Jesús, ‘unión de los opuestos’
Mientras que para los hombres el orden habitual de los conceptos es vida-muerte, en Jesucristo es al revés: muerte-vida. De estas dos realidades y de su relación nos habla la liturgia. Es necesario que el grano de trigo muera para que reviva y dé fruto, es necesario perder la vida para vivir eternamente (Evangelio, Jn 12, 20-33). Jesús, sometiéndose en obediencia filial a la muerte vive ahora como Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante Dios (segunda lectura, Heb 5, 7-9). En la muerte de Jesús que torna a la vida y da la vida al hombre se realiza la nueva alianza, ya no sellada con sangre de animales sino escrita en el corazón, y por lo tanto, espiritual y eterna (primera lectura, Jer 31, 31-34).
La tendencia humana más frecuente es dividir, disociar, separar, enfrentar. Jesús, venido desde Dios, actúa de otro modo y nos enseña a actuar también a nosotros como Él. El hombre tiende a separar el oprobio del sufrimiento del resplandor de la gloria: Jesús los une en sí porque el Padre los quiere unidos en Cristo y en nosotros. De ese modo el sufrimiento es glorioso, y la gloria tiene el dolor como pena. En Jesús se dan la mano dos realidades fuertemente antagónicas: la muerte y la fecundidad. Nosotros preferimos con mucho el ser servidos a servir; Cristo prefirió servir a ser servido; y en ese incondicional servir le fue ‘servida’ por el Padre la salvación de la humanidad. Los hombres en general no estamos fácilmente dispuestos a perder la vida (darla por el bien de los demás) y, sin embargo, es así como realmente la perdemos. Cristo, en cambio, la perdió, no se aferró a ella, y de esa manera la ganó para siempre y nos alcanzó la posibilidad de también nosotros ‘ganarla’, siguiendo sus huellas. En la conjunción de perderse al mundo para ganar al mundo se compendia el misterio pascual de Jesucristo.
El sufrir por sufrir es absurdo e indigno del hombre. El sufrir porque “no hay otra”, porque ésa es la condición humana, es un motivo muy pobre, aunque pueda ser frecuente. El sufrir por fidelidad a unos principios y a unas convicciones que sustentan la propia vida, ahí está el verdadero sentido y valor del sufrimiento. Pongamos la mano en el corazón y preguntémonos si hemos sufrido por ser fieles, si estamos dispuestos a sufrir por fidelidad a Dios y al hombre, nuestro hermano.
Es difícil mantener el equilibrio en las relaciones entre los hombres, y en las relaciones de los hombres con Dios. El corazón es el lugar del encuentro, de la relación más auténtica entre los hombres y del hombre con Dios. Por eso, la religión cristiana es una religión del corazón. Sólo el corazón (sede de la razón, de la afectividad y de las pasiones) puede dar forma a la religión cristiana. Si ya vives el cristianismo del corazón, continúa por ese camino y ayuda a otros a entrar por él; si todavía no te has convertido a la religión del corazón, aprovecha esta cuaresma. No dejes pasar la oportunidad. /Fuente: Catholic.net