Más allá de los altibajos propios de un país con una realidad tan accidentada, es claro que la marcada polarización juega un rol clave en la visión negativa sobre la marcha de un país al que algunas encuestas ubican entre los más felices del mundo. Análisis
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En los últimos años una de las polémicas más constantes en Colombia ha girado en torno a ciertos estudios que presentan a los habitantes de nuestro país en el top de personas más felices del mundo.
Sin embargo, las encuestas que consultan la opinión sobre las circunstancias políticas, económicas, sociales, institucionales y la forma en que las autoridades y gobiernos de turno enfrentan las crisis y problemáticas coyunturales y estructurales suelen reflejar, con muy contadas excepciones, un grado marcado de pesimismo.
Los análisis multidisciplinarios al respecto tratan de formular distintas hipótesis. Unos afirman que hay un divorcio permanente entre realidades objetivas y percepciones subjetivas. Otros señalan que en un país que ha sufrido por décadas tantas violencias cruzadas, que lejos de marchitarse se reciclan y reinventan constantemente, es muy complicado mantener un promedio alto de optimismo. Y también están los observadores que señalan que la nota predominante de las últimas dos décadas en Colombia ha sido la polarización nacional en torno a los temas de paz y guerra, que se han convertido en transversales de las gestiones y calificaciones de los distintos gobiernos así como de los pulsos políticos y electorales derivados. Una polarización que a la hora de consultar la opinión particular de cada ciudadano sobre asuntos del día a día influye sustancialmente en las respuestas, que no se pueden ‘divorciar’ de esas posturas y sesgos subjetivos.
Una prueba de lo anterior se viene dando respecto al presidente Iván Duque, que está a punto de cumplir siete meses en el poder. Si bien en las últimas encuestas su imagen y favorabilidad repuntaron -tras el bajonazo de diciembre pasado-, e incluso recuperó terreno en materia de calificación positiva de su gestión, los índices de pesimismo sobre la marcha del país continúan siendo marcados.
En la más reciente encuesta Yanhaas, por ejemplo, el 64% de los consultados considera que el país va por mal camino, en tanto que al consultar sobre “¿Cómo se siente usted acerca del futuro del país?”, el 25% se declaró muy optimista/optimista y un 35% respondió ser pesimista/muy pesimista.
Paradójicamente esta misma semana Duque hizo un llamado a creer que Colombia avanza por buen camino. “No nos quedemos en el pesimismo, cuando hay cifras que demuestran lo contrario”, indicó.
Hablando sobre el tema económico, el Jefe de Estado fue enfático: “Quiero hacer un llamado claro: no podemos cantar victoria todavía, pero vamos por el camino indicado y queremos ver realidades, sí, y las realidades están en el último trimestre del año 2018… (Son buenas) noticias que tenemos que creérnoslas, para apostarle a este crecimiento estructural de nuestra economía”.
Según el Presidente Colombia no se puede quedar en el pesimismo ni tampoco justificarlo, “cuando las cifras nos muestran lo contrario”.
La pregunta, entonces, es una sola: ¿se justifica el pesimismo o realmente existe una mejoría en cuanto a la superación lenta pero progresiva de algunas de las principales problemáticas del país? ¿Hasta qué punto es más una percepción que una realidad? ¿Cómo la polarización nacional impacta en la forma en que cada persona califica lo que hace o no hace el Ejecutivo y si es bueno o malo el rumbo que le fija al país?
Contrastes
Al hablar esta semana de la necesidad de dejar atrás el pesimismo, Duque puso de presente una serie de datos económicos que calificó de incontrovertibles: en el último trimestre de 2018 creció un 25% la importación de bienes de capital; el año anterior hubo más de 4,2 millones de visitantes no residentes; la tasa de ocupación hotelera fue la más alta en 14 años; las ventas minoritarias se incrementaron en 8,2%; entre octubre y diciembre crecieron las ventas de vehículos un 28% y subió también la producción de cemento y concreto en 31%.
