A nivel doméstico destaca su reforma a la salud y post crisis económica. En el externo, restablecimiento de relaciones con Cuba y el acuerdo con Irán, entre otros
Por: Pablo Uribe Ruan
Especial para EL NUEVO SIGLO
Hace tres años Gallup publicó una encuesta en la que se le preguntó a los norteamericanos: ¿usted cuál piensa que ha sido el mejor presidente de los Estados Unidos?. Reagan y Lincoln ocuparon los primeros lugares, respectivamente, un resultado esperado por sus altas cuotas de popularidad, pero los siguientes puestos se los llevaron Clinton y Kennedy, dos nombres que a la luz del número de candidatos parecían estar detrás de F. Roosevelt o Washington.
El nombre de Obama apareció de séptimo en esta consulta, y alcanzó el puesto dieciocho en otras encuestas. Quizá el bajo reconocimiento de los estadounidenses con el Presidente se deba a los ambiciosos programas de su administración: reforma sanitaria, financiera y, ley de inmigración, entre otros. O a la añoranza del pasado y a la molestia del presente. Se sabe que la población en Estados Unidos está llena de amores y desamores en materia política; Obama puede generar una admiración infinita o un odio desenfrenado. Y más si se tiene en cuenta que las pasiones incrementan en la medida en que el Presidente toma medidas o realiza políticas controversiales.
Por ejemplo, muchos en Estados Unidos consideran que Obama es de izquierda. Para ellos, algunas de sus iniciativas como la reforma a la salud, el cobro de impuestos a los grandes capitales y la ley de inmigración tienen un corte socialista. Así que, en consecuencia, Obama es comunista, musulmán y afroamericano -esto lo discuten, pues nació en Kenya- según sus contradictores.
Este discurso, por más que parezca ridículo, cala en la percepción de los estadounidenses y consecuentemente en la popularidad del presidente Obama, quien a julio de 2014, tenía un 49 % de imagen favorable. Una cifra envidiada por muchos mandatarios de acá abajo, en Suramérica, y de allá, en Europa, y que a su vez permite decir, que ad portas de acabar su segundo mandato quizá se merezca estar más alto en el escalafón, tan alto, que para algunos, como Paul Krugman, se debe llevar el primer puesto: el del mejor presidente de la historia de Estados Unidos. Yo no soy estadounidense, no me atrevo a decir esa afirmación tan contundente. Pero sí creo que su gestión ha sido muy buena por las siguientes razones.
Retos y logros
La afrenta de Obama en sus primeros años fue ingenua. Tras llegar al poder en la Casa Blanca, el Presidente se enfrentó, día y noche, al poder republicano en el Congreso, lo que lo llevó a modificar algunos de sus proyectos como Medicare, con un aumento de la edad de los miembros, y recortes presupuestarios en materia de seguridad social. Su estilo, ese mismo que lo mostraba tan conciliador y cauto a la hora de negociar, cambió con sus contricantes políticos; se oponía, usaba las armas del Ejecutivo para pasar sus proyectos con el apoyo de a su bancada demócrata, pero la muralla republicana se mantenía firme y le mostraba su poderío parlamentario
Algunos republicanos le aconsejaron: ¡qué no fuera tan comunista! ¿Comunista? Tal vez dejó de serlo, en caso de que lo fuera. Y así fue como Obama entendió que ceder en la política es algo tan esencial como creer en sus propias convicciones Pero tener a todo el mundo contento, y más en Estados Unidos, es una tarea imposible. Por eso cuando los sectores socialistas vieron una postura “más tibia” en el Presidente, lo llamaron “alguien que se hizo pasar por progresista y resultó un falso”, tal como lo definió Cornel West, un afroamericano activista.
¿Será que progresista y comunista es lo mismo? Hoy en día el lenguaje indica que hay tantas maneras de denominar las posturas políticas de las personas, como el número de estrellas en el cielo. En todo caso, Obama tiene destellos de lo que se podría denominar “progresista”: fue el principal activista para aprobar el matrimonio homosexual en el país, pero asume posturas neoliberales y guerrerista en algunos escenarios. Al fin y al cabo Estados Unidos siempre será el mayor ejemplo de lo que en relaciones internaciones se conoce como, realismo, una corriente de pensamiento que difiere de la liberal y dice que cada Estado actúa según sus intereses dentro de un sistema internacional anárquico.
