ser ciertas. Al menos para gran parte de la población, según los reportes previos a la elección. Esa realidad, vista por Trump como una ventaja, fue aterrizada al plano electoral, con un plan que el mundo no esperaba, pero sus votantes sí.
En su gran mayoría de la generación babyboomers (nacidos entre 1946-64), estos fueron seducidos por un programa que al principio parecía un chiste. ¿Qué lo hizo atractivo? Frum, en trumpismo, dice que la edad más común en los estadounidenses blancos en 2015 era 55. Esto explica la anterior pregunta.
Dicen que los votantes cada vez que cumplen más años prefieren propuestas seguras a planes reformistas e innovadores. En las elecciones presidenciales 2016, esa amplia masa de 55 años, y más, “quería menos cambios” “se preocupaba por la seguridad”. Quería reestablecer un modelo golpeado por la modernidad absoluta. Y ganaron.
Números
Las encuentras no son favorables. Trump llamó “países de mierda” a Haití y el Salvador, no pudo pasar el presupuesto y, poco a poco, ha demostrado que su manera impositiva de hacer política es inviable, sentando al líder demócrata Chuck Schumer en su oficina.
Promediando todas las encuestas que pública el portal Real Clear Politics, el presidente de Estados Unidos tienen un nivel de aprobación de 42%. Marca, por ejemplo, muy mal en los jóvenes: menos del 20% de ellos consideran que su tarea ha sido buena.
Inevitablemente, Trump no va tener más de 50% de aprobación. Porque, como se demostró en las elecciones, al dividir hace política, se alimenta de ella, y, por tanto, no puede convocar a los que han estado en contra de lo que propone (aunque “nunca digas nunca”: Trump es presidente).
Los sondeos, que lo ubican como el peor presidente de la historia moderna de Estados Unidos en su primer año, muestran que, de seguir así, los próximos años serán muy difíciles en la Casa Blanca.
Sin embargo, algunas cosas ha logrado. El gobierno de Trump no es tan incompetente como lo hacen ver. Expulsa, de su boca, el mayor número de insultos odiosos, eso sí, que se conocen en la historia. Habla mucho; otros mandatarios no saben hablar.
Pero la economía va en una recuperación ascendente, de acuerdo a varios analistas. El crecimiento del PIB fue de 3.1%, un ascenso si se compara con el 2.3% que reportó el gobierno de Obama durante los últimos cuatro años. No deja de ser cierto que esta mejora fue jalonada por una recuperación de los mercados internacionales, lo que es una paradoja porque Trump ha tomados medidas proteccionistas que limitan el comercio exterior.
También su tasa de empleo ha sido aceptable, aunque es menor a la de los últimos seis años de Obama. Dice FOX, sin embargo, que en diciembre se crearon 200.000 empleos, llevando la tasa de desempleo a 4.1, “la más baja en 17 años”.
Y el mundo
Decía Marine Le Pen, la ultraderechista francesa, ahora alejada de la política, que “la división ya no está entre la izquierda y la derecha, sino entre los patriotas y los globalistas”.
Es claro, como explica Frum en trumpismo, que los espectros ideológicos de antes ya no sirven de guía para entender el mapa político. Trump ha ayudado a que la confusión sea mayor. En serio, ¿cómo se definiría? Sería, según Le Pen, un patriota, proteccionista, supremacista y millonario. Mejor no definirlo así; es indefinible.
Ya no hay ideologías, explicaba Eco. Pues sí, en la era Trump no las hay. Él, un tipo libertino, liberal, millonario, es, a su vez, proteccionista, conservador, y no sé cuántas cosas más. Antes era más fácil: usted era comunista o capitalista, o, de izquierda o derecha. Ya.
En política exterior, Trump sí ha tenido una línea clara. Definible. Sólo el 30% del mundo tiene una imagen positiva de Estados Unidos, desde que llegó a la Casa Blanca. Pero, si usted es de aquellos que le gusta la “ejecución”, sí o sí, pues este es su candidato.
Transcurrido un año, sacó a Estados Unidos del Acuerdo de París, recortó el presupuesto para diferentes organismos multilaterales, renegoció el TLCAN (acuerdo con México y Canadá), armó un lío en Medio Oriente, declarando a Jerusalén como capital de Israel y está a punto de negociar con Corea del Norte.
Solo va un año, imagínense. Un año de twitter, debates en el congreso, tire y aflojes con Kim Jong Un. Despectivo, grotesco y burlón, ahí va. Ahí va.