Sus manos aún sudan cuando va a presentarse en un concierto. No importa si es frente a un teatro León de Greiff a punto de explotar o si es ante su familia. Los años tocando un instrumento nunca serán suficientes, ya sean 25 años, como los que lleva Guillermo Marín, o más de 50, como Olga Trouchina.
Estos apasionados de la música clásica, convirtieron a Bogotá en la ciudad en la que han hecho realidad sus sueños, pues ninguno es de aquí. Olga recorrió 12.676km desde Siberia hasta la capital colombiana, mientras que Guillermo vino de Caldas.
Como buenos músicos, la vida se encargó de encontrarlos con su instrumento desde la infancia. Cada uno tuvo una formación especial que sería el inicio de una carrera profesional exitosa. A Guillermo su padre le dio ese amor por la música, después sería parte de la banda marcial en donde encontró el clarinete como una extensión de su cuerpo.
Algo similar le pasó a Olga. Su primer encuentro con la música fue a los 6 años cuando sus padres decidieron que tomara clases de piano. Años más tarde, se mudó a Moscú e ingresó al conservatorio más importante de Rusia, la escuela de Tchaikovsky, donde durante 7 años tuvo la oportunidad de perfeccionar su habilidad con el teclado. Después, llegó al Conservatorio de la Universidad Nacional, en Bogotá, la meca para aprender de música.
Entre la primera vez que vez que Olga entró a la Filarmónica de Bogotá (OFB) y Guillermo se inició en la orquesta, hay 36 años. Sin embargo, la gratitud de formar parte de este selecto grupo es la misma. Raúl García, uno de los fundadores de la OFB, fue quien invitó a esta rusa a ser pianista sustituta en 1981. Un par de años después, pasó a ser la intérprete principal. Todavía los nervios son los mismos de aquella época; antes, durante y después del concierto siente dentro de su cuerpo una dosis de adrenalina.
En contraste, Guillermo acabó de completar su periodo de prueba y como un niño emocionado, pasó de ser hace un apasionado, al que se le erizaba la piel con las melodías que escuchaba, a ser integrante de la Filarmónica, corazón de la música clásica de la capital.
Y eso pasa. Son sensaciones encontradas, dice el músico. El público parece ausente y se mantiene en silencio, hasta el momento en el que los aplausos llegan como una ola de grandeza, justo a tiempo para sentir que esas miles de horas de práctica, en verdad valieron la pena.
La Orquesta Filarmónica de Bogotá se presenta 72 veces al año, la cifra más alta de América Latina. El repertorio no se repite, cada semana llevan a la audiencia diferentes propuestas, de distintos géneros y casi siempre está abarrotado. Eso significa para Olga y Guillermo una constante presión,
No existen excusas o partitura imposible. Todos los días se aprende una nueva melodía, un nuevo autor, un nuevo estilo, así que nunca paran de ensayar intensamente las composiciones clásicas de Mozart, Bach, Tchaikovsky, entre muchos otros, así como todas aquellas composiciones inexploradas de la música contemporánea.
“La gente no entiende que nosotros nos preparamos toda la vida para ser músicos, jamás dejamos de aprender y de conocer este gran universo” dice el clarinetista, una conclusión simétrica a la que llega su compañera pianista. “Llevo desde los 6 años tocando piano y todavía aparecen obras que ni siquiera había escuchado, jamás se acaba”, añade.
Y como un Do alto, estar aquí es una nota muy elevada, pero lo es aún más el mantenerse por muchos años junto a esta gran agrupación. Como Olga, que pasó de ser sólo una intérprete a ser la más antigua de la filarmónica y una de las piezas más importantes. Su papel, además, ahora es cultivar el espíritu de la orquesta en nuevos integrantes, como Guillermo.
La orquesta que cumple este año 50 años hoy es un símbolo cultural de la ciudad y el hogar de los sueños magistrales de todos aquellos músicos que la conforman. Tanto Olga como Guillermo, sólo anhelan seguir llevando a miles de personas alrededor del mundo sus melodías.
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