La excongresista colombiana Aida Merlano apareció sorpresivamente esta semana en los tribunales chavistas con el rostro fresco y la imagen atractiva que hacía tiempo no se le conocía desde su espectacular fuga de un centro odontológico en una de las exclusivas zonas del norte de Bogotá.
Atrás quedaban la soga y la moto que le habían servido para escaparse en medio del bullicio capitalino, en octubre pasado. Y mucho más atrás quedaba la celda en la cárcel del Buen Pastor, donde purgaba una pena de 15 años por corrupción y fraude electoral dictaminada por la Corte Suprema de Justicia.
En esta ocasión, Aida Merlano ya no apareció al lado de su compañero sentimental, cuando fue capturada en Maracaibo. Ni mucho menos posaba para la fotografía de registro delincuencial, como un par de semanas atrás. Por el contrario, reaparecía como si estuviera dando el discurso de su vida, adecuadamente ataviada para la ocasión.
Efectivamente, custodiada por un grupo de las fuerzas chavistas de diferente insignia, Merlano más bien parecía por anticipado, y a su ingreso a los estrados judiciales de Caracas, una protegida del régimen venezolano que una prófuga de la justicia colombiana. Resultaba indudable que su estatus judicial había cambiado dramáticamente.
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En Colombia, se fugan en promedio alrededor de dos presos al mes. En los últimos tiempos, una de las fugas de mayor repercusión tal vez haya sido la de alias “Pablito” quien, tras su evasión hace diez años en medio de un traslado carcelario en Arauca, se convirtió en uno de los comandantes indiscutidos del ELN. De hecho, la inteligencia militar sostiene que hoy, una década después, el guerrillero es el verdadero poder en el Comando Central de esta organización, entre otras, autora del atentado terrorista a la Escuela General Santander llevada a cabo hace poco más de un año y donde se segó vilmente la vida de 22 estudiantes policiales.
Más recientemente otro escándalo asociado con los estrados colombianos fue el del comandante reincidente de las Farc, Jesús Santrich, quien aprovechó la boleta de libertad otorgada por las más altas esferas judiciales para evadirse a Venezuela desde Valledupar y eludir la comparecencia ante la justicia. Más tarde el país pudo constatar que Santrich había puestos pies en polvorosa a fin de encontrarse en el país vecino con el exjefe negociador del proceso de paz con las Farc, Iván Márquez, para luego hacer una proclama armada contra las instituciones que dio la vuelta al mundo en un video subido a las redes sociales. En la actualidad, el grupo reincidente encabezado por Márquez es acusado por las autoridades nacionales de fraguar un atentado fallido, hace un par de semanas, contra su exjefe Timochenko, por supuesta traición a la revolución.
La coincidencia con Aida Merlano consiste, precisamente, en que los prófugos han tomado al país vecino de refugio y despachan desde allí acorde con sus intereses. Pero también que podrían hacer parte, en consonancia con los hechos inverosímiles, de cualquier serie de Netflix. El caso de Aida Merlano, ciertamente, daría para ser una protagonista de novela. Solo que, como mucho en Colombia, la realidad trasciende la ficción.
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En efecto, el relato de esta semana dado por la exparlamentaria conservadora ante los tribunales chavistas, siguiendo un guion en la mano y sentada en un vetusto estrado de madera al estilo de los juicios de Nuremberg, puso de nuevo en evidencia lo que ya se sabía: que su noción de la democracia partía del concepto fraudulento de la compra de votos. De allí, dijo, el fermento corrupto en todas las acciones asociadas al grupo político del que hacía parte. Se presentó entonces como víctima, porque desde muy joven había caído en la red que, a los efectos, manejaban los clanes Gerlein y Char en Barranquilla.
Pero fue más allá, incluyendo en su versión a la Fiscalía colombiana como una especie de policía política, a la Corte Suprema de Justicia colombiana como un mero recinto de intereses creados y al propio presidente Iván Duque como una persona capaz de llegar hasta el asesinato en complicidad con el expresidente Álvaro Uribe. A fin de cuentas, un plato suculento para el régimen de Nicolás Maduro.
Bajo esa perspectiva, Aida Merlano sostuvo todo lo que le permitiera crear un expediente favorable a la solicitud de asilo político que ya se traía entre manos, para pasar de detenida a protegida por ese régimen; un expediente, a su vez, que sirviera de punta de lanza política de la satrapía que gobierna Venezuela contra Colombia. “Ha cantado más que Pavarotti”, dijeron allí. Y obviamente bajo esas circunstancias el asilo político está hoy de un cacho, como lo dijo el Fiscal venezolano. De modo que la barranquillera simplemente pasó de ser una ficha de la corrupción en Colombia a una de la corrupción en Venezuela.
