UNA DE las causas que más aqueja a la educación superior y de la que menos se habla son los altos niveles de deserción. Un estudio publicado con universidades españolas demuestra que el 15% de los estudiantes abandonan la universidad durante los dos primeros semestres.
En el caso colombiano al igual que en España los mayores niveles de deserción se presentan en el primer y en el último año. Cerrar los programas les trae dificultades a miles de estudiantes. Del primer 15% que deserta, solo un 40% vuelve a inscribirse a otro programa.
Según datos de las secretarías de las universidades españolas, la deserción varía dependiendo de los programas. En las carreras de humanidades y artes los niveles de abandono pueden alcanzar el 21%. Así mismo, el 18% de los estudiantes de arquitectura e ingenierías. Por otra parte, carreras con altos niveles de exigencia presentan mayores niveles de deserción.
El motivo tiene diferentes causas, unas de carácter personal y otras del punto de vista administrativo. En la primera se encuentran problemas lógicos del cambio traumático entre secundaria y universidad. Por ejemplo, no escoger el programa acertado, en algunos casos falla la orientación profesional y los estudiantes entran por una presión familiar o por la ilusión de unas actividades que no se ven reflejadas en los primeros semestres.
Un segundo aspecto tiene que ver con los vacíos académicos. Estudiantes que traen bases pobres en matemáticas, comprensión lectora, análisis de información y que los lleva al fracaso y a la desmotivación desde el primer semestre.
Para esa situación el subdirector general de universidades en España, Josep Rivas, manifestó que “si hay abandono es porque en buena parte tenemos que seguir mejorando la orientación de estudiante. Algunos llegan pensando que la carrera es otra cosa y reclaman un buen sistema de orientación profesional que empiece durante la secundaria”.
La situación en las universidades públicas
Tanto en España como en Colombia los niveles de deserción son más altos en las universidades estatales que en las privadas. Eso tiene varias hipótesis. Al ser la educación subsidiada no hay preocupación por deudas financieras, créditos o compromisos económicos adquiridos para estudiar. La defensa de los recursos públicos no es tangible, hay una creencia que esos recursos son un derecho propio y se pueden malgastar.
En un problema financiero grande para las universidades, porque quienes abandonan han consumido recursos públicos y no le dan continuidad a su formación. Además, con la alta demanda de cupos, les han quitado la oportunidad a personas que sí querían estudiar y no pudieron ingresar.
Por otra parte, los programas de permanencia no son robustos en las universidades públicas, en cierta forma como el grueso de los recursos no proviene de los estudiantes o sus familias, no hay un interés explícito por mantenerlos, indagar sus problemáticas socioeconómicas o trabajar en la orientación profesional. A diferencia de las privadas, donde cerca del 90% de los recursos para el funcionamiento de las universidades proviene de las matrículas.
En días de agitación, disturbios y crisis en algunas universidades públicas es pertinente reflexionar sobre el valor de los recursos públicos para que sean bien aprovechados. Trabajar por la permanencia de los estudiantes, concientizar sobre lo que cuesta realmente un cupo en una clase, un educador o un espacio asignado y también sobre los estudiantes que duran inclusive una década estudiando programas de cuatro años, desperdiciando recursos e imposibilitando el derecho a la educación para jóvenes que buscan acceso al sistema educativo estatal.