Cuando Obama firmó Obamacare o “la Ley de Cuidado de Salud Asequible”, su vice, Joe Biden, dijo ávidamente: “esto es un trato grande”. Y sí, lo fue. Fue un acuerdo gigante, en un país donde la salud era un privilegio de una pequeña minoría y el desencanto de una inmensa mayoría.
La aprobación de la Obamacare sufrió varios reveses. Primero pasó el examen de la Corte Suprema de Justicia, quien, no en vano, la aprobó, gracias al trabajo de John Roberts, presidente del Alto Tribunal, pero le dio la posibilidad de que los Estados eligieran si aplicaban o no la ley a su jurisdicción, suceso que, como era de esperarse, ocurrió de manera negativa con varios estados republicanos que dijeron NO. Luego, vinieron los problemas técnicos con el sitio web, plataforma donde las personas hacían las solicitudes para ser parte del programa. Aunque no lo crean, esto que parece algo ínfimo, casi acaba con el sueño de la salud. Al final los problemas técnicos se resolvieron y hoy el Obamacare se está llevando a cabo mejor de lo que muchos esperaban.
Si bien los resultados del Obamacare son positivos, 8 millones de afiliados, no deja de ser cierto que millones de personas siguen sin seguro de salud. Como se sabe, esta ley no cubre a los indocumentados, ni a muchos ciudadanos de bajos ingresos en estados republicanos. Además, el programa requiere beneficiarios para probar si son o no elegibles para entrar. Algunos, irremediablemente, quedan por fuera. Pero a pesar de estas desventajas, existen muchas cosas rescatables. El gasto en salud, por ejemplo, ha disminuido de manera exponencial gracias al control de la Ley de Asistencia Asequible, ya que los costos de las pólizas han sido inferiores a los que se esperaban. En otras palabras, los gastos están por debajo del presupuesto destinado para ese rubro.
Ahora, si bien el gobierno Obama no tuvo una postura radical sobre los abusos de Wall Street en la crisis de 2008, ya que rescató a las instituciones financieras como Goldman o el Citigroup sin condicionamientos de tipo económico y penal, no deja de ser cierto que el manejo de la economía en general ha sido bueno. Y más, si se trata de un Presidente que como los expertos dicen, “sin la existencia de una crisis económica no hubiera llegado a la presidencia”; sin crisis no hubiera tenido la mayoría en Cámara y la baja oposición en el Senado.
A todas estas, ¿no les quedó claro a los de Wall Street quién salva a quién? De de ese salvavidas que les lanzó Obama, fruto del fisco de la Reserva Federal, es que se puede decir que el sistema financiero revivió. De ahí su fama de “falso” en los círculos socialistas que lo tildan de neoliberal disfrazado.
Post-crisis económica
Pero vale la pena preguntarse, ¿qué ha hecho Obama en la post-crisis? Para ello hay que hacer referencia a Dodd-Frank, una ley promulgada en 2010 dispuesta para prevenir o menguar el efecto de futuras crisis. Esta ley faculta a entidades del estado para seguir instituciones financieras importantes, analizar minuciosamente su situación y obligar a que mantengan un capital suficiente para cubrir posibles pérdidas.
Algunos ven esto como intervencionismo del Estado en el mundo financiero, y es cierto; sin embargo, tras la crisis de 2008, la única vía para asegurar lazos comunicantes entre el Estado y las instituciones financieras fue creando una especie de regulación de parte de quien salvó a las finanzas: el Estado.
Así mismo, otra de las medidas tomadas por el gobierno fue ordenar, de inmediato, el proceso de liquidación de una empresa en medio de una crisis (en Colombia la Supersociedades tiene facultades similares), esto, particularmente en los casos de los bancos a través de la suspensión de pagos.
A la economía norteamericana le costó casi seis años en recuperar el promedio que tenía antes de la crisis. Esta, cifra habla del buen manejo que le dio el gobierno Obama al proceso de recuperación, ya que ese número de años está por encima del promedio histórico en tiempos de crisis. Si se comparan los números de Estados Unido con los de la Unión Europea (UE), las cifras le son favorables. Mientras que el país alcanzó un 10% de desempleo (2009) y hoy está a 5,50%, en muchos de los países de la UE el desempleo sigue en dos dígitos.