De igual manera, tras el informe esta semana del DANE sobre el Producto Interno Bruto (PIB), el Gobierno recalcó que el crecimiento de la economía se aceleró de 1,4% en 2017 a 2,7% en 2018. Destacó que el índice aumentó en el cuarto trimestre 2,8%, superior al promedio de 2,3% en los cuatro trimestres previos. También resaltó la caída de la inflación, que creció la demanda interna en 4,5% en el cuarto trimestre, que hubo una mejor dinámica del consumo y la inversión, mejoró igualmente la confianza de los empresarios en las políticas económicas del Gobierno (6,7%) así como el índice de la encuesta de expectativas de inversión del Banco de la República. Culminó sumando datos como la construcción creciendo 4,2% en el último trimestre así como las exportaciones e importaciones.
Todo ello, sin querer decir que la economía está boyante, daría para, al menos, tener una postura más optimista frente al inmediato futuro del país. Pero no es así y hay cifras para soportar la visión pesimista. De un lado, un crecimiento del 2,7% continúa siendo un indicador mediocre y más aún si el horizonte de superar el 4% del PIB solo está puesto a dos años o más.
Tampoco resulta positivo que el desempleo continúe creciendo en los últimos meses, al punto que llegó en enero a 12,8%, lo que significa que en el último año casi 300.000 personas perdieron su trabajo y solo se generaron 58.000 nuevas plazas.
La situación fiscal tampoco es la mejor. La reforma tributaria o Ley de Financiamiento no cayó nada bien entre la opinión pública, sobre todo la propuesta inicial de aplicar un IVA del 18% a toda la canasta familiar, que aunque finalmente no fue aprobada sí le causó el bajonazo en las encuestas a Duque en diciembre.
Por igual, a la ciudadanía, que no entiende de conceptos técnicos y análisis complejos, no le gustó para nada que se hubiera acabado el programa de las casas gratis, marchitado el “Ser pilo paga” o que en el Plan Nacional de Desarrollo -cuyo proyecto de discute en el Congreso- se esté hablando de disminuir subsidios y acabar con otro tipo de gabelas. Y menos aún que se esté proyectando una reforma pensional para el próximo año.
El consumo de los hogares no reacciona de forma sustancial, como tampoco la industria, en tanto que sobre el sector de la vivienda asoman algunos nubarrones.
El mismo Gobierno acepta que aunque la cantidad de personas en la franja de pobreza o de pobreza extrema es menor hoy, la inequidad continúa siendo un lastre muy pesado.
Es claro, igualmente, que si bien Ecopetrol tuvo unas ganancias récord este año, el hueco fiscal continúa por encima de los cinco billones, en tanto las calificadoras de riesgo alertan por la bomba pensional, el déficit fiscal y una dependencia muy alta de exportaciones tradicionales como petróleo, carbón y café, cuyos precios tienen muchos altibajos, además del impacto cambiario.
Unas de cal y…
Esos contrastes también se dan en materia de seguridad y orden público. El Gobierno insiste en que hay una reducción de delitos de alto impacto y de victimización ciudadana, pero las estadísticas sobre homicidios indican que en 2018 estos aumentaron, al llegar a 12.458, más que los 12.066 de 2017.
Si bien se han asestado fuertes golpes a las disidencias de las Farc, como los abatimientos de alias ‘Guacho’ y de ‘Rodrigo Cadete’, estas continúan expandiéndose en todo el país y ya tendrían más de 1.500 hombres-arma.
Frente al Eln, si bien se han realizado operativos de alguna importancia contra esta guerrilla, continúa secuestrando, dinamitando oleoductos y, lo más grave, a mediados de enero perpetró el cruento atentado terrorista contra la Escuela de Cadetes en Bogotá en Bogotá. Duque, que desde el primer día de su mandato congeló la negociación de paz, rompió de inmediato el proceso, lo que fue bien recibido por la opinión pública. Sin embargo, hasta el momento no ha podido asestar un golpe a un cabecilla del comando eleno a nivel local ni forzado su captura internacional.
Tampoco ha logrado este Gobierno frenar el asesinato de líderes sociales, pese a los varios planes de choque que ha lanzado al respecto. Igual ocurre con el rebrote de la violencia en zonas que dejaron los frentes de las Farc desmovilizados, las cuales terminaron siendo ocupadas por Eln, bandas criminales, disidencias, narcotraficantes, minería criminal y otros actores ilegales.