En ese orden de ideas, el caso de la excongresista ha servido de “papayazo” para que Nicolás Maduro tenga a mano una extraordinaria férula política para usar como quiera contra el país. Y la responsabilidad parte, inicialmente, de la absoluta negligencia de las autoridades colombianas al haber permitido la fuga de Merlano y no haber logrado su recaptura. En principio, simplemente se destituyó al director de la cárcel. Muy poco para resarcir semejante episodio. Ahora, en cambio, se tiene al presidente Duque y a la cúpula de su gobierno contestándole a la prófuga en ruedas de prensa desde la propia Casa de Nariño, como sucedió esta semana. Asimismo, se han dado actos que por igual dejan en evidencia la impotencia colombiana como la solicitud simbólica de extradición de Merlano a Guaidó, más ocupado de los aplausos en el Congreso de los Estados Unidos al lado del presidente Donald de Trump que de la erosión a la justicia colombiana.
Es posible, ciertamente, que a algunos como al propio Nicolás Maduro, les suene ridícula la petición de extradición a Guaidó. Pero Colombia tiene que cumplir algún tipo de formalismo, so pena de omisión de funciones y sin cohonestar al chavismo madurista. De hecho, el gobierno Duque se ha negado por todos los medios a entablar ningún tipo de relación con la espuria facción que gobierna al país vecino, lo que le ha granjeado agudos dardos de la oposición colombiana.
Todo lo anterior, finalmente, ha confluido en los propósitos de Aida Merlano. Hoy es claro que, a solo cuatro meses desde su fuga, logró conseguir una libertad que de lo contrario le sería esquiva por lustros en Colombia. Un éxito para ella, dadas las circunstancias.
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Cuando se inició en la política, siendo una activista de 15 años, Aida nunca llegó a pensar desde luego que su destino coparía las primeras plenas por donde menos se lo esperaba. Habiendo nacido en 1976, en el humilde barrio de Buenos Aires de Barranquilla, logró llegar a diputada departamental a los 35 años, con cerca de 40.000 votos, un verdadero fenómeno electoral en la región. De allí pasó, en 2014, a ocupar una curul en la Cámara de Representantes, también con un número nada despreciable de sufragios.
Desde entonces el pleito interno del grupo político consistiría en quien sería el sucesor del veterano senador Roberto Gerlein en las siguientes elecciones parlamentarias de 2018. Gerlein, casi octogenario, era el más antiguo de los senadores colombianos, dueño de una tremenda facilidad verbal y conocido por sus gestos a lo Mussolini. A veces se dejaba llevar por su verbo encendido, como cuando dijo en un debate del Congreso que había “un exceso de vaginas” en la discusión del día. Por supuesto, el revuelo fue total. Hasta que hubo de retractarse. De otra parte, nadie despreciaba su oratoria cuando se trataba de los proyectos nacionales y sus explicaciones del entorno político. Era considerado uno de los más avezados parlamentarios del país. Inclusive, muchas veces fue tentado con una candidatura presidencial por sus seguidores. Pero siempre contestó que no podría hacerlo porque eso suponía, en caso de ganar, cambiar a Barranquilla por Bogotá. Por tanto, su eventual reemplazo causaba una inusitada curiosidad en los corrillos del hemiciclo.
Al mismo tiempo, era vox populi que el otro patriarca y financiador del clan Gerlein, su hermano Julio, tenía a Aida Merlano de predilecta desde su mocedad. Fue por su relación con él, uno de los más experimentados y ricos constructores de la región, que fue trepando extraordinariamente por la mandrágora de la política. Por lo cual ella se situó desde el comienzo como una de las favoritas para ocupar la curul senatorial, en caso del retiro de Roberto. Eso causó divisiones. Pero Julio Gerlein puso pronto el tatequieto.
En una convención del grupo para escoger los candidatos, donde estaban los principales líderes regionales y municipales, Julio determinó a rajatabla que Roberto ya no estaba para los trotes parlamentarios, aparentemente dejando de lado cualquier opinión suya. El respaldo sería para Aida. La división se mantuvo, porque los más adictos a Roberto se sintieron sacados por la puerta de atrás. Las mayorías se fueron con ella, en buena parte gracias al guiño de Julio. Fue entonces cuando en la Casa Azul, la tradicional sede política del grupo Gerlein en Barranquilla, y en el mismo día de las elecciones legislativas de 2018, la Fiscalía hizo un allanamiento a raíz de informaciones surgidas de la división interna y se develó la feria de la compra de los votos que llevó a Aida Merlano a la cárcel. Era la primera vez que esa conducta fraudulenta, por lo demás rutinaria y generalmente impune, llegaba a judicializarse en el término de la distancia. Por tanto y desde el mismo comienzo de las investigaciones, Merlano se sintió como chivo expiatorio.
A raíz de su detención, Aida no llegó a posesionarse de senadora. Y de entonces a hoy ha pasado, pues, por todo tipo de escenarios y vivencias. En ese período saltó de lo regional a lo nacional y de allí a lo internacional. Y también pasó de pensar en el suicidio, en la reclusión, a ser protagonista de una de las fugas más espectaculares de que se tenga noticia. Al igual que en el lapso pasó de ser la consentida de uno de los grupos políticos de mayor influencia en la Costa Atlántica a ser la consentida del régimen madurista, mostrándose ahora de víctima y perseguida. En suma, de la prisión al asilo político. Y de allí quien sabe a qué más… En todo caso: año nuevo, vida nueva.