Dicen que uno de los mayores sueños de Franklin Delano Roosevelt durante su gobierno fue ayudar a los pobres con políticas para mitigar el impacto de la crisis de 1929, a través del New Deal. Si bien los efectos de este plan fueron positivos en diferentes escalas y ayudaron a las personas con menores ingresos a sobrellevar los años de la post-crisis, la desigualdad económica en Estados Unidos continuó (hoy el 15% son pobres, 44 millones).
El país más rico del mundo tiene pobres, sí, y muchos. Obama ha tratado, en cierta medida, de bajar esa penosa cifra que agobia a casi todos los países de América ¿Cómo? Con impuestos, ya que los recortes fiscales que le concedió Bush a los grandes capitales caducaron y los impuestos especiales han permitido tener como financiar, en un grado más alto, los proyectos en inversión social.
En materia ambiental el Senado ha frenado cada uno de los proyectos presentados por Obama. En 2009, un proyecto para limitar las emisiones de gases con efecto invernadero pasó en Cámara pero se cayó en Senado. Así que al Ejecutivo le ha tocado sólo en este tema, porque los republicanos son reacios a aprobar cualquier iniciativa ambiental. Es claro que en los últimos años se ha impulsado la energía solar y eólica en el país, no es muy alto su uso, los combustibles fósiles son los reyes, pero se ha avanzado en algo.
Igualmente, Obama, dado el óbice republicano, ha empoderado a la EPA (Enviromental Protectión Agency) para la controlar la rampante contaminación en Estados Unidos. Y todo indica que en la cumbre sobre el cambio climático este año, en París, Obama va darle un giro a la política ambiental estadounidense.
Política exterior
En cualquier televisión del mundo o en la mayoría, Estados Unidos siempre está en los primeros planos. Esta popularidad no sólo se debe a una macro industria cinematográfica que refleja un paraíso terrenal, sino, a su vez, a tantas guerras inconclusas que le han generado al país esa fama de: guerreristas. A Obama le tocó combatir con ella, Bush le dejó un legado difícil de borrar. Sin embargo, la política exterior estadounidense ha sido más liberal, más democrática y menos intervencionista durante esta administración.
A pesar del pésimo manejo de la guerra en Siria, en la cual, Estados Unidos primero ayudó a los rebeldes del ISIS (Estado Islámico) y luego los atacó, es claro que la postura de este gobierno es diferente a la de su antecesor. La incansable tarea que adelantó John Kerry, Secretario de Estado, por más de un año en Suiza con Irán para lograr un acuerdo nuclear, es sumamente valiosa.
La política exterior estadounidense hacia medioriente está cambiando. Ese discurso homogeneizador cuya base es que todos son terroristas ha girado a aquél que dice que no todos son terroristas y muchos de los gobiernos de Medio Oriente son legítimos, por lo cual hay que conciliar, en la medida de los posible, con sus dirigentes.
Dicho discurso ha generado una sensación diferente en el mundo ¡Qué tal, por ejemplo, el restablecimiento de las relaciones con Cuba! El último adiós a las lógicas de la Guerra Fría. Obama se sentó con Raúl Castro, se estrecharon la mano y dijeron: empecemos de nuevo. Ese acto de gallardía era inimaginable en el gobierno de Bush, pero ahora se está haciendo realidad.
Obama no puntea los escalafones de los presidentes más populares de Estados Unidos quizá por los miedos que genera o por el simple hecho de tener un perfil diferente a todos sus antecesores. Pero en estos siete años ha logrado tanto, que a pesar de tener a los republicanos atrincherados y con mayorías en el Senado, ha pasado casi todos sus proyectos; le ha dado un derecho fundamental a muchos estadounidense, la salud; ha luchado por el medio ambiente; y ha preferido una conversación larga y amena en La Habana a un bombardeo en Irán. Por eso, por todo esto, es que ha sido un gran mandatario. Es un camaleón, cambia de color, se acomoda a la situación y casi todo lo que está a su alcance lo logra.