En materia de lucha contra el narcotráfico, lo más destacable es el decreto que prohibió el porte y consumo en espacio público de la dosis personas de estupefacientes. Sin embargo, es claro que los avances para reversar el pico de narcocultivos que heredó del gobierno Santos han sido regulares. Para este año, sobre un estimado de 170.000 hectáreas, se tiene previsto erradicar 100.000, pero el porcentaje de resiembra está sobre el 30%.
Es claro que el país, pero sobre todo los más de 10 millones de personas que votaron por Duque, esperaban una política de seguridad y orden público más a la ofensiva, muy parecida a la de “Seguridad Democrática” de su páter político, el expresidente Uribe. El actual Gobierno si bien lanzó el mes pasado su estrategia de defensa y seguridad, lo hizo con un enfoque más institucional, de recuperación y consolidación del territorio. Una política, en el papel, más integral pero no tan impactante como la del exmandatario.
Depende de la óptica
En el flanco político parece evidente que hay sensaciones encontradas. Para algunos sectores el rumbo del país no es el mejor y, como es apenas obvio, la ‘factura’ se la pasan a su timonel, el Presidente. Y, para otros, Duque efectivamente generó una esperanza de cambio y expectativa de mejora al reemplazar a un mandatario que, como Santos, salió muy desgastado y con una opinión pública muy cansada de su gestión, incluso en el propio proceso de paz.
Duque, es evidente, ha tratado de crear un nuevo escenario político basado en un discurso de equidad, con énfasis en la conciliación y que supere la polarización política dejada por una década de santismo-uribismo. Lo ha logrado en parte en la medida en que el más reciente expresidente salió del radar político, pero el país cayó en otra polarización, si se quiere más marcada: el pulso entre la centro-derecha y la centro-izquierda. Un pulso que, liderado desde el año pasado por Duque y Petro, sobrepasó la esfera misma del cumplimiento o no del acuerdo de paz con las Farc (ajustar drástica o lentamente lo pactado en La Habana), y se extendió a otros tópicos nacionales como la política económica (reforma tributaria, Plan Nacional de Desarrollo, economía familiar, empleo), social (reforma a subsidios, pensiones y eliminación de subsidios y programas asistenciales), de seguridad y orden público (que van desde operativos contra vendedores ambulantes hasta la aplicación del principio de autoridad antes que negociar con los ilegales, sea Eln, disidencias o Bacrim), la persistencia o no de la ‘mermelada’ presupuestal y burocrática (que el Ejecutivo niega pero la oposición alega que se mantiene), la transparencia administrativa (que incluye desde la lucha anticorrupción hasta la eliminación de trámites) y la política internacional (enfocada principalmente en la postura de Duque ante la crisis venezolana y la cruzada para tumbar al régimen dictatorial de Maduro)…
En un país polarizado alrededor de estos y muchos otros temas, es obvio que en las encuestas, que son finalmente las que proyectan los resultados sobre si se es optimista o pesimista en cuanto al rumbo de la Nación, resulta muy difícil que la postura subjetiva de cada persona no termine impactando su evaluación objetiva en torno a si el país va por buen o mal camino. Eso es claro.
Por ejemplo, no deja de ser paradójico que gran parte del país respalde la postura férrea de Colombia contra Maduro o el rompimiento del proceso con el Eln, pero a la hora de calificar la gestión de Duque -que es el determinador de ambas acciones- los porcentajes de aprobación sean menores y, peor aún, si se pregunta sobre cómo va el país que lidera ese mismo Presidente.
¿Se justifica el pesimismo o realmente existe una mejoría en cuanto a la superación lenta de algunas de las principales problemáticas del país? Esa era la pregunta inicial. La respuesta es difícil de dar ya que, como se dijo, el pesimismo tiene vasos comunicantes directos con la polarización, y uno y otra son las notas predominantes de la política colombiana. La segunda impacta al primero irremediablemente, por más que los colombianos estemos, según otras encuestas, entre las personas más felices del mundo.