La evolución política de Núñez | El Nuevo Siglo
Un paralelo entre Rafael Núñez y el Libertador Simón Bolívar pone en evidencia las coincidencias entre los dos líderes alrededor del rol del orden y la autoridad en la formación y permanencia de la nación.
Jueves, 21 de Marzo de 2024
Alberto Abello

Los diversos ensayistas y biógrafos de Rafael Núñez, en especial los de tipo sectario y partidista, se enredan un tanto al interpretar su acción y evolución política, junto con su temperamento. Los liberales lo exaltan cuando está con ellos y lo abominan cuando evoluciona a otro bando, mientras algunos conservadores consideran que se mueve demasiado a la derecha, dado que, como el Libertador Simón Bolívar, entiende que cuando las circunstancias son abrumadoras por lo violentas e incontrolables, la democracia se debe endurecer y castigar a los que atentan contra la misma. A su turno, los conservadores bolivarianos, como Herrán, Mosquera o Arboleda, están por un Estado fortalecido y por el imperio de la ley.

Los conservadores tibios se parecen a los liberales tibios, en cuanto vacilan al defender el imperio de la ley o castigar a los alzados en armas; siempre se muestran dispuestos a perdonar a los insurrectos puesto que confunden generosidad con complicidad. Esa es una enfermedad colombiana que llega hasta nuestros días. El transar la ley no es propio de Bolívar ni del regenerador Rafael Núñez. Por lo mismo, desde cuando el primero pisa el territorio de la Nueva Granada, se muestra en casos gravísimos partidario de la pena de muerte. Quizá, sin esta para eliminar a los traidores y criminales disfrazados de agentes políticos, no se habría logrado forjar la libertad republicana en nuestra región.

La primera orientación netamente conservadora que tuvimos en la Nueva Granada se da con el manifiesto del Libertador en Cartagena, dado que incluso Nariño era liberal a la francesa…

Bolívar plantea que en política, sobre todo en momentos de grave crisis que amenaza la existencia de la democracia, se debe ejercer el gobierno con mano dura y poderes excepcionales. Lo mismo plantea el Regenerador frente a un país enredado en la violencia política y personalista.

Bolívar y Núñez eran demócratas que entendían que la sociedad no puede cruzarse de brazos y suicidarse en tiempos turbulentos, sino que el magistrado que gobierna en esos casos debe asumir la dictadura en tanto se combaten los trastornos y se restablece a plenitud el libre juego de la democracia.

Al morir el Libertador en Santa Marta, Núñez era un niño y supo que días antes el gran hombre había estado –ya enfermo– en Cartagena. No se le borra el recuerdo de sus mayores llorando desconsolados por la partida del héroe. En La Heroica inicia su carrera política Simón Bolívar y deja la impronta imborrable de sus postulados y las hazañas que lo distinguen en la historia. Núñez, que es un político conciliador, incorpora esa doctrina política al modelo constitucional a seguir y las reformas que lo destacan como el gran estadista del siglo XIX.

El estilo

Núñez, tras estar de cerca en el gobierno con caudillos como el general Obando y el general Mosquera, en sus etapas de jefes radicales, se inclina más por la moderación del poder civil y, en cierta forma, le repugna el general Melo soliviantando a los artesanos de Bogotá sin más rumbo que la anarquía y la rapiña personalista.

Riña política compleja y contradictoria, como la plantea Eduardo Rodríguez Piñeres, rememorando a Leocadio Guzmán: si nuestros adversarios se declaran de un bando, nosotros sostenemos lo contrario, lo importante es contradecir al otro y antagonizarlo siempre, es decir, estar en desacuerdo. Son actitudes disolventes y contradictorias que prevalecen hasta nuestros días.

En principio, el modelo constitucional bolivariano y conservador se consagra en la Constitución de 1843, en el gobierno del general Pedro Alcántara Herrán, y sigue bajo ese impulso en el del general Tomás Cipriano de Mosquera. Después de esa Carta Política, que trajo orden y libertad, se deriva en el federalismo y la charlatanería política verbal, donde elocuentes demagogos, al estilo de José María Rojas Garrido, electrizan la población con la palabra, al punto que Ezequiel ocupa la primera magistratura.

El programa liberal de entonces y el conservador en cuanto al formalismo democrático no se diferencian sustancialmente, pues ambos defienden la democracia y la propiedad privada. Lo que singulariza al conservador es que rescata los valores democráticos y cristianos, lo que le gana el apoyo eclesiástico y de la población de mayoría católica.

El de Castillo Mathieu

De la extensa y variada bibliografía sobre Núñez, nos merece el mayor interés la obra de Nicolás del Castillo Mathieu, valioso historiador cartagenero, por su objetividad, sentido psicológico y visión de conjunto. Él capta y pinta el ambiente político de la época con pincel colorido y sugestivo, que transmite hasta nuestros días.

También cuenta la confrontación en el Congreso de Núñez con Florentino, por el tema del federalismo que los separa. Núñez contradice al jerarca liberal en lo que se refiere al federalismo, como lo hizo en cuanto a lo que tiene que ver con el libre cambio, con el cual se arruina la incipiente manufactura colombiana.

El Regenerador cartagenero no discute la idea en sí misma, lo que plantea es que es positiva para las grandes naciones industrializadas y pésima para una economía incipiente y vulnerable. Cuando los congresistas Arosemena, Martín y Villa avanzan por lanzarse al precipicio federal, Núñez se opone infructuosamente por desgracia para Colombia. (Castillo Mathieu, Editorial Iqueima, 1965, primer tomo biografía de Núñez, páginas 143, 144 y siguientes).

En un país cuya geografía tiende a la dispersión, el federalismo es como una enfermedad. El país entra a semejar un leproso que deja partes de su piel en el camino, puesto que el terruño se deshace a pedazos. Los gastos locales se van en una burocracia ineficiente y costosa, tanto en el bando civil, como en el militar, Y se aprueba un artículo que establece que cada provincia tiene el poder constitucional bastante para disponer lo que juzgue conveniente a su organización, régimen y administración interior, sin invadir los objetos de competencia del gobierno central respecto de los cuales es imprescindible y absoluta la obligación de lo que ello disponga esa constitución o las leyes. A partir de ese momento la soberanía del Estado central queda en veremos y el país deriva al federalismo disolvente y antinacional. La historia le dará la razón a Núñez, que avizora el peligro que envuelve ese sistema para nuestro país y las plagas y males que va a engendrar, entre otros, la guerra civil enfermiza y el militarismo político partidista en los